EL SEXO, DIOS Y LA JERUSALEN CELESTE Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)


CHARLA 26 DE NOVIEMBRE

Hace algún tiempo nos referimos a un escrito de Henry Miller respecto a los orígenes de las relaciones tribales con la sexualidad. En unos párrafos iluminadores afirma que, en épocas muy remotas, las sociedades primitias no habían descubierto el nexo entre la sexualidad y los hijos. Es decir, no le atribuían al proceso de gestación un origen sexual biológico, sino que consideraban a los hijos de la tribu como hijos de los dioses que eran las fuerzas de la naturaleza. Así, nacía un niño y se le consideraba hijo de la tormenta, del rayo o del trueno, del mar o de la lluvia.
Miller piensa que, como consecuencia de esto, durante millones de años, los varones no teníamos claro nuestro rol en ese proceso. Sin embargo, se tomaba muy en cuenta la importancia de la mujer, su presencia y supervivencia, ya que de ellas dependía la existencia misma de la tribu, sin ellas, se extiguiría la comunidad. Estas mujeres eran francamente minoritarias, pero muy poderosas. Era la éra de la poliandria. Quizás se trataba de sociedades en las cuales había una mujer por cada cuarenta o cincuenta hombres. La gente se apareaba libremente y, los hijos, eran de la tribu. Nadie se preguntaba quien era el padre.
Algunas sociedades aborínenes de hoy siguen considerando a las mujeres libres de establecer relaciones sexuales indiscriminadamente con los miembros de su comunidad y la paternidad de los hijos es compartida por todos los miembros de la tribu. Es el caso de las culturas polinésicas, de algunas tribus indígenas de norteamérica y de América del sur. Tal parece que las sociedades de recolectores, pescadores y cazadores cuya superviencia requiere gran movilidad hacia los territorios de caza o pesca, han mantenido estas sociedades comunitarias con la mujer como centro de poder generatriz, libre de la influencia de las tradiciones patriarcales. La Pacha Mama, entre las comunidades andinas es una simbiosis de la madre, con la madre tierra.
En aquellas sociedades aborígenes antiguas los varones se dedicaban a la guerra, no sólo para proteger sus territorios de caza y pesca, sino para defender a las mujeres, muchas veces robadas por las comunidades vecinas. O a robar mujeres, cuando las de sus propias comunidades morían o escaseaban. Las comunidades de la selva amazónica vivían en guerra permanente con sus vecinos, por estas mismas razones. En las tradiciones occidentales, el mito del rapto de las sabinas, sin duda, tiene un origen que se remonta a lejana antiguedad.
Ahora bien, el hecho psicológico más interesante de esta historia radica en el hecho de que, la mujer, desde los albores de la prehistoria hasta nuestros días, a nivel subconsciente, tiene la certeza de su trascendencia como ser individual. El hijo, en términos fisiológicos, es para la mujer, una parte de si misma, un apéndice. Es como si un órgano le saliera y continuara viviendo independientemente. Es decir, todos somos hijos de nuestras madres. Ni siquiera en las sociedades patriarcales que aparecieron después, como es el caso de las tradiciones semíticas, los varones gobernantes pudieron deshacerse de esta realidad inevitable y los hijos se consideran legítimos por la vía materna.
El poder de esta certeza de ser, ligado a su nexo misterioso con los dioses y con este fenómeno oculto convirtió a las hembras en líderes y sacerdotisas de aquellas sociedades primitivas. La poliandria era una necesidad y una norma de vida que les otorgaba un gran poder y, en aquellas circunstancias era impensable el desarrollo de la monogamia.
La poligamia y la monogamia con la supremacía masculina y la tradición patriarcal, parece haber aparecido más tarde, cuando las sociedades se hicieron sedentarias. El hombre empezó a explotar la agricultura y tomó posesión de la tierra. Poco a poco, aparece el derecho de propiedad individual. Paradójicamente, las mujeres pierden su poder cuando se hacen más numerosas. Debido a su debilidad física, con el sedentarismo, pierden hasta su libertad y se conierten en objetos al servicio del hombre que, verticalmente, aplica el derecho de propiedad no solo sobre la tierra y la mujer, sino sobre sus hijos y sus esclavos. La cosificación se origina en ese derecho a la propiedad de la tierra que se pervierte.
