HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)

El título de la reflexión se lo he pedido prestado a Borges. En la primera edición de La Historia Universal de la Infamia, publicada en Buenos Aires por el año 1935, escribe un prólogo de apenas dos párrafos. Afirma y, quizás a eso se debe el título, que en estos relatos se abusa de ciertos “procedimientos” entre estos me llama la atención aquel de  “la reducción de la vida entera de un hombre a dos o tres escenas”. La palabra infamia se utiliza con distintas y divergentes acepciones. Quizás, por eso, abundan los sinónimos. Aunque casi siempre se utilice para describir algún descrédito o deshonor. O, por el contrario, para definir el que desprestigia a otros impulsado por la venganza o la ganancia, en este caso nos referimos al “infame”.

 La difamación, la felonía, la indignidad y la ofensa se ha convertido en “lugar común” de algunos  periodistas, abogados, políticos, militares y jueces de nuestras latitudes. He conocido infames de todas las clases sociales, estamentos y geografías. Por eso tomé prestado el nombre. Ahora, que la política parece afincarse definitivamente en “la imagen” y que, los medios para el ejercicio de la infamia son de un poder  descomunal, el control de los medios se ha convertido, en la última colina a conquistar, por  los que quieren ascender a ese incómodo solio,cuyo dosel es signo de indecibles dolores de cabeza. El prólogo de la edición de 1954 es un poco más larga. Tiene cuatro párrafos y una línea. Pero afirma que “los doctores del Gran Vehículo enseñan que lo esencial en el universo es la vacuidad”.
Pero el acceso a ese conocimiento de la vacuidad es una especie de muerte. Feneces en el mundo visible, dejas de existir para tus seres queridos, para tu familia, para los amores terrenos. Te vas del mundo y te penetra la vacuidad que no es lo mismo que la vanidad, aunque parezca sinónimo. Cuando hablamos de un vanidoso nos referimos a un ser que no está vacío, sino lleno de rimbombancias innecesarias: películas, ensueños de poder, auto imagen, importancia, honores. Como el mundo visible, de realidad intrascendente nos abruma, se ha desarrollado la infamia como ciencia. El afectado que todavía no descubre la unidad de lo que existe, ni el vacío interior, sufre y es destruido por la infamia. Hay un solo camino en este mundo difamatorio: despertar a una realidad superior. Desde el vacío de la mente donde se manifiesta TODO. La nada es la puerta de entrada a la liberación. La palabra clave es conciencia.  Lamentablemente la idea de un “despertar generalizado” creo que es también pura propaganda. Quizás el camino para despertar a otros sea el mismo de siempre, más allá de las cámaras. La puerta. De puerta en puerta. De boca a oído.
En estos días me invitaron a participar en un foro sobre la conciencia y traté de explicarlo en estos términos: Creo que una de las mayores barreras para «entender» (no se si esa palabra cabe en explicar lo inexplicable) es la razón. La conciencia parece manifestarse en la «mente» comprendida como la totalidad del ser. El cerebro sería el pontífice (constructor de puentes) entre la conciencia y la mente del todo. Antes de intentar «explicar» la conciencia diré lo que no es la conciencia (al menos si utilizamos el término en el sentido trascendente que aparentemente nos ocupa). No es la razón. No es la inteligencia. No es la emoción. No es un sentimiento. No la imaginación. No es, necesariamente, algo con lo que nacemos. No forma parte de algo medible en el sentido racional. No hay, hasta ahora, un test de conciencia, como uno de inteligencia. No es la concentración mental. Ni  el control mental. No es nada de eso, aunque está relacionada con todo lo que he mencionado.
