Homenaje a Pomponio, mi primer maestro

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)Recuerdo haber llorado a Pomponio por muchos días. Creo que la muerte de Pomponio, no me atrevo a decir que fue su pase al Oriente Eterno, pero si, al cielo de los perros que, de seguro existe (Creo que Campanita, una perrita Dobermann enana que murió ahorcada, accidentalmente, está tambien en ese cielo).

Pomponio fue mi mejor amigo. Pasaba horas en el amplio jardín correteando, cazando grillos y lagartijos con Pomponio. A veces, me acompañaba cuando paseaba en el burro de Teodosio. Creo que era un “braco” o algo así. De raza cazadora. Orejas largas, manto marrón oscuro y pecho blanquecino mosqueado. Tenía una mancha blanca en la punta de la cola que, a lo lejos, parecía una “curita”.
Pomponio fue mi primer maestro. No los aburridos del colegio, ni los curas siempre exigiendo modificaciones en mi conducta salvaje. De niño fui pésimo estudiante. En verdad, mientras estaba en el colegio, soñaba con llegar a casa para poder jugar con Pomponio, o para ver cómo crecían las caraotas que había sembrado detrás del gallinero. Todo esto era posible en la Caracas de entonces. A veces, Pomponio me acompañaba a la casa de Juan Andrés y nos íbamos, con nuestras espadas de madera, cortando matorrales por la quebrada de Chacaíto.
Otras veces y, esto es lo más importante, Pomponio se echaba de un costado en la grama. Yo lo miraba. Me echaba igual que el, al frente. Observaba su respiración y su posición que yo repetía impecablemente. Así, como un perro echado, observaba cada músculo de Pomponio, su respiración. Sus ojos perdidos en la nada. Sin pensamientos, ni preocupaciones, ni tareas. Imitaba, no sólo su relajación y su rítmica respiración, sino su ausencia de juicio. Supongo que la locura, en los adultos, tiene algo que ver con eso. Pero con los años, descubrí que también tiene que ver con la meditación.
Meditar no es lo mismo que relajarse, ni es lo mismo que visualizar. Creo que se trata de tres etapas bien diferentes, aunque conexas. Lo primero que debemos aprender es lo que me enseñó Pomponio. De adulto, en algunas escuelas y especialmente bajo la tutela de mi Maestro humano, aprendí a relajarme, visualizar y meditar. Pero sólo esta tarde, al cabo de tantos años, recordé los cursos que me había dictado Pomponio. Camino a casa, en Pampatar, observé a un niño que jugaba, echado en la acera, con su perro. Esta imagen, al instante, disparó el recuerdo. Tanta gente tiene, en su casa, al maestro perfecto para aprender a relajarse. Cualquiera tiene un perro o un gato, o varios. Relajarse implica tranquilidad, respiración completa, inmovilidad total, pero sin tensión muscular. El ideal es aprender a relajarnos como los perros y los gatos. Relajarnos en cualquier posición corporal y en cualquier lugar. Podemos relajarnos en el metro, en el teatro, en alguna reunión aburrida. Sentados o de pie.
La visualización implica una especie de película en la cual, voluntariamente, nos sumergimos. Una vez relajados, nuestro cuerpo permite esa manifestación imaginaria que nos puede llevar, con la práctica a otra dimensión ya que lo imaginario, de por si, lo es.
La meditación es otra cosa. Es eso que algunos pueden alcanzar y que está más allá de la visualización. Se trata de una experiencia ontológica e intransmisible. Única, personal, interna e irrepetible. El verdadero estado de meditación, por lo general, requiere disciplina y práctica. Depende también de ciertas características individuales. Allan Watts (filósofo orientalista inglés que tuvo gran influencia en nuestra generación y murió en 1973) decía que esta experiencia es como una planta que, desde su semilla, crece en el interior de cada cual.
En occidente podemos relajarnos en cualquier parte, pero si nos sentamos, en estado de meditación en una acera, posiblemente nos llevarían a la comisaría.
A causa del un fenómeno sincrónico, esta tarde, en internet, encontré un cuadro de Pájaro. Se llama, creo “El Juicio” e ilustra bien la imagen de mi maestro Pomponio, aunque, en verdad, no se parece a Pomponio, sino a Trueno!

Arkaúm