LA HUMILDAD CAMINO PARA DESPERTAR Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)

Arkaúm

Aprovecho para enviarles estas líneas en lugar de la charla del miércoles pasado. En vista de que me encontraba viajando por la Umbria, camino a Asis, después de muchas horas de viaje, jet lag y otras linduras, preferí de jar pasar unas horas y escribirles la charla correspondiente.

Uno de los temas inspirados por la imagen de Francisco de Asis es la humildad y, también, el egoismo en sus diversas formas. Nos cuesta mucho identificar la humildad como algo concreto, como acción, emoción y experiencia viva. Una de las razones que impiden una visión realista de la humildad es la racionalización, sistema de pensamiento mecánico que nos impulsa a justificar, o a fortalecer nuestros prejuicios. Racionalizamos cuando elaboramos teorias y explicaciones que tienden a apuntalar los preconceptos nacidos inevitablemente de conceptos morales o religiosos. Fórmulas culturales con las cuales neutralizamos el esfuerzo de penetrar en nuestro mundo interno y descubrir la esencia de nuestra arrogancia, vanidad y humildad, fundamento del pensamiento vivo y del verdadero despertar.

Cuando penetramos en nuestro mundo interno para descubrir la esencia de la humildad, lo primero que aflora es nuestra vanidad y nuestra importancia personal. El natural mecanismo defensivo de nuestro pequeño yo. Si somos capaces de observar nuestros procesos, sin identificarnos, veremos claramente que, por debajo de nuestra personalidad vana y sobredimensionada, por debajo de los multiples yoes de la personalidad, hay un pequeño ser que teme ser destruído por el vacío que todo lo inunda, que todo lo penetra. Ese pequeño ser cree que todo lo sabe. Ha construído enormes cadenas para justificar su precaria existencia. Se aferra a una religión y se siente grande y seguro porque cumple con los dogmas. Se aferra a la ciencia y a la sólida formación académica y se siente superior y poderoso. Amasa una gran fortuna y se siente inexpugnable. Persigue ser respetado o recordado para así vivir el sueño ridículo de la inmortalidad. Pero si somos honestos y buscamos en la profundidad de nuestro ser, descubriremos al pequeño, minúsculo ser que teme a la oscuridad y, sobre todo a la muerte. En su fuero más íntimo sabe que sus mansiones materiales, científicas e intelectuales serán devoradas, en un instante, por la oscuridad y el vacío. La carne, sabemos es para el carnicero y terminará en una de esas carnicerías que llaman cementerios o en el horno crematorio que sólo dejará unas cenizas insignificantes.

Para llegar a la humildad hay que tener el valor de sabernos nada y, además, disfrutar de la libertad de penetrar en nuestra pequeña y humilde morada construída en, con y por el inmenso vacío donde todo es unidad. Lo primero qure debemos atrevernos a abandonar es todo lo que creemos que somos y lo que creemos que tenemos en este mundo visible, imperfecto, dual, egoísta y mentiroso. Si abandonamos nuestra propia mentira, podremos llegar a ese granulo de existencia humana que es dios y la nada, la oscuridad y la luz y sobre todo la paz, el amor y la armonía. Si regresamos al polvo, a ese polvo eterno que es el vacío, podremos comprender al mundo desde la esencia infinita de todas las cosas y de todo que es el verdadero amor. Allí desaparece el miedo a la muerte porque habremos descendido hasta la morada de la eternidad. Aprenderemos los misterios mayores y menores de la naturaleza pues desde lo ínfimo todo se aprende y se conoce. El que cree que sabe, nada puede aprender. Me he topado con religiosos que creen tener todas las respuestas porque conocen de memoria un libro de mitos y de fórmulas que pretenden imponer a los demás. Tienen las respuestas de lo bueno y lo malo. Son los grandes jueces de la humanidad y dan nombres diferentes a sus dioses. En realidad repiten mecánicamente fórmulas para dormirse y dormir a los demás.

