EL MIEDO

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)
¨ Únicamente hay una causa, una sola causa que explique porqué no sé nada de mi, que Sidharta me sea tan desconocido: ¡ Yo tenía miedo de mí mismo, huía de mí mismo! ... ¨
Hermann HesseHe repetido siempre que, estas reflexiones, deben ser enfocadas desde una perspectiva ajena a la personalidad ya que esta no nos pertenece. Está lejos de nosotros mismos. La máscara de la personalidad es todo lo que no somos. Está personalidad actúa como un muñeco mecánico. Independiente. La personalidad es todo lo que creemos de nosotros mismos. Esto incluye nuestro nombre y nuestras relaciones, nuestra función productiva y compulsiva para producir más y adquirir así una independencia. Todos los valores que nos convierten en seres humanos mejores y que, de hecho, desde un punto de vista social, nos hacen mejores, forman parte de los mecanismos inconscientes que conforman nuestra personalidad. Esos valores ¿ son realmente nuestros?
Nos preguntamos si hemos optado voluntariamente para profesarlos o si fueron impuestos por la sociedad como un elemento de dominación y control social tan necesario en la vida civilizada de cualquier latitud. De allí la crítica a los valores establecidos y la reflexión, es más que sobre su resultado social, sobre su origen externo, inconsciente y mecánico. No quiere decir que una persona no pueda optar por una escala de valores de manera reflexiva y voluntaria, pero este caso es verdaderamente casi inexistente. Cuando se coloca en tela de juicio toda la escala de valores de una sociedad determinada, pretendemos desnudar la esencia verdadera de esos valores con la intención, no de herir a nadie, sino de llevar al lector hacia una profunda reflexión que lo ayude a despertar.
Siempre buscamos una forma que justifique nuestra acción. No se trata aquí de eso. Pretendemos plantear una reflexión individual y una meditación conjunta, IMPERSONAL. Es decir más allá de la personalidad.
Sin embargo, ocurre que muchos de nosotros pensamos que efectivamente queremos despertar. Deseamos convertirnos en seres humanos mejores, pero queremos seguir siendo las mismas personas. Con los mismos valores inculcados e impuestos por nuestros programadores culturales de la familia, la iglesia, la escuela, las amistades, los políticos, los medios de comunicación y, aunque parezca ridículo, el club. La necesidad de aceptación es enorme y esto nos lleva a profesar cultos y creencias y a adoptar posturas psicológicas, religiosas, políticas y sociales que aceptamos a ciegas o, peor aún, por interés.
¡Detrás de las reacciones a ciertos planteamientos que hacemos suele estar el miedo! Siempre el miedo. El temor a recibir el castigo de esa sociedad, no importa cual, que nos limita y nos duerme. Sociedad que, para mantener la hipnosis colectiva, nos castiga con la soledad y el ostracismo, si no seguimos las leyes sociales y principios impuestos de manera inconsciente. Para despertar debemos vencer el miedo a la soledad y el miedo al qué dirán. El miedo al infierno que no existe sino en nuestra programación y en nuestro gran vacío interno que llenamos con nuestros apegos, con la aceptación y con el ¨ premio ¨ que esa sociedad otorga a los que siguen ciegamente sus normas.
Nuestras reflexiones no pretenden impulsar a nadie a romper el ordenamiento jurídico de ninguna sociedad. Lo que pretenden es que venzamos el miedo a la libertad. Que analicemos de manera libre y reflexiva lo que nos impone el medio y nos atrevamos a mirar al mundo más allá de nuestros miedos y necesidades inmediatas. Nadie dice que esto es fácil. Sabemos que es muy amenazador. Sobre todo porque el camino del despertar es el camino de la soledad. Nadie que pretenda despertar puede pretender ser aceptado por la sociedad que impone el sueño como herramienta para dominar. Los medios de comunicación, los gobiernos y las sociedades de todo tipo imponen, más allá de un comportamiento, una aceptación ciega de sus principios y valores que, por cierto, no siempre están acordes con las leyes que rigen la naturaleza profunda de las cosas. Por eso, nos gusta ejemplificar estas aseveraciones. Por ejemplo, en el club de la clase dominante, se profesa una postura y una doctrina de defensa de lo que allí se considera ¨ lo justo ¨. Es decir, todo lo que no ponga en peligro el estilo de vida y los privilegios que sus miembros han alcanzado, no importa por qué medio ya sea este lícito o ilícito, desde el punto de vista de las leyes que rigen el universo y sobre las cuales hemos reflexionado muchas veces antes. Estos ¨ valores ¨ pueden incluir la descalificación sistemática de los que no han alcanzado penetrar el umbral ¨ tan elevado ¨ por carecer de medios económicos y hasta de características raciales determinadas. En esos círculos, he escuchado esgrimir aberrados argumentos raciales y arrogantes, cargados de soberbia, a personas supuestamente inteligentes y cultas, supuestamente, ejemplares. Eso no deja de ser asombroso.
