EL REGALO DEL SADHU

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)

Anoche soñé que, el universo entero, estaba dentro de mi y que a su vez, yo era una parte de ese infinito universo que era yo mismo, en todos los planos de la existencia. Es difícil poner en palabras los sueños que forman parte, de esa realidad paralela, que Jung llamó el inconsciente y le consideraba la manifestación más genuina del ser y su espiritualidad. Y los sueños, para el sabio, eran considerados tan reales “como cualquier otro fenómeno concerniente al individuo”. En el sueño, mi existencia era la parte y el todo. “¡Infinito y molécula, multitud y unidad!”.
Nuestro pensamiento lineal occidental nos lleva a pensar que la vida tiene un orden establecido, digamos que de tipo cronológico, o numérico, o de género, o de tamaño y así podemos clasificarlo todo en categorías, especies, sub-especies y dioses que todo lo gobiernan desde la altura, como si fuesen reyes o dictadores, estableciendo un orden impecable. Mi sueño, no fue un razonamiento, o un pensamiento. Me observé, literalmente, como una célula formando parte de un todo que era, a su vez, el universo entero.
Supongo que este sueño tiene que ver con mi primer encuentro, parcial, por cierto, muy somero, con la filosofía de los vedas. Un mes y medio en la India es poco tiempo para comprender o, mejor dicho, asimilar el significado de que todo lo que vemos y tocamos, todo lo que pensamos, imaginamos o vivimos, todo lo que creemos es una especie de juego de un Dios con infinitas manifestaciones, todas válidas, todas auténticas.
La dinastía solar de la India, con sus manifestaciones (que por cierto no pretendo ordenar) de Brahma, Shiva y Parvati, Visnú, todas las respectivas consortes y Krishna, Rama y Sita, Ganesha, las infinitas “gopis”, los “lingams” falos venerados en todos los templos como símbolo de la energía de la vida y, por ende, como la manifestación del Dios en todas sus formas imaginables. Los maravillosos templos de Kajuraho, donde la sexualidad, como manifestación divina, alcanza niveles inimaginables de elegancia, erotismo y misterio, más allá de todo concepto vulgar o pecaminoso. Ese mundo maravilloso donde todo es posible, donde los dioses caminan por la calle, codo a codo, con usted. Y esto es literal. Por ejemplo, para millones de Indios, Satya Sai Baba, era la reencarnación de Rama. Este mundo, loco para el occidental que construye destruyendo, es en su esencia, un mundo de armonía y de paz. No una paz universal y generalizada, sino una paz alcanzada y trabajada a lo largo de muchas acciones y reencarnaciones. El concepto del Karma, tiene un sentido y consecuencias innegables en el fenómeno sociológico de ese loco país de más de mil millones de habitantes, con un crecimiento económico sostenido de casi el diez por ciento anual.
Mi sueño, supongo que tiene que ver con una disciplina de pensamiento de orden trascendente. Con la confirmación, supongo, de que la tradición originaria de los dos grandes ríos es, al menos, similar. Con una diferencia, en el Nilo, encontramos los vestigios de una cultura desaparecida en las arenas de los invasores del desierto que “aportaron” su sed y su monoteísmo, su intolerancia religiosa y su radical sectarismo. La magnificencia del Nilo profanado y muerto. El Nilo de Osiris, de Horus y de Isis. De Ajnatón y su disco solar. De Hator, de Ramsés II, contrasta con el fanatismo religioso y sus enfrentamientos del presente. Quizás exista todavía una sociedad secreta de Luxor, como aquella que se dice, dio origen, a la Sociedad Teosófica de la Sra. Blavatsky. Pero en todo caso, se trata de una manifestación oculta. La tradición que huyó a Grecia, donde fue salvada, para gloria de la humanidad, en los misterios de Eleusis y en la tradición hermética, resurrección del Thot de la tradición antigua. Nos llegó en la Tabla Esmeralda y los siete principios que dictaron las bases de toda la filosofía occidental. Filosofía que fue perdiendo su sentido práctico para irse convirtiendo en letra muerta y que ha renacido de sus cenizas gracias a no pocos filósofos y pensadores ilustres.
En el Ganges, la tradición originaria aún vive. Los templos son utilizados y los dioses venerados. No importa si estos dioses, como todos, sean invenciones de los hombres, para explicarse lo inexplicable. Son dioses liberales y tolerantes. Se dice que en la India hay más de veinte mil deidades, a eso se le llama diversidad. Y a esos dioses, no se les busca afuera sino adentro por medio de la meditación y del yoga y adentro está el Todo. Adentro está el silencio y la nada y la nada es el camino de la paz y la armonía, la sabiduría y el conocimiento. En Benares, nos cruzamos con sabios silenciosos cuya energía consciente podía sentirse a cinco metros de distancia. Cuyo “darsham” (enseñanza) consistía en su sola presencia. El Mahabharata es un ejemplo de esta sabiduría tan viva como ancestral. En el Bhagavad Gita, Krishna entrega a Arjuna las claves de esta enseñanza que sólo tiene sentido, si se practica en la cotidianidad. “Cuando te eleves más allá del plano de la ilusión, entonces, dejarás de preocuparte por doctrinas y teologías, angustiarte con las discusiones sobre los ritos y las ceremonias y otras complicaciones innecesarias en la urdimbre del pensamiento espiritual. Entonces, serás liberado de los apegos a los libros sagrados, o a los escritos de los sabios teólogos que pretenden interpretar lo que, ellos mismos, no comprenden. En lugar de esto, fijarás tu mente en la profunda contemplación, para alcanzar la armonía en tu verdadero ser que lo abarca todo.” En otro pasaje fustiga al hombre docto y afirma que son muchos los que se saturan con enseñanzas y escritos espirituales y encuentran gran satisfacción en discusiones técnicas y terminan imaginando un cielo repleto de objetos de acuerdo a sus gustos y deseos así “ inventan palabras floridas y ceremonias y, entre ellos, se habla de premios por el respeto a sus principios y castigos por no seguirlos…para aquellos que se inclinan por estas enseñanzas, la voluntad razonada y la conciencia espiritual no es una meta.”
Esto no quiere decir, por supuesto, que el Nilo y sus tesoros sean algo intrascendente. El que tiene verdaderos ojos para ver, en el valle del Nilo encontrará la tradición originaria manifestada en sus monumentos. Entrará a la tumba del Ramsés IV y descubrirá, quizás, el secreto de su propio crecimiento y de su propia evolución, no por la vía del pensamiento racional, sino por el de la conciencia elevada enseñada por los maestros de aquellos templos. Quizás la diferencia fundamental en la manera como ambas tradiciones pretenden llegar al conocimiento, radica en que la tradición occidental intenta catalogar y dirigir la enseñanza. Algunas escuelas que no tienen un nexo con las tradiciones originarias, o que la han perdido, pretenden aplicar fórmulas para conectarse con la totalidad del ser que lo es Todo. Al aplicar la fórmula, muere la enseñanza. Se convierte en letra muerta.
Pero en la India, también se ha perdido parcialmente la enseñanza y los dogmas han penetrado la tradición. Es el caso de la tradición tántrica que está de manifiesto, como en la alquimia occidental, en los templos de Kajuraho. No debemos olvidar que por el sub-continente pasaron los portugueses y los ingleses. Que, hoy día, se bombardea el subconsciente de los indios con la televisión occidental que pretende convertir a la India en un gigantesco mercado de consumo. A cambio del progreso material, poco a poco, va desapareciendo la tradición originaria. Sin embargo, el Gran Río lucha contra la marea occidental.
Venía de bañarme en el Ganjes, cerca de Rishikesh, donde el río corre todavía torrentoso desde los Himalayas y nos cruzamos con un “sadhu” (santo) que estaba, con sus atuendos anaranjados, a la orilla de un camino. Un impulso intuitivo me llevó a buscar una moneda en mi bolsillo y sólo encontré dos rupias. Las metí en la copa del sadhu. Con indescriptible humildad, nos miró y nos regaló la sonrisa del cosmos infinito que vivía, en paz, dentro de si mismo. Nakarid me miró, ambos habíamos enmudecido. Lo único que se me ocurrió decirle fue que, el santo, nos había devuelto miles de veces, o quizás millones, las dos rupias que le habíamos entregado. Y ese fue mi sueño. El regalo del Sadhu. El universo infinito, en cada infinito universo de cada célula, en cada conciencia, en cada ser, en cada planta, en cada piedra.