IMAGENES DE LA CAVERNA

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)

Los antiguos vascos tenían múltiples mitos y leyendas de origen telúrico que se pierden en la noche de los tiempos. Estos mitos y rituales, tan antiguos como la humanidad, encarnan todos los elementos comunes a las tradiciones originarias y tienen su base, en el conocimiento profundo de la naturaleza y sus manifestaciones sutiles. Como en todas las culturas originarias, la sabiduría y la imaginación popular va cubriendo el conocimiento primordial de un barniz pintoresco que, aunque primario, no deja de mostrar un lado del conocimiento de lo que Cornelio Agrippa llamó “la magia natural”. Es decir, el conocimiento de la naturaleza, sus leyes y la manera de utilizar sus fuerzas en beneficio de la comunidad, de su protección y de su salud física y mental.
Con la llegada del cristianismo, algunos enclaves de este pueblo fueron testigos de episodios terribles durante las persecuciones religiosas medievales. Uno de estos desafueros de la iglesia romana tuvo lugar en Zugarramurdi, un idílico rincón, alejado de todo y enclavado en las montañas del País Vasco. Allí, el inquisidor Alvarado persiguió, juzgó y envió a la hoguera a un grupo de “sorguiñas” sacerdotisas que participaban en los aquelarres en la, hoy llamada, cueva de las brujas y en el campo de los “Azquelarres” . Vasco por cierto, es el origen de la palabra aquelarre que se utiliza en castellano, para referirse a las reuniones de brujas entorno al “macho cabrío” símbolo de la fertilidad, quizás de inspiración tan antigua como aquella del “Bafomet” que tantos dolores de cabeza y persecuciones desató contra los caballeros templarios y que la iglesia, por la ignorancia de unos y el interés de otros, identificó con el diablo.
Zugarramurdi y Urdax son territorio de brujas, Lamias (mitad mujeres encantadoras y mitad animal, también se las identifica en la tradición judía con Lilith, la primera mujer de Adán, creada del barro, la cual, aburrida, escapó del paraíso terrenal y fue amante del demonio Asmodeo) Iratxoak que son duendes que habitan en los árboles y bosques. Gentilak, que son los gigantes, presentes en casi todas las tradiciones originarias y Mairoaks, constructores de cromlechs.
Se puede llegar a Zugarramurdi por extraños caminos en la montaña. Se desciende por una trocha empinada hasta el patio de una vivienda. Como si se tratara de un extraño ritual de pasaje, hay un perro feroz que cierra el paso. No existe un can de ojos tan biliosos. No hay manera de franquear al guardián de aquel lugar. Se planta de frente, con obstinación asombrosa. Al final, debe lanzarse contra la fiera y esta, retrocediendo y ladrando, permitirá la entrada.
La iglesia cristiana bastante abandonada y solitaria. Un postigo que se abre y, desde el cual, se es observado. Pueblo de brujas, o lugar encantado, visitado por curiosos extranjeros para observar la villa de las herejías. Es difícil hacerse una idea de lo que puede generar esta herencia terrible para unos, o fascinante para otros.
El verde de sus campos recuerda los parajes del sur de Chile y Argentina. Un letrero y una flecha indica la dirección del museo de las brujas y de la cueva de los aquelarres. De la soledad del camino, sale una manada de ovejas guiadas por un perro humano, no fiero, como el otro, por el contrario, amigable. O al menos eso parece. Dirige las ovejas. Las lleva a su destino que, estaría a sólo unos cientos de metros más abajo. La caverna está cerrada.
Los visitantes, decepcionados, vuelven sobre sus pasos y, cuando llegan de regreso al pueblo, el perro los busca.
En Zugarramurdi hay una bruja atractiva, sensual. Sus caderas muy anchas para su cintura. El origen ingenuo de imaginarlas viejas y feas, debe haber sido una invención de su propia cofradía con el fin de despistar a los curiosos. Ella mirará con picardía. Le dirá que es mejor que la cueva esté cerrada. Que pueden colarse en la caverna y que, así, la tendría sola y entregada. Entre brujos, le dirá cómo hacerlo.
Allí comienza un curioso rito, la comida vegetariana y mucho vino. Las tradiciones antiguas aseguran que la uva no es de este planeta. Al menos eso afirman los sabios de oriente y occidente. Se trataría de una planta traída de una dimensión paralela, o al menos, de un espacio, en el cual se reproduce el universo entero en reverso. Por eso escribimos hacia la izquierda y al revés, para romper las ataduras del mundo visible y viajar hasta el otro lado del aquí mismo. Afirman magos y nigromantes que existe un sol más oscuro que la noche, como ninguna oscuridad existe en este mundo. Que el verdadero universo es de tal dualidad que existe un dios desconocido, cuya luz supera toda luz y cuya sombra supera toda sombra. Una vez penetrado en el umbral de lo imposible posible, se bebe otra poción.
Además de la existencia de la cueva, hay un molino y, además del molino, algo de una magia superior e infinitamente poderosa: el árbol sagrado de la montaña de Urdax. Se trata de un roble milenario, cuyo espacio está entre los dos mundos. Espacio, por cierto, imposible de acceder desde un el estado habitual de la conciencia. El curioso aquelarre sólo se inicia en la caverna.
Se avanza por el camino hacia la gruta, pasando frente al presunto museo de las brujas. Hay que seguir, al pie de la letra, las instrucciones y volar sobre un cerco. Luego, hay que arrastrarse bajo las ramas de unas coníferas y saltar a un barranco hasta el interior de la caverna. Intuitivamente, la naturaleza, lo aparta del camino, indicando hacia una gruta oculta a la derecha del sendero. La oscuridad reina en aquel lugar y se pude percibir la energía vital de las entrañas de la tierra. El planeta, según afirman los heresiarcas, es un ser humano de grandes dimensiones. Humano de inmensa conciencia, pero enfermo. Su curación dependería, en gran medida, de la buena energía sembrada en los aquelarres de las cuevas.
Escalando un poco, entrará en el nicho que se abre. Al centro, el altar del macho cabrío. La “sorguiña” sentada en el ara cae en un trance profundo. En el ruido del agua que corre se escuchan los murmullos y las risas del azquelarre. Se siente el poder del Baphomet y, en el etérico, se participa. Se trata de un rito de alegría y entrega al amor. No es una experiencia religiosa. Más bien una fiesta. Como los marinos de Ulises, encantados por el murmullo de las aguas, quedan los participantes, felices ante la energía vital que ha penetrado en todo. Fuerzas telúricas. El elemento tierra, se manifiesta en el interior de la caverna. No es como la energía solar de los rituales herméticos, ni como las fuerzas lunares que se apoderaron del ser en las aguas de Isis, navegando el Nilo.
Es una fuerza oscura, pero no por eso “tenebrosa”. Un poder que está en el origen de las aguas subterráneas del interior de nuestra tierra interior. Por las rodillas, penetra el fuego de las entrañas del planeta. El fuego estelar que anima el cosmos, renovador de los volcanes. Fuerza generadora de los cambios por llegar. En un momento dado, se verá un sol en la oquedad. Se trata de un regreso a la unidad primordial de todo lo que existe, la inexistencia de todo lo que consideramos existencia, verdad o realidad. La meditación se revela como paz antigua. Amor libre por todo y todas las cosas existentes e inexistentes. Retorno a la unidad de los opuestos que simboliza el Macho Cabrío, el Bafomet de los templarios, mitad macho y mitad hembra, como el hermafrodita de los antiguos griegos, el misterioso dios Abraxas, o el “San Juan” andrógeno de Leonardo que, en la “Cena Viciana” se confunde con María Magdala.