Por otra parte, existen también clubes de resentidos, estos suelen ocultarse en los partidos políticos y en las organizaciones de frustrados y envidiosos profesionales que se organizan, con sus excepciones, sólo para vengarse, a veces secretamente, de los que, desde las alturas, los desprecian. Es así como se manifiestan las miserias de un a humanidad mecánica, regida por sus impulsos más animales y menos humanos.
Lo que es bueno para el lobo es malo para el cordero y lo que es bueno para el cordero es malo para el lobo. Cuando nos colocamos en el plano del mundo de las contradicciones, inevitablemente, caemos en enfrentamientos simplistas que pretenden defender pretendidos valores.
Despertar es vencer nuestros pensamientos, emociones y acciones nacidos de estos implantes inconscientes. Para esto hay que vencer el miedo. Ahora bien, si la personalidad rige toda nuestra vida y nuestros actos, el que ha logrado despertarse y verdaderamente ha roto el mundo, o ha salido del entorno protector-devorador de su entorno (Matrix) debe también comprender que las traiciones, descalificaciones, agresiones evidentes o veladas, hipocresías, manipulaciones y abusos, de los que reaccionan a ciertos conceptos, responden a los mismos mecanismos irreductibles de la personalidad. A los miedos y compulsiones inevitables del que depende, por múltiples razones, del medio ambiente. Responde al desconocimiento absoluto de sus implantes que se ven reforzados ante cualquier planteamiento verdaderamente amenazante. Es decir, cualquier planteamiento que ponga en peligro el andamiaje de su personalidad.
Por ejemplo, las reacciones ante ciertos planteamientos que tocan ciertos elementos tabú de una cultura determinada, sobre todo aquellos relacionados con la sexualidad y el erotismo, perseguidos siempre por las religiones de casi todas las latitudes, representan una contradicción interna demasiado difícil de aceptar por la persona. Es amenazante, por ejemplo, que los que han dedicado su vida a ¨ construir ¨ un edificio basado en principios que creían verdad sólida e indestructible se planteen, digamos a los sesenta años, al final de su vida, que todo ese andamiaje podría responder sólo a un implante externo e irreal. Que todo ese edificio puede derrumbarse, al despertar, como un castillo de naipes y que vivió, a lo largo de toda una vida, sólo un sueño. Sin embargo, esta reacción implica una posibilidad de escapar. En realidad hay algo positivo en ella. Algo se ha movido dentro.
Nunca es tarde para atreverse a cambiar de punto de vista y liberarse. Ver el mundo con los ojos de un jovencito o de una jovencita. Trascender es liberarse del sueño que hemos reforzado a lo largo de la vida. Lamentablemente, con el tiempo, los mecanismos y la personalidad se van petrificando. Los jóvenes tienen la posibilidad de vencer el sueño y liberarse con más facilidad ya que sus mecanismos no se han reforzado tanto. La sociedad va implantando el sueño sutilmente y permanentemente, desde la más tierna infancia. Sin prisa pero sin pausa. A medida que avanzamos en el tiempo, la edad nos envanece. Nos sentimos importantes. Los logros suelen ser el peor enemigo del despertar. Como lo es el fracaso que nos envilece. Cuando, en los años setentas decíamos que no se debía confiar en ninguna persona mayor de treinta años, nuestra intuición era correcta. Nuestra experiencia es que los viejos asisten a las sociedades espirituales y planifican reuniones con gurúes y maestros, verdaderos o falsos, casi siempre por miedo a la muerte, o peor, porque es una oportunidad para realizar un evento social. Claro, existen verdaderas excepciones. Lo que ocurre es que a medida que el tiempo pasa, la personalidad se refuerza y la esencia se debilita. En el joven, la personalidad todavía no ha aniquilado la esencia y el despertar está a la vuelta de la esquina. Los vanidosos viejos no se han dado cuenta que vale más la visión directa de la realidad que toda la doctrina aprendida de memoria en una vida.
La única intención de compartir estas reflexiones es plantear lo que considero un camino de libertad. Libertad que, a mi entender, solo es posible acceder en el fuero interno de cada quien. Imposible, por cierto, en el mundo visible de las contradicciones. Creemos que no hay revolución ni transformación posible desde el mundo exterior. Que la educación si debe ser laica, pero desideologizada. Que el niño si debe crecer desde su esencia y que la enseñanza memorística es asesina del desarrollo del hombre en libertad. Que sólo venciendo nuestro implante inconsciente se accede al camino de regreso a la esencia de la vida y a la libertad que no es otra que la derrota de todos nuestros miedos. El miedo al qué dirán, el miedo a la pobreza, el miedo a la enfermedad, el miedo a expresar lo que pensamos, el miedo al futuro y a nuestro pasado, el miedo a no ser reconocido, el miedo a la sexualidad y sus infinitas posibilidades y, por último, el miedo a la muerte. Ese miedo que es la síntesis de todos los miedos y que es el destino irremediable del edificio que construimos en el mundo del sueño y de la ilusión. Vencer el miedo es el camino de la libertad. De la liberación y de la vida. De la certeza de la vida, después de la vida.

Arkaúm.