EL LABERINTO DE LOS TRES MINOTAUROS

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)
Sin duda, uno de los libros venezolanos más importantes del siglo veinte es “El Laberinto de los tres minotauros” de J.M. Briceño Guerrero. Se adelantó y, prácticamente predijo, el proceso revolucionario que hoy sacude los cimientos estructurales del poder en América del sur.
Asistí a una tenida en la facultad de arquitectura y escuché con detenimiento sus comentarios, me sorprendió que una persona de su joven hiciera mención al libro de Briceño, aunque sólo de manera tangencial. De allí que me he tomado la libertad, no sólo de buscar un ejemplar en mi biblioteca, sino de releer, yo mismo, esta obra fundamental y hacer una reflexión al respecto. Se trata de un ejercicio válido en cuanto a su carácter iluminador que estimula una especie de meditación conjunta. Le agradezco, por eso, la oportunidad que sus palabras me brindan. Además, no cabe duda que, en la medida que un arquitecto amplíe conocimientos sobre su origen y el medio en el cual se desenvuelve, estará más capacitado para dar una respuesta eficaz a los ingentes problemas nacionales que enfrentan nuestros pueblos, aldeas y ciudades. Ojalá, para resolver, no sólo los asuntos de la ciudad visible, sino aquella que pertenece al plano ideal, espiritual que, en el fondo, todos los habitantes de este planeta tierra anhelamos.
El libro de Briceño es mucho más que un análisis del proceso de transculturización y desencuentro de nuestras tres razas-culturas que conforman la “americanidad” trata de una reflexión de lo que somos, en esencia y hacia donde vamos. Quizás el mayor valor de la obra radica en ese fermento iluminador que nos lleva a la aventura de pensar en términos de lo que somos, o no somos. No es un libro fácil, en el sentido de que se trata de una obra académica y, por momentos “laberíntica”. Me gustaría, a veces, que se tratase de un libro al alcance de todos los lectores legos. No es fácil, además, porque trata un tema que, de alguna manera toca nuestras fibras más íntimas, nuestra herencia racial y cultural contradictoria, nuestras debilidades y fortalezas como continente mestizo. Nuestra natural tramposería y rebeldía. Nuestra condición “occidental” y la inevitable dependencia de la cultura europea.
El profesor Briceño insiste, demasiado, a mi entender, en el origen greco-romano de nuestra cultura. Pienso que España, a diferencia de otros países, es goda y mora. Cuando los musulmanes llegaron a la península ibérica en el año 711 España estaba gobernada por los reyes visigodos. Los árabes no se fueron hasta 1492, expulsados por los reyes Católicos, cuando se descubría el Nuevo Mundo. Estos árabes de Al Andaluz impulsaron la cultura española más allá de lo imaginable. Las ciencias y las artes se adelantaron a todo el resto de Europa. Los árabes importaron con su cultura las matemáticas y la invención. La arquitectura se desarrolló hasta convertir el califato de Córdoba en el centro cultural de Europa y Granada todavía nos asombra con su Alambra. Sin restar importancia a la tradición helénica y romana, el árabe y el judío español debe ser tomado en cuenta como formador importantísimo de la hispanidad.
Por otra parte, no creo que el origen de lo que se denomina la Europa Segunda y sus avances científicos se deba sólo a la herencia helénica y romana y a su “corrupción”. Hay un elemento económico, impulsador y modificador de las relaciones humanas de carácter central que debemos tomar en cuenta. Me refiero al origen desértico de la cultura que, de verdad, conquistó al mundo. A la psicología y filosofía de la escasez nacida entre los pueblos del desierto. Es allí donde hay que buscar las raíces del cristianismo. En la invención del dios del desierto “donde no hay nada” como me dijo el Wilca (shamán) de Otavalo (“mitimae” en las tierras conquistadas por el tahuantinsuyo) una tarde en las estribaciones del volcán Imbabura. No cabe duda que esa psicología de la escasez penetró primero en la Europa Bizantina y luego en el Al Andaluz, en Roma por la influencia de los hebreos y posteriormente con la tradición abnegada de los seguidores del rabino Jesús. Efectivamente, son los hombres y sus circunstancias inventores de los dioses. Este dios de la escasez, con sus mitos milenarios vive en occidente y domina todas las actividades productivas y comerciales del planeta. Se trata del dios dinero. No creo que sea la filosofía, sino el “dios dinero” con su angustia desértica, el conquistador de todos los rincones de la tierra. Hoy día, las casas matrices de gran cantidad de multinacionales tienen su sede en China, cultura milenaria donde, por cierto, no llegó el imperio romano y la occidentalización llegó, por decirlo así, tarde. El capitalismo y el socialismo, nacen de esa patología de la escasez. Los bienes y servicios tienen valor, sólo cuando son escasos. En eso se basa la economía de mercado y, el mercadeo, genera necesidades para convertir, o para generar la idea de escasez sobre bienes que, a veces, son innecesarios, como la moda, las tetas postizas etc. El socialismo, nace también de la “necesidad” de distribuir mejor los bienes “escasos”. Es el concepto de las escasez, motor principal de la revolución industrial, del desarrollo de la tecnología de la Europa segunda y de la expansión del concepto de propiedad de la tierra. Origen del concepto de propiedad privada y, por muchos, considerado el origen de la civilización. Ninguna cultura occidental escapó de la influencia del psiquismo de lo escaso. Ese no era el caso de América, territorio enorme y abundante. Los dioses americanos son los dioses de la abundancia. Las guerras de conquista y la expansión de los imperios americanos respondían más que ningún otro, a tradiciones de señorío y vasallaje. Situación semejante a la formación de los imperios orientales. La única cultura occidental que, siendo desértica, no creció en la escasez fue la de Al Kemit (Egipto) aunque se vio en la necesidad de proteger su valle de “la tierra negra” de los habitantes del desierto.