Si analizamos esta ruta hacia el patriarcado descubriremos que el poder masculino se basó en la fuerza física y no en una certeza o en una fortaleza interna. Con la supremacía patriarcal aparecieron también las religiones del desierto y, con estas, como mecanismo y justificación para la dominación, la satanización de la imagen femenina. Es Eva en la tradición judía y cristiana quien le da de comer a Adán de la manzana prohibida. En otras tradiciones la mujer también reina sobre lo oculto, pero en algunas con un sentido iluminador y trascendente. Isis es la señora de los misterios de la naturaleza, es la guardiana de la sabiduría oculta, al igual que Perséfone que reina en el mundo de los secretos y de la sombra, pero que los guarda cuando sale a la luz.
Paralelamente y, aún antes de la aparición de las religiones patriarcales, ya existía una tradición iniciática poseedora de una ciencia secreta. Esta tradición existía en Oriente y Occidente con variables que la adaptaban al estado de cada sociedad, pero idéntica en esencia. Estas tradiciones se han mantenido en el secreto, para proteger la ciencia de los embates de la animalidad presente en las sociedades humanas. En la raíz de estas tradiciones, la mujer posee los secretos de la naturaleza y sus leyes. Así, Isis, como hemos dicho, es la diosa de la sabiduría y Perséfone reina en el mundo de las sombras.
Es interesante que, en casi todas las manifestaciones del Tarot, simbolismo de la alquimia hermética medieval, la sacerdotisa se muestra embarazada, con un libro y un cetro. ¿ Será un símbolo del poder oculto que representa la capacidad de engendrar? Toda la tradición iniciática originaria otorga a la naturaleza femenina un poder extraordinario en cuanto a sus relaciones con lo oculto. No sólo tenemos el ejemplo de Isis y Perséfone como señoras de los misterios.
Leonardo Da Vinci, en La Vírgen de las Rocas, obra iniciática que muestra en viaje al interior de la tierra, representa una caverna-útero y afuera, en la luz, está la vírgen María y el ángel que señala con su dedo índice al útero de María como indicando el verdadero camino hacia la luz y el renacimiento. Más aún, la tradición de las vírgenes negras y preñadas y la de María Magdalena y su útero como verdadero caliz del Grial, portadora y madre (iniciática quizás) de los hijos de Jesús, el hijo del hombre (hijo de si mismo) mantiene una correspondencia ineludible con isis, con Perséfone y con Iris que era el puente entre el mundo visible y el mundo de la verdad.
Pero el concepto patriarcal se ha mantenido, durante siglos, incólume apoyado por el gran poder de las religiones hasta que la superpoblación llevó a la humanidad a conglomerarse en grandes urbes en las que encalló el patriarcado. El concepto de propiedad de la mujer se empieza a resquebrajar con las conquistas de las hembras humanas que dejan de ser ciudadanos de segundo órden. La píldora, las conquistas laborales y sociales, el acinamiento de las ciudades lleva a las comunidades de regreso a una suerte de comunidades tribales citadinas. La idea deciminónica de la mujer fiel y el hombre libertino ha dado paso a los más variados experimentos colectivos y matrimoiniales. Los matrimonios heterosexuales entre un hombre y una mujer ya no es la única alternativa para relacionarse. Ahora hay matrimonios abiertos, uniones entre transexuales, entre homosexuales, el amor libre y el sexo libre tuvo su apogeo en los años sesentas y setentas, el regreso a la vida primitiva en las comunidades de los Hippies. Enumero sólo algunos de estos experimentos sociales con el objeto, de ejemplificar el derrumbre de la estructura familiar patriarcal.
El origen de la crisis debe estar en algo más profundo que la simple conquista de ciertas libertades. Quizás se encuentra en esa palabra tan poco comprendida y tantas veces mancionada AMOR. La búsqueda compulsia del amor, nos ha llevado también a la búsqueda compulsia del sexo. La mayoría de las veces, a causa del vacío y la soledad interior, esta humanidad mediatizada y solitaria busca compañía y cree que el amor es lo que culturalmente se vende en las telenovelas y en los comerciales.
Aunque la búsqueda irracional y compulsiva de la unión sexual es estimulada por los medios de comunicación y por los vendedores de toda clase de productos, hay que entender que esa energía es la única manifestación que, el común de los mortales, tiene con la verdadera fuerza del Dios, del Todo, del Gran Arquitecto etc. Es la fuerza y la energía de la vida. En este mundo visible y, en el otro, todo se transforma y renace de esta energía.
Pero esta manifestación de la fuerza vital, tiene una relación con las fuerzas ocultas del cosmos que trasciende la imaginación de los que se dedican inconscientemente al desenfreno. Ahora, al fin, llegamos al objeto de la reunión de hoy. Voy a referirme al proceso alquímico entre el orígen y el final de la etapa evolutiva posible en este plano y el simbolismo que encierra la tradición originaria. Como siempre, recuerdo que este camino sólo tiene sentido trascendente, como en el caso de las imagenes del panel central del Jardín de las Delicias Terrestres de El Bosco, cuando lo enfocamos desde la conciencia elevada, más allá de los prejuicios y preconceptos implantados en nuestro cerebro por la cultura que se desarrolló como mecanismo de control social y de poder de los explotadores de la naturaleza terrestre.
