EL ALEPH

El Aleph
Por: Arkaúm
Sabemos que el Aleph es la primera letra de un alfabeto mágico de la tradición hebrea. Sin embargo, para mi fue el encuentro con la obra de Borges, a quien conocí fugazmente durante su visita a Venezuela en 1982. Recuerdo que ya estaba ciego y venía acompañado de una joven estudiante, María Kodama quien le acompañó en adelante hasta su muerte y se convirtió en la indiscutible viuda de Borges. Como recuerdo de aquel encuentro conservo un “garabato” que me firmó en sus Obras Completas, precisamente, en “Elogio de la Sombra”. Después de hacerle algunas preguntas que ahora no recuerdo, me acerqué con el libro y lo abrí en la página 973. Al darse cuenta que no firmaba, como siempre, en el principio del libro me preguntó
¿donde estoy firmando?
En el Elogio de la Sombra, respondí tranquilamente. Y él, tranquilamente, me dijo.
¡Qué cínico que sos!
Por esos días me parece que mantenía una columna semanal “Letra Telúrica” en la revista Zeta. Escribí un ensayo sobre la simbología del tigre, el águila y el león en la obra de Borges que me parece nunca se publicó y, en su lugar, por aquellos días entrevisté a Vicente Ibarra sobre su libro “De la Rotunda a la Calle Larga”. Gran novela, ya casi olvidada, sobre el desembarco del Falke en las costas de Cumaná.
Para Borges el Aleph fue descubierto en el sótano de la difunta Beatriz Viterbo, en una casa hoy derruída de la calle Garay de Buenos Aires. Es un punto del espacio donde confluyen todos los puntos. Es decir, desde ese punto vertiginoso se vislumbran todas las realidades, o quizás, las apariencias del universo. “El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa ( la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo.”
Desde aquellos años, el Aleph se convirtió (así como el tigre, el águila y el león. Así como el “soñador de las ruinas circulares” que pretende soñar un hombre desde un sueño que no se produce por la flaqueza de la carne, sino por el poder de una voluntad prodigiosa y el Tzinacán de “ La escritura del Dios”) en una reflexión permanente y, cada vez más obsesiva, digamos.
Si el Aleph es ese punto del espacio donde convergen todos los puntos y el tiempo no puede desligarse del espacio, o más aún, el tiempo y el espacio están tan ligados que serían lo mismo (concepto aceptado por la humanidad gracias a Eistein, Planck y otros) entonces el Aleph sería también, por supuesto, la unión de todos los tiempos del universo y esto convierte la visión del Aleph en el vértigo total. En la visión del Todo y en el descubrimiento de eso que la humanidad, microbio en ese universo, denomina Dios, el Ain Soph del árbol de la vida. Pero, en la práctica, si el Aleph es el punto de convergencia de todos los puntos del espacio, este punto es referente a cada observador del mundo y, por ende, a cada humano de los mundos visibles o invisibles. Sería como el rubedo de los alquimistas medievales que, después de transmutar todos los elementos pesados de su existencia elemental, llegarían de regreso al paraíso en la tierra. El Aleph, tal como lo describe Borges sería el encuentro, en vida, con la “obra magna”. Con la certeza de ser y con el conocimiento directo de todas las cosas. La visión de todo lo que existe. La unión de todos los opuestos que, en todos los espacios y todos los tiempos se manifiesta. Los opuestos en los que, la humanidad, en su infinita ignorancia se debate, lucha, se maltrata y mata.
Pero el Aleph va más allá. Como unión de todo, es el finito espacio infinito en el cual se hace realidad lo irrealizable. Es la posibilidad de lo imposible, la imposibilidad de lo posible. Es allí, en ese útero de la naturaleza toda, de lo imposible posible, donde se descubre el ser como observador de la nada y de todo. Hasta descubrir su propia nada y su infinita existencia en lo pensado.
Quizás por eso Borges se une, a los setenta y dos años con María Kodama, una estudiante veinte añera que entendió el significado del Aleph. Que, más allá de lo razonable, se convirtió en la imposibilidad posible de un amor imposible. La copa eterna de la naturaleza invisible. Unión de lo humano trascendente y eterno. El Aleph, unión de todos los tiempos y de todos los espacios. Ausencia de espacio y de tiempo.
Buenos Aires es una ciudad apta, como tantas, para la manifestación del Aleph. Es una ciudad contradictoria. Europa en América. Europa de la pre-guerra que permanece. Conviven secretamente en las calles de Buenos Aires, como en extrañas guaridas, judíos, nazis, musulmanes y cristianos. Ciudad de refugiados. Italia y Sicilia se unen en la urdimbre que se teje en los barrios de la Ciudad. El parque es Palermo, como el barrio y, más allá, Belgrano que tiene algo de Alemania. Barrio Norte con su avenida Alvear y su lujo desconocido en otra ciudad de América del Sur. La plaza San Martín con sus palacios de Anchorena y Paz.
Creo que alcancé a escuchar el torbellino del vértigo del Aleph en una habitación de la calle Ayacucho, desde una ventana que me permitió observar, en la Plaza Francia, las transformaciones climáticas producidas por los vientos del sudeste y primaveras, veranos húmedos, otoños, inviernos, por último, mis ojos se tornaron hacia adentro y vislumbre mi propio vértigo interior. Allí adentro escuché el torbellino. Después de días de hambre, de interminable inmovilidad y de meditaciones, sentí que mi cuerpo se disolvía en la habitación de la calle Ayacucho.
