EL GRAN RIO

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)
CHARLALa idea de ganar siempre, esos dos impostores a los cuales se refería KIpling, me refiero al éxito y al fracaso, han llegado a deformar la idea del verdadero éxito que no es otro que el crecimiento interior y el progreso de nuestro mundo interno. Una cultura construida en torno a la imagen, ha desplazado la idea de la perfección y de la impecabilidad como camino para la libertad y la liberación. Vemos como, para defender su imagen ante los demás, o ante si mismas, las personas defienden como si fuiesen virtudes, hasta los más repugnantes defectos. Así, hemos construído una sociedad que ha pervertido, uno a uno, los valores individuales e internos, para adaptarlos a la exigencia de la imagen. El qué dirán y los moldes establecidos por la publicidad, la moda, las telenovelas y el munmdo del “éxito” llega a convencer a la gente de que la vanidad y la prepotencia son valores aceptables, no así la humildad, que la mentira, el engaño y el error, se justifican para despojar de sus bienes o de sus derechos al que no profesa los mal llamados valores de la sociedad enferma. Así, el engaño es valorado como virtud y, el vivo o el astuto, es mejor al correcto. La astucia, cualidad básicamente animal, se ha convertido en un valor excepcional. El robo se justifica, hasta públicamente, desde las más elevadas cumbres del poder. Tanto tienes, tanto vales.
La triste condición de estos seres, les lleva a fabricarse un mundo irreal. Mediatizado por el finito y limitado mundo visible. Les lleva a construir una vida que, a toda prisa se termina y fenece. La angustia existencial les lleva a concentrarse en prolongar su sufrimiento y sus miserias humanas por todos los medios. Si se les emplaza, para tratar de ayudarles a despertar de su sueño, comienzan a auto-justificarse, o peor aún, a despreciar o desacreditar a aquellos que, en verdad, sólo tratan de salvarles. Así, para ellos hay una sola verdad, su auto-justificación. Y un solo dios, el dinero con el cual se compra imagen, respeto, conciencias y toda clase de fantasías sociales.
Aquellos pocos que están en el camino del crecimiento interno, de la perfectibilidad y de la libertad verdadera, tendrán en cuenta que, aquellos que realmente tratan de ayudarles, serán honestos al identificar sus defectos y errores. El buscador de la verdad escuchará con atención, hará lo posible para que su ego no interfiera entre la verdad de su condición y su propio crecimiento. Los hipócritas, guardarán silencio. Serán los malos amigos, o los malos hijos, o los malos hermanos. Si el emplazado quiere defender su imagen, seguramente, hará un gran espectáculo de histeria o de agresividad. Así, creyendo que ganó la batalla, habrá perdido. Ante el espectáculo, aquellos que veían el error guardarán silencio. En el camino del perfeccionamiento y de la libertad, el que cree que gana, pierde y, el que pierde gana. En vista de que vivimos en una sociedad sumamente enferma, podemos suponer que casi todo lo valioso es al revés de cómo se considera desde el qué dirán y desde la imagen.
Como me encuentro en el Amazonas, veo que la vida es como el Gran Río. El viaje está siempre lleno de sorpresas. La casi totalidad de lo que nos ocurre en la vida se origina en variables que no manejamos. El viajero del gran río debe estar dispuesto y abierto a todo. Nada de lo imaginado ocurre como lo imaginamos. Tenemos ideas preconcebidas sobre lo que va a ocurrir, sobre cómo será el barquito y su gente, sobre los supuestos peligros y vicisitudes. Es decir, antes del viaje, nos proyectamos al futuro porque todavía no dominamos nuestra imaginación y esto genera emociones diversas y stress, porque no dominamos nuestras emociones. Aún si la persona ya ha realizado el viaje por el río, las variables de cada trayecto son infinitas. Se puede dañar el motor de la embarcación, usted se puede enfermar de malaria, puede haber un criminal o un ladrón entre los pasajeros, usted puede enamorarse de una pasajera y terminar sus días en alguna población remota, usted tomará alguna decisión y estas lo cambian todo, y así… Durante esta parte del viaje, se trabajan las emociones. Todo se presta para ello. La música estridente para trabajar la tolerancia, los gritos de los niños y la mierda del perrito que lleva la señora, el calor, los mosquitos y la lluvia. Los borrachos entremetidos que pretenden incorporarlo a usted que es abstemio, al menos durante el viaje. Las largas horas de contemplación y los recuerdos de los viejos amores y la naturaleza. Un buen momento para reencontrar los verdaderos valores escritos en ese libro, el más importante de todos, el de la naturaleza. Sus leyes son las del río. Las del amor y de la tolerancia, las de la verdad. Pero la mano del hombre se ve en la muerte de la naturaleza. El dios dinero, derribó buena parte de la selva. Los indios ya no tienen sus territorios de caza y las riberas son de los ganaderos que tumbaron la selva. Es inevitable que las leyes naturales se enfrenten a la naturaleza corrompida del hombre. Corrompida en el sentido de mezclada con elementos torcidos por los deseos locos de la sociedad demente. El planeta, evidentemente, pierde y el hombre cree que gana. La ley de las correspondencias manifiesta la plenitud de la tragedia en los planos causales. Desde el individuo hasta la sociedad, desde el planeta hasta el hombre. Les propongo un viaje hacia el propio río interno. Hacia las emociones para descubrir aquellas naturales y aquellas ajenas, inculcadas, falsas. Busquen al niño de adentro. Al que no ha sido tocado por la necesidad, por el ego enfermo, por el qué dirán, por las metas impregnadas de la egolatría que impide el sueño. Hay que descubrir y destruir al loco social que habita dentro de nosotros. Al que tiene delirios de grandeza y quiere ser el rey del mundo, al que sueña con los grandes éxitos, para nada. Hay que penetrar y luchar contra ese dios que cada uno se ha inventado y que tiene sus raíces en el sueño y no en la vigilia.
Arkaúm.