Por otra parte, hay un concepto que trasciende todo “ecumenismo” religioso. Me refiero a las iniciaciones tradicionales, cuyo objetivo era la elevación técnica y sistemática del nivel de despertar. Es decir del nivel de conciencia. En su origen todas las religiones primitivas, el cristianismo incluido, pretendieron esto por medio de los ritos de pasaje. La religión católica tiene sus ritos de pasaje con una gradación evidente, no es lo mismo la religión de los curas que la de los feligreses. Si, como afirma Briceño, el cristianismo es uno de los grandes catalizadores de lo “occidental” pero no dulcemente como pretende en algunos pasajes, sino a sangre y fuego. Más de un millón de cataros fueron masacrados en la última cruzada y los pensadores más ilustres y los disidentes fueron perseguidos y quemados por la “santa” inquisición. Atahualpa engañado y desmembrado. Las riquezas de América robadas. Justificar estos desmanes de la Iglesia romana sólo para afirmar lo “civilizado” me parece exagerado.
Sin embargo, lo indiscutible es que la cultura ganadora en América es la occidental. En nuestro caso, la española. Las culturas perdedoras la “indígena” y la “africana”. Es cierto que no podrán retornar a su estado primitivo, preoccidental. El mundo ha cambiado. Pero tal como lo afirma Briceño en sus conclusiones deben manifestarse en su diversidad para que se produzca una entidad americana. Para salvar las Naciones que no coinciden con los estados. Para reunificar esa “Nación de naciones” que es América en su diversidad.
Simón Rodríguez pensaba que el secreto para “darle el ser a las naciones de América del sur” era lo que llamaba la “educación popular”. Para Rodríguez, la educación popular era “el arte de la vida”. Una especie de ciencia de la conciencia elevada que explicó en “Consejos de amigo a la escuela de Latacunga” y en “Sociedades Americanas de 1828”. La modificación voluntaria de los niveles habituales de conciencia nos acercan a la iluminación, conocimiento trascendente. Unión con el Todo. Es también la puerta de acceso a la certeza de la trascendencia. Este proceso trasciende lo cultural y lo docto. Y América, desde la perspectiva originaria quizás tiene algo que aportar a la humanidad toda. Por ora parte, en el mundo andino hay realidades diferentes a la venezolana. La nación quechua, abarca los estados de Ecuador y Perú, el sur de Colombia y parte del norte de Chile. La nación aimará ocupa Bolivia, el norte de Argentina, norte de Chile y alcanza hasta el Paraguay. La conquista del idioma, que Briceño califica como pivote central de la cultura y de nuestro proceso de occidentalización, no se dio en estas naciones. La inmensa mayoría de los bolivianos andinos, no habla castellano, el mismo Evo Morales, su presidente, lo chapucea y, los indígenas, hasta hace sólo cuarenta años, no podían entrar al casco central de las ciudades. Algo parecido ocurre en la sierra ecuatoriana y en la sierra peruana. Por lo tanto, podemos afirmar que, al menos la cultura precolombina, en estos parajes, se ha mantenido casi incólume. No es algo “somerso” como ocurre en el mestizaje de los venezolanos y los colombianos o en Brasil. Es decir, la realidad de las culturas andinas difiere de nosotros ya que el mestizaje ha sido mínimo. En algunas comunidades ecuatorianas como Zaraguro, los habitantes originarios han comprado casi todas las tierras de los mestizos. Esa cultura americana tiene una importancia planetaria con su tradición basada en la abundancia. Esos dioses andinos son los dioses de la abundancia y no de la escasez. Además, hoy la Europa segunda nos ha llevado a destruir, no sólo las riquezas mineras del planeta, sino también los acuíferos, las especies animales, los recursos madereros y una lista interminable que representa el fundamento de la vida planetaria.
A pesar de estas observaciones que sólo reflejan mi humilde opinión “El Laberinto” es una obra fundamental para reflexionar sobre nuestro origen y nuestro destino. Al final, Briceño nos da la esperanza de que, las culturas perdedoras que se manifestaron con sus peores actitudes, llegado el momento, se manifestarán con lo mejor de si mismas.

Arkaúm.