El Aleph estaba en mi. El Aleph tiene un sólo espacio en el infinito espacio de la nada que somos. Comprendí que el Aleph de Borges no estaba en el sótano de la calle Garay donde lo había visto y, antes que él, Carlos Argentino Daneri. No, el Aleph de Borges estaba en su mundo interno y tanto el, como Carlos Argentino Daneri tuvieron la suerte de encontrarlo en el sótano, mirando desde el noveno escalón, en la oscuridad casi absoluta, después de haber practicado la inmovilidad que acelera la visión interna.
Se que después de la muerte, algunos mantienen la visión del Aleph. Me refiero a aquellos que han muerto y regresan para narrar historias incomprensibles para la inteligencia común. Mi amigo Luis Angel Duque tuvo dos accidentes cerebro vasculares. Estuvo muerto y regresó dos veces. Siempre fue culto y muy leído pero, después de su muerte, regresó con un conocimiento universal absolutamente extraño. Berrizbeitia que dedica su vida y su holganza en la montaña, a la lectura, le visitó una tarde. Fui testigo de aquel encuentro y comprendí que Duque había logrado materializar su Aleph en un cajón de su escritorio. Berrizbeitia, de manera subrepticia sacaba de su sombrero los más variados temas. Cosas que el conocía porque las había leído o las había pensado. Se refirió a Colón y al misterio de su anagrama indescifrable. Duque se quedó mirando a Berrizbeitia y le dijo acercándose a su escritorio ¡Aquí está todo, es el mejor libro escrito sobre Colón. Además hay otros libros! empezó a sacar cosas de la gaveta. A los pocos segundos, una decena de libros sobre Colón estaban sobre la mesa donde nos reuníamos. Después, Berrizbeitia le habló de Giotto y después de Caravaggio y así. Duque siguió sacando interminables libros del mismo cajón. La única posibilidad para que Duque tuviese en su gaveta la totalidad de los libros de la tierra, la biblioteca del Congreso, la de París, la de Alejandría es la presencia del Aleph en el interior de su escritorio. Algunos piensan que aquellos que regresan de la muerte, como Duque, se han vuelto un poco locos. Ahora yo se que, en el otro mundo, porque también estuve allí hace diez años, se descubre el Aleph.
El tema del tiempo y el espacio tiene aristas asombrosas. Por ejemplo, en la lengua quechua, no existen palabras para definir el pasado o el futuro. Su concepto del tiempo no es lineal como el nuestro, sino circular. Para ellos no hay pasado, presente ni futuro. No tienen un concepto del tiempo. Si una sociedad no tiene concepto del tiempo, me pregunto, tendrán la sensación del paso del tiempo tal como nosotros. Particularmente, creo que no.
El tiempo es relativo al espacio y lo es también la sensación de su paso. El espacio que habitamos, siempre que no estemos desquiciados, es nuestro cuerpo físico. De ser así, nuestra unidad vital determina, no sólo nuestro tiempo, sino también la sensación del paso del tiempo. Por ejemplo, si una niña tiene, digamos, veinte años, un año equivale a una veinteava parte del todo que es su vida. Para un hombre de sesenta, un año es sólo una sesentava parte del todo. Esto explica que, para un hombre de sesenta, la sensación del paso del tiempo es tres veces más veloz que para la niña de veinte. El misterio del tiempo es el espacio que es el tiempo. Para comprenderlo podemos hacer el ejercicio de la percepción del tiempo psíquico ya que todo es unidad y eso nos acerca a ese portal de lo infinito que es el Aleph. El que ha experimentado la muerte y, por ende, el Aleph está más allá del tiempo y del espacio. Ha muerto en el mundo de los muertos y vive la nada como la totalidad de lo consciente universal. Por eso, Borges pudo amar, más que a ninguna otra, a María Kodama que era una puerta hacia lo imposible posible, a la felicidad del “Opus Magnum” de los alquimistas medievales, la piedra filosofal del conocimiento de la naturaleza que se muestra y que se entrega. Borges, que era un sabio, fue feliz en la libertad que da la conciencia de la eternidad y la certeza de ser. Humildemente, desde mi pequeño ser de la nada, yo también. Oh! Alá que los que lean este extraño escrito y estas inverosímiles historias también descubran la felicidad en un pequeño espacio de la nada.
Para terminar el significado alquímico de la letra hebrea Aleph no deja de ser interesante. Es la primera letra madre del alfabeto y se le asocia a la energía y a la fuerza vital. Se le considera clave para la separación del azufre, la sal y el mercurio y se le asocia al elemento aire. El azufre y el mercurio se consideran los elementos masculino y femenino de la obra y la sal la energía que conserva y coagula. El elemento aire domina la imaginación y, por ende, los pensamientos. El Aleph puede identificarse también al Ara en los templos masónicos o a la tercera columna central del templo. Pero todas estas explicaciones son simbólicas y sin las claves que rasguen el velo de estos códices su comprensión es imposible. No hay alquimia sin la participación de las fuerzas masculinas y femeninas y sin la energía creadora de la vida la cual está en todo. El Todo en todo también es el Aleph.

Arkaúm