DESPERTAR ES DESILUSIONARSE

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)
Mi maestro afirmaba que “desilusionarse es siempre un proceso doloroso” que ese proceso podía ser más largo o más corto, dependiendo del tiempo en que la persona descubre que vive una ficción. Por otra parte, mi bisabuelo afirmaba que “en esta vida todo es ilusión y sueño” que por más que el hombre se empeña en descubrir nuevas fronteras, sólo descubre su pequeñez. Decía a finales del siglo diecinueve que, con sus avances científicos y tecnológicos, descubrió sólo que “nuestra mansión” es menos que un grano de polvo en el firmamento.
No cabe duda que vivimos en un mundo de ilusiones. Todo lo que cambia y se transforma es ilusión y sueño. Para que algo tenga existencia debería ser permanente en el espacio y en el tiempo. Todo lo que pensamos, imaginamos y vivimos, es un cúmulo de fantasías disparatadas, forjadas en los centros de programación de la especie. Llámese inconsciente colectivo, alma colectiva de la especie, cultura, religión, educación, formación, in-formación, ciencia. Todo parece estar fríamente calculado para que vivamos un estado de hipnosis del cual es casi imposible escapar. Pero es posible.
La ilusión de lo que somos, o de lo que somos capaces de hacer, es una de las mayores trampas del intelecto y de la programación inconsciente. La gran ilusión es la personalidad. Acumulamos títulos académicos, grandes apellidos y gran cantidad de información. Entonces, tenemos la ilusión de conocer realmente todo lo que solamente es información. Se genera una identificación con la información que, suponemos, nos pertenece. Así, el médico se identifica con la imagen del médico, el abogado con la del abogado. Se le pregunta a la persona qué eres y la persona responde, soy abogado. No se percata que eso es sólo la profesión que ejerce. Una función, por lo general aprendida de manera mecánica que le sirve para ganarse la vida. Pero lo curioso, es que esa humilde función mecánica para sobrevivir, cumple una función depredadora para el crecimiento y desarrollo del ser.
El ego de la persona se infla creándose una imagen ilusoria de si mismo. Esto es más trágico cuando se trata de un apellido “ilustre” el ego se apropia de lo que representa el apellido y la persona se siente importante. Asume las virtudes supuestas de algún antepasado, cuando, en realidad, es posible que él no tenga ninguna de las virtudes que el otro tenía. La importancia personal, nos ilusiona, nos aleja de la verdad. El dinero, por su parte, es uno de los elementos más poderosos en la creación de ilusiones, ya que permite al individuo, ejercer poder sobre los demás y sentirse importante. El rico se siente poderoso porque puede colocarse, aparentemente, sobre los demás. El dinero, paradójicamente, es una de las más poderosas fábricas de ilusiones y de apego al mundo de la materia, permite al rico una gran capacidad para movilizarse y hacer cosas en el mundo visible. Le permite comprar muchas cosas y vivir como le place. De allí que mucha gente piensa, erróneamente, que la felicidad llega con el dinero. Si todo lo que cambia y se transforma, por definición, es ilusión y sueño, la ilusión de la acumulación de bienes materiales, inevitablemente se hace patente al momento de la muerte. Cuando llega el momento de dejar atrás el champán. Ahí llega el momento de la gran desilusión. De allí que, si el rico no desarrolla su conciencia y la amplía, corre el riesgo de sufrir sobremanera con su apego al mundo material. La muerte del materialista que dedicó su vida sólo a acumular riqueza, importancia personal, poder material y lujuria, es particularmente triste. A medida que el hombre se encuentra con la sombra de la muerte, desespera pues se niega a abandonar sus lujos, su poder y su holganza. En realidad lo que le esclaviza al mundo visible es el placer que compra.
Si el ser se ha identificado tanto con el vehículo que, se cree el vehículo, es probable que sólo se convierta en eso que ha creado, en un ser material, sin verdadera conciencia. Su chispa consciente, podría haberlo abandonado. Para salvarse, el poderoso ególatra, debe renunciar a casi todo. Pero hay otros apegos peores. Las ataduras emocionales. Son estas las más terribles. Suelen ser la gran debilidad de los poderosos. La historia está llena de gangsters que, aparentemente, fueron padres amorosos y ejemplares. Más aún, el supuesto bienestar para su prole, fue la justificación para sus crímenes. Es así como los delincuentes encuentran justificación para sus desatinos. Es evidente que la ruptura de la ética y de las leyes de la naturaleza, sólo engendrará más y más dolor.
