LA EXTRAORDINARIA HISTORIA DE MARY SHELLEY

 

Por Nicomedes Zuloaga P.

Tal como si fuese la construcción de su alter ego, obsesión que inspira la lucha de aquellos que pretenden alcanzar la perfección, un joven suizo, salvado entre los hielos del polo norte, narra la escalofriante historia de la construcción de aquel ser, alter ego, al que logró dar vida. El joven doctor había estudiado la filosofía oculta de Cornelio Agrippa, los escritos de Alberto Magno, Paracelso y la alquimia, cuya meta era el perfeccionamiento del alma humana. Pero Mary escribió una historia “que pudiera expresar los temores misteriosos de nuestra naturaleza”  lo oculto y repugnante, lo que hay detrás de la máscara. Así que llevó su personaje a abandonar aquellas ciencias “anticuadas” y lo colocó ante “verdaderos” científicos en la universidad de Ingolstadt.

El personaje se consagró a la investigación química. Abandonó sus ideas esotéricas para descubrir, por la vía del materialismo, los límites entre la vida y la muerte. Y así, paso a paso, fue construyendo aquel ser hecho de los retazos con los cuales se construye la personalidad. La multiplicidad de los yoes, la máquina humana diseñada por el demiurgo de la sociedad, la familia y la cultura. Los sentimentalismos más o menos humanos y las debilidades que solemos considerar “tan humanas”.

 Tal era el ser que de manera extraordinaria fabricaba. Con pedazos de cadáveres, humanos o animales, como un Osiris inconsciente, era aquel ser cuyos pedazos iba armando, sin conquistar la unidad que antaño habían propuesto los viejos alquimistas.  Un estómago bestial del que fuese un criminal, atado a la gula y los excesos, que albergaba el alcoholismo, el tabaquismo y la drogadicción. Instaló aquel órgano con sus correspondientes intestinos delgado y grueso y otros órganos como el hígado que albergaba la ira y grandes genitales. De otro cadáver debió haber sacado los pulmones que pertenecieron a alguna fiera salvaje y descomunal cuyos sueños se limitaban a la vida en la naturaleza, a la libertad y el frío. El corazón le fue arrancado a un adolescente y viviría, sufriente, en el tórax de gorila, detrás de imponentes pectorales, bajo el monstruoso esternón de la bestia, palpitando por el amor de una doncella.

El suizo culminó su experimento y, con aquellos conocimientos de la ciencia, logró darle vida a su propia creación. Pero no se trataba de un verdadero hombre. Era, en verdad, un gigante. Su dimensión era sobre humana, pero su alma, demasiado ¿humana? El hombre había construido un monstruo. Su piel cetrina de cadáver. Sus extremidades enormes y su fuerza física descomunal. Aquel ser no cuadraba en ninguno de los cánones del arte o la belleza. Su cuerpo, por lo tanto, manifestaba las imperfecciones de su alma. Pero el monstruo era inteligente y adolecía de una fina sensibilidad que lo hacía propenso a dos temibles enemigos: el dolor y la rabia. Miró al mundo por el ojo de una cerradura y así aprendió el lenguaje de los hombres, la bondad y algo peor, el amor y el deseo. Estaba consciente de su deformidad y ya había tenido que escapar de los pueblos y villorrios apedreado ante el terror de sus habitantes. Sólo un ciego podría aceptar su amistad y sucedió así. Pero el ciego no logró apaciguar el terror de los que creían tener ojos para ver y, así, huyó de nuevo, pero esta vez, juró vengarse y causar pena y dolor al padre que lo había creado con aquella carga de fealdad.

El monstruo no era otra cosa que la personalidad del propio creador, convertida en enemigo mortal del hombre.  Si, el relato de terror de Mary Shelley se convirtió en una obra fundamental. Llevada al cine muchas veces. Es la representación de la lucha de todo ser contra sus emociones, sus instintos, sus frustraciones y sus odios. El suizo, se llamaba Frankenstein.

En 1816, , acusado de sodomía y perseguido, Byron abandonó Inglaterra para no regresar jamás.  Se instaló, con John Polidori, su médico, a orillas de Lac Lemán, cerca de Ginebra. Ese mismo año, recibió la visita de sus amigos los Shelley, Mary y Percy, con quienes convivió por algún tiempo.

Después de varios días de tormenta veraniega, según palabras de Mary Shelley, Byron les propuso que cada uno escribiese su propia historia de terror. Así nació una de las obras más extraordinarias de la literatura romántica del siglo diecinueve.

En julio 1822 Percy Shelley salió a navegar en su velero y una tormenta lo ahogó. Su cuerpo fue arrastrado hasta la playa de Viareggio, en el golfo de la Spezia. Como corolario final de la vida romántica del poeta y de sus entrañables amigos y amores, se divulgó una leyenda que, más tarde, se convirtió en mito. Byron y sus amigos, acompañados por Mary hicieron una pira y cremaron el cadáver del poeta, pero antes, se comieron el corazón y así lo incorporaron para siempre en su alma. Otros afirman que Mary lo guardó, embalsamado, hasta su muerte.

 

 


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