LA CRISIS Y LA NAVEGACION INTERNA

La crisis nos afecta a todos. Esta crisis no deja de tener un origen mediático o simbólico. Sin embargo, ha comenzado a sentirse en el mundo visible, plano de nuestra cotidianidad. Como ya hemos dicho, el psiquismo de la escasez, está arraigado en nosotros desde nuestra programación cultural. Se originó en la tradición de las culturas del desierto, tradición de la escasez y en las tradiciones nórdicas, invernales. Estas tradiciones, transferidas a nuestro continente, donde todo era abundancia, degeneró en nuestra dependencia psicológica y material de la cultura ganadora que, desde la escasez, produjo todo el sistema económico, social y político que está a punto de destruir, literalmente, nuestro planeta.
Toda nuestra cultura se basa en el dinero. Y los bienes y servicios, sólo tienen valor, si son escasos. Paradógicamente, el mercadeo, tiene como función psicológica primordial, crear escasez, o apariencia de escasez. Para esto, por todos los medios, se nos crean necesidades nuevas. Para un jóven, el nuevo celular, o la marca de moda, se convierte en una necesidad psicológica. Es decir, se siembra, la sensación psicológica de escasez.
El budismo, por ejemplo, como todas las tradiciones serias y basadas en la tradición originaria, nos dice que debemos trabajar el desapego, qué sólo así nos liberaremos del “samsara” o mundo ilusorio, para penetrar en el mundo de la verdad. Pero estamos, permanentemente, bombardeados por toda clase de apegos, emocionales, sentimentales e imaginarios, apego a bienes materiales que, día a día, se convierten en necesidades falsas.
Podríamos afirmar que, el 90% (quizás más) de los hechos que afectan nuestra cotidianidad, responden a variables que no controlamos. No controlamos las catástrofes, ni la vida ni la muerte, ni las reacciones de los demás ante situaciones diversas, ni tenemos acceso al mundo de la causalidad. No sabemos ni siquiera los efectos que, ciertos productos, pueden desatar a nivel planetario. Nuestra vida es como una hoja que lleva el viento. Sólo podemos conocer las leyes de la naturaleza y prever los efectos de algunas acciones.
Vivimos inmersos en este mundo visible “el samsara” en el cual se manifiestan, permanentemente, toda clase de contradicciones y conflictos. Por las razones expuestas, no podemos hacer nada para detener la crisis económica mundial. Es como si la humanidad estuviese programada para generar la crisis y, paradójicamente, para su autodestrucción. Sin embargo, cada uno de nosotros, los que estamos aquí, podemos navegar en las olas turbulentas de los problemas materiales y psicológicos que bambolean nuestra embarcación.
Lo primero que debemos hacer es desidentificarnos de los fenómenos externos. Comprender que los hechos nos afectan de acuerdo a cómo los percibimos en nuestro mundo interior. Nosotros, si realizamos el trabajo espiritual indicado, podemos practicar el desapego y convertirnos en los únicos dueños de nuestros instintos, de nuestras emociones y de lo que imaginamos.
Por un lado, debemos traer nuestra conciencia a donde le corresponde, al lugar donde está nuestro cuerpo. Es decir, nuestra conciencia debe manifestarse dentro de nuestro cuerpo. Sentirla allí y vivir desde nuestra unidad vital. Para esto hay que realizar los ejercicios de desidentificación con el mundo exterior. Tomar conciencia plena de todas nuestras acciones, movimientos y observar el flujo de nuestros pensamientos para realizar la alquimia y separar lo mecánico de lo consciente que, en un principio, será ínfimo ya que todos nuestros pensamientos, emociones y valores son implantes culturales, mecánicos, ajenos a nosotros. Pero para despertar, primero hay que estar. No se puede despertar, sin estar. No se puede ser sin estar. Así que toda la energía, en la primera etapa del trabajo, debe concentrarse en retener la conciencia en el cuerpo físico y, desde allí, crecer y hacer que esa conciencia y su nexo con el vehículo, se haga permanente.
Desde un nivel de conciencia elevada, trabajaremos primero en los elementos más densos y evidentes que nos enganchan al mundo de la ilusión y de las falsas nacesidades. Al “samsara”. En todas las tradiciones originarias, este primer elemento es lo instintivo. El centro instintivo se relaciona con el elemento tierra. En algunas tradiciones, como la masonería, este viaje al interior de la tierra se realiza antes de comenzar la ceremonia misma de la iniciación. En esa escuela, se impone una profunda reflexión. Una introspección. Ese centro instintivo es la sede de casi todos los vicios más comunes. El alcoholismo es, fundamentalmente, un vicio de la tierra y del aparato digestivo. También lo es el