El humilde sabe bien que todos los seres humanos, animales, vegetales y minerales de este planeta tierra y del cosmos tienen algo que enseñarle. Basta con abrirse honstamente a esta posibilidad para comprender eso que los magos llaman la omnisciencia. No se trata aquí de llegar a un conocimiento intelectual del universo y el mundo, sino de saber el universo y sus leyes que todo lo penetran. Lo que inconscientemente todos buscan con sus mecanismos inflacionarios de la personalidad, con la persecución del placer y del orgasmo, es una certeza de ser y de existir que está precísamente en el otro extremo del camino. Claro, me dirán que por ese lado también se llega. Lo que ocurre es que no se sabe cuando, ni como, ni el precio a pagar.

Hay, eso si, un músculo que debe fortalecer el o la que desee ser libre. Me refiero al musculo de la voluntad. Voluntad para observarse a si mismo, para atreverse a ver el mundo desde abajo y no desde arriba. Voluntad para vencer el miedo al qué dirán y asomarse a una vida más trascendente y real. El músculo es importante para vencer eso que está tan de moda y que, por cierto, en este camino no sirve para nada LA AUTOESTIMA. La autoestima no es otra cosa que una personalidad sobredimensionada y engreída. La verdadera libertad se alcanza cuando llegamos al nivel de cero autoestima. Cero comparación, porque conocemos nuestra humilde e infinita dimensión. La autoestima es una forma de orgullo y vanidad ya que siempre se fortalece en relación al concepto que se tiene de si mismo en relción con los demás. Se refiere al éxito y al fracaso, los dos impostores a los cuales se refirió Kipling, iniciado en los misterios. La voluntad sirve para vencer los impulsos del animal que habitamos y educarlo para que docilmente sirva a nuestro propósito final que es la certeza de ser y la certeza de nuestra trascendencia, es decir, nuestra regeneración.

A veces, el hombre o la mujer se lanzan en un camino de búsqueda espiritual porque se consideran débiles para enfrentar la cotidianidad y la vida tal cual es. Posiblemente este fue, en un comienzo el caso de Francisco de Asis. Se le acusó de huir de la guerra por cobarde, de holgazán por no trabajar con su padre como mercader de telas e industrial. Sin duda que un ser en el cual habita un espíritu sutil y superior, encuentre al menos en una etapa de su camino, difícil sobrevivir en un mundo de animales humanos. Su sensibilidad le llevará por senderos diversos. Tratará de enfrentarse a la injusticia y la crueldad con las armas del mundo visible. Luchará por las causas perdidas y pagará con grandes sufrimientos su debilidad aparente, pero tarde o temprano, buscará dentro de si mismo sus propios errores y su propia animalidad. En su naturaleza animal descubrirá la sombra y reconocerá que la lucha en contra si mismo. Penetrará en el mundo de la tolerancia y de la humildad al conocerse a si mismo. Transformará su naturaleza animal y la regenerará por medio del fuego y del amor.

Cuando reconocemos nuestros defectos y asumimos nuestra verdadera dimensión, comienza la verdadera alquimia espiritual. Podemos entonces limpiar nuestras emociones, nuestra imaginación, nuestros instintos y nuestra sexualidad corrompidos. Una vez depurados los elementos de substancias extrañas que lo han contaminado, estos servirán para mostrarnos la verdad del mundo tal cual es. Una vez purificados loa cuatro elementos de la naturaleza visible, descubriremos que el fuego nos abre las puertas a un nuevo estado de amor y armonía inconmensurables. Sin egoísmo ni posesividad, sin celos, esa enfermedad de la imaginación manchada por las perversiones de la pornografía y de la represión enferma de las religiones y de la sociedad pervertida. El fuego, tal como lo planteaban los alquimistas medievales, purificará totalmente los demás elementos de nuestra naturaleza renovando la vida eterna en nosotros. Aquel que logre comprender lo que digo entre líneas y que sepa leer más allá de las trampas de su intelecto descubrirá la certeza de ser. La certeza de su trascendencia pues habra sido íntegramente renovado por el fuego (INRI) Ignea Natura Renovatvr Integra. La personalidad habrá muerto y con esta la muerte misma. Viviremos en adelante en el gran todo que es la conciencia de Dios.

Arkaúm.