El éxito a costillas de los débiles, se paga siempre por ley de la compensación. Hay quienes piensan que los malvados no pagan sus crímenes, porque ven que siguen adelante con sus vidas acumulando más y más, abusando de su poder hasta la muerte. Los que así piensan son ingenuos. Muchos de ellos fueron forjando, a lo largo de sus vidas, los barrotes de su presidio final. El más terrible de todos, la muerte verdadera. La crucifixión a los elementos de la naturaleza visible y la desintegración. La certeza del no-ser. El castigo de la cruz pretendía ser, además de una tortura física, una tortura espiritual ya que pretendía dejar al ser atado a los cuatro elementos de la naturaleza visible. La descrucifixión de Jesús y su resurrección era parte de un ritual importantísimo, para que Cristo pudiese ascender y no quedase preso en la materia que era la verdadera intención del mundo de las sombras, es decir, del mundo visible y material que es opaco. Sin el sol, todo el mundo material sería oscuro y sombrío.
Para acumular bienes materiales y trascender, se necesita mucha disciplina interna. Vivir modestamente y con la justa medida. Ayudar a los que merecen apoyo. Practicar la impecabilidad y la justicia. Trabajar el desapego para liberarse de las ataduras del mundo visible.
El éxito para vencer el apego, también está ligado a vencer el recuerdo, sin olvidar. Parece una contradicción, pero se trata de conciliar los opuestos. Olvidar es imposible, lo importante es aprender a detener el flujo de los pensamientos y así, transmutar las emociones mecánicas, en emociones de orden superior. El mundo emocional habitual, impulsado por implantes imaginativos irreductibles, también forma parte de lo ilusorio. Por alguna razón misteriosa, la gente tiene la idea errónea de que sólo los humanos tenemos emociones. Nada más lejos de la verdad. Las emociones son aprendidas de manera mecánica. Como lo hemos afirmado antes, existen modelos emocionales, al igual que modelos de pensamiento, preestablecidos, implantados de tal manera que los consideramos realidades inmutables, es decir, se trata de dogmas emocionales.
El sendero de la desilusión, es también el de la libertad y esta tiene un precio. Liberarse del mundo de la materia es un proceso interno e individual, no exento de sacrificios, pero se trata del encuentro con el Todo.
Hay que vivir atentos para no identificarnos con las cosas materiales, imaginativas y emocionales que son ilusiones.
Para retener la conciencia dentro de nuestro cuerpo físico, lo primero que tenemos que hacer es sentir que tenemos un cuerpo físico. Llenar ese cuerpo con esa sutileza que es la conciencia. Colocarnos dentro de nuestro cuerpo y mirar y sentir, desde su interior. No se trata de pensar o imaginar que estamos dentro de nuestro cuerpo, se trata de un paso más allá. Si estamos allí, la conciencia se manifiesta en el silencio. La conciencia es un estado, no es un pensamiento. Es simplemente presencia y despertar.
Por último, la presencia de la conciencia, es el puente para mantener una felicidad permanente. Pase lo que pase, el hombre o la mujer consciente, es feliz, porque está conectado con esa fuente del amor que algunos llaman Dios y otros, el Gran Arquitecto del Universo, o el Todo.
No es fácil alcanzar un nivel aceptable, por decirlo así, de iluminación. ¡Cómo la ilusión siempre conspira! La naturaleza debe confirmar de manera diáfana nuestra percepción de la iluminación ya que, en muchos casos nos engañamos a nosotros mismos. Largas horas de meditación podrían convencernos de que, en realidad estamos despiertos y que el Dios se manifiesta; sin embargo, se puede tratar de un fenómeno hipnótico, un estado de sueño exactamente contrario al despertar que buscamos. Podríamos imaginar, como una alucinación, que hemos visto a Dios, que el silencio nos invade y que estamos ante la felicidad eterna, pero esto podría ser simplemente un grado más de ensoñación. El verdadero despertar es siempre una re-unión impersonal, con nuestra propia alma inmortal. Esto sólo acontece en la experiencia impersonal del amor eterno, infinito que nos re-une. Ese estado no es pasajero, sino permanente.
Hay quienes se creen espirituales, pero, en verdad, no son capaces de dominar sus mociones, son iracundos u odiosos. Narcisistas que necesitan atención permanente. Mientras más se hincha el ego, en la medida que la personalidad se fortalece, el proceso de desilusión se hace más doloroso. Pero se trata de un sufrimiento saludable. Es el ego el que sufre. A cambio de ese dolor, el ego da paso al despertar, a la vida real y a un estado de paz y de felicidad. Al contrario de lo que opinan los psicólogos de hoy, nosotros pensamos que no hay necesidad de fortalecer la autoestima. Por el contrario, el hombre despierto no necesita autoestima porque conoce sus debilidades y defectos. Ha “vencido” la autoestima y puede vivir y actuar desde, con y en la humildad. Sabe que todos los seres de este mundo tienen algo que enseñarle y aprende siempre de todo y de todos. Se convierte en un ser en crecimiento y evolución permanente. Los iniciados trascienden la autoestima.
Arkaúm

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