Podemos afirmar que la conciencia es lo único verdaderamente humano en nosotros. Es lo que nos diferencia de los animales en general y, de nuestro propio animal, en particular. La conciencia es un estado que, aunque exista y contenga todo lo existente y lo inexistente, sólo puede ser experimentado en forma individual. Aunque la conciencia es un fenómeno natural, concretamente, se trata del fenómeno humano, podríamos vivir toda una vida sin haberla experimentado cabalmente. Podemos pensar que somos conscientes, porque pensamos, y no seremos conscientes. La manifestación de la consciencia requiere silencio, pero silencio interior. En el silencio, en el vacío mantenido voluntariamente, puede manifestarse y experimentarse la conciencia. Existe lo que me gusta llamar la «ciencia de la conciencia». Una ciencia experimental, pero cuyo resultado es individual aunque tenga consecuencias benéficas colectivas. Esa ciencia se ha «enseñado» o mejor «trasmitido» en las «escuelas» desde tiempo inmemorial. A esta ciencia se referían los alquimistas de la edad media cuya tradición se habría originado en «el país de la tierra negra» o «AL QUEMIT»  como se conocía Egipto en la antigüedad. También se enseñó y se enseña en las escuelas de Oriente. Las religiones orientales ejercitan la ciencia de la conciencia. Su camino es devocional, pero sus prácticas son apegadas a esta filosofía eterna. El yoga en todas sus vertientes puede ser un camino de esta ciencia, especialmente, para los orientales. Todas las técnicas y enseñanzas del budismo se refieren al trabajo interior para acceder a estados modificados o alterados de conciencia. Los rituales shamánicos de los indios americanos, con o sin ayuda de algunas plantas «sagradas» y hasta las prácticas secretas de algunos grupos religiosos cristianos pretenden llevar al estudiante a experimentar la conciencia. También las prácticas de ayunos prolongados y las disciplinas ascéticas.
La conciencia, además de poder experimentarse, puede acumularse. Cuando experimentamos un estado de conciencia alterado, se modifican todos los niveles de significación. Es decir, todo lo que nos rodea adquiere un significado diferente. En este sentido no hay que elucubrar para definir la conciencia. Es simplemente un estado de despertar mayor que el habitual. Pero ese estado sólo puede experimentarse desde el ser. La conciencia no tiene un lugar, es libre. Puede manifestarse en el infinito plano de la realidad formada por las partículas atómicas que no tienen masa y, desde allí, también en esa minúscula parte de la realidad atómica conformada por el mundo visible. No podemos llevar nuestro cuerpo donde está nuestra conciencia, pero podemos traer nuestra consciencia, al lugar de nuestro cuerpo. De eso se trata, en mi opinión. La humanidad vive con su conciencia fuera de si. Fuera de quicio. La conciencia es un estado de silencio y de quietud y de vacío interior, manifestado y retenido por la voluntad. La ciencia de la conciencia nos muestra el sendero para traer la conciencia y experimentarla. Es el TODO manifestado. O la nada, si se quiere. Es lo mismo.
 Pero considero que toda racionalización es vana si no se practica y se ejercita la meditación con disciplina, en cualquiera de sus formas.
La obra de Borges se refiere a una estirpe de simuladores y falsarios. El dice que se inspiró en sus lecturas de Chesterton y de Stevenson, aunque también hay una importante carga de Las Mil y Una Noches. Sobre todo en los relatos “La cámara de las Estatuas” , “La historia de los dos que soñaron” y “Hakim de Merv”  en la cual, por cierto, a mi no me cuadra la fecha Borgeana de “120 años de la Hégira y 736 de la cruz” pero siempre fui malo en matemáticas. Me fascinan estas historias de maravillosos truhanes. He conocido estos personajes malévolos que, sin saberlo, trabajan para el bien. Son los grandes despertadores de la humanidad. Sus agresiones e infamias son el espejo de las debilidades humanas y, en ellos y, por su acción, podemos descubrir nuestra propia limitación y necedad. El miedo, como he experimentado, nos lleva al error. El apego, nos lleva, inevitablemente, al miedo. El desapego es el camino del reencuentro. Es la vía de la tolerancia. Hay que darle un chance a la tolerancia que se ha visto tan atropellada por la infamia.