SIMÓN ALBERTO CONSALVI

No recuerdo con seguridad cuando conocí a Simón Alberto Consalvi. Recuerdo si que, a finales de 1982 o principios de 1983, me encontraba en Buenos Aires escribiendo mi novela «Epitafio para un Filibustero» o «Canal» título con el cual apareció la primera edición de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Después, escribió el prólogo de la edición de Epitafio que publicó editorial Pomaire. Leyó el libro y con generosidad y desapego, escribió las líneas que dieron brillo a la edición de 1989. Durante esos días, compartimos horas de discusión y análisis del drama centroamericano y de su historia y de «las aventuras y las desventuras de una tierra que no tuvo ni ha tenido paz, que nunca conoció el sosiego y que siempre tuvo (y tiene) ojos que la miran con toda la codicia del mundo».
Recuerdo a Simón tranquilo, silencioso y reflexivo. Tovarense de nacimiento, a lo largo de su agitada actividad política, literaria y diplomática hizo gala de su caballerosidad, educación, esmerada cultura y respeto a las ideas de los demás. Fue un ejemplo para los venezolanos de este tiempo que, en ocasiones, salen de sus casillas para insultar o mancillar algún nombre o para torcer la historia. Aprendí de Simón Alberto Consalvi una extraña virtud, difícil, por cierto, de emular, me refiero al criterio; es decir, la capacidad para colocar cada cosa en su sitio. Otros, con más talento e información que este servidor, escribirán  muchas páginas que rescatarán la historia de hombres como este, forjadores de nuestra democracia que, ahora, otros pretenden borrar. Por mi parte, con estas líneas, sólo pretendo hacer un homenaje póstumo de agradecimiento y reconocimiento a Simón Alberto. Ha muerto un gran hombre. Un venezolano consciente del drama de su tiempo..

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