La tradición afirma que, en su origen, lo humano es andrógeno. La división de los géneros y, con esta, la contradición es inherente al mundo visible. En el mundo de la unidad y del espíritu no existe la contradicción.El hombre, en su caída desde el mundo espiritual hasta su encarnación en la materia, se dividió. Con la pérdida de su divinidad, perdió su unidad originaria. Por eso, todo camino hacia la realización de la transmutación alquímica se fundamenta en el regreso a la unidad perdida. Osiris perdió su unidad al ser descuartizado y fue reconstruído por Horus y por Isis. Ese retorno es un camino largo e individual y ese rencuentro con nuestra naturaleza originaria, completa, es un rencuentro con el Dios y con todo lo que vive en nosotros y fuera de nosotros.
El Tarot, como viaje iniciático, empieza con la carta del Loco que es un hombre solo que camina perdido y sin rumbo hasta que encuentra al Mago, el maestro, se le identifica con Hermes que lo guía en su camino de crecimiento. Esa es la primera carta del verdadero camino, pero no es por ningún motivo la menor en la escala, sino la más elevada antes del Mundo que es la meta. A partir de allí, el Loco que es el que se atreve a penetrar mundos desconocidos, recorre un camino de ascenso, crecimiento y conocimiento de si mismo por la oscuridad de cartas misteriosas. La primera es un encuentro con su lado femenino, la Sacerdotisa, señora de los misterios como ya lo hemos dicho. Ella le da la oportunidad, si pasa las pruebas, de entrar en el inframundo. Después sale del mundo de la oscuridad para conocer las carácterísticas del mundo visible y se encuentra con la emperatriz que reina, como Demeter en este universo y lo rige después de haber conocido la Luna y su oscuridad que domina las mareas y las emociones. El mago lo guía después hasta el emperador que es el padre que todo lo ve. El el Aguíla que mira desde arriba. Comprende entonces su pequeñez después que se creía triunfador de la sombra y el Papa o Sumo Sacerdote le muestra que los logros materiales, el ego y la vanidad son destruídos por un Rayo. Aquellos que escalaron el falso amor también son precipitados desde la Torre por el poder del espíritu inmortal que descubre un amor diferente libre y sabio, más allá del amor que rige la pasión del Diablo del amor que encadena en lugar de liberar. Así, vencida la pasión, puede ascender hasta la carta de los enamorados y tomar la decisión correcta entre la sabiduría y la estupidez. La templanza que ha adquirido, le permite entonces unir el espíritu y dominar la materia y se monta en el Carro. Desde allí domina, con bridas de telarañas, el caballo de la emoción y el caballo de la imaginación que rueda sobre la tierra de los instintos y el fuego de la sexualidad. Ahora es libre y prepara su ascenso. Puede vivir de nuevo en la soledad, avanzando, no como al principio, perdido, sino con su lámpara y puede ser el hermitaño. Sabe que hay un ser que lo encontrará en su soledad y que ese ser es la otra parte de si mismo, pero debe avanzar pues podría quedarse detenido como el colgado y necesita una fuerza especial, esa fuerza extraordinaria de la naturaleza femenina para lograr su meta antes de que las hilanderas de la Rueda de la Fortuna le pongan fin a su camino en esta tierra. Las Moiras están allí, rodando sobre el tiempo, sin parar. Una hila, la otra ya ha medido y espera la Moira que cortará el hilo. Sólo lo salva la unión inminente con su pareja originaria. Si no se corta el hilo, en el juicio, se realizan las bodas alquímicas y el tiempo se ahoga en el agua de la emoción superior y sublime. El Mago, desde lo alto, observa y dirige la obra iniciática del que murió en el mundo del tiempo y del espacio y alcanzó lo más alto en la escala del magismo. Una vez integrado, el Loco que inició un largo camino, ya convertido en Mago, avanza hacia el Mundo representado por el andrógeno dentro del huevo cósmico, para habitar en la Jerusalen Celeste que representa el reino de la verdad, de la paz, donde no existe tiempo ni espacio.
Dice un mito iniciático que el hombre que ha realizado su trabajo y ha pasado sus pruebas, en su soledad, será descubierto y buscado por su pareja femenina originaria para realizar juntos el viaje a la Jerusalén celestial.
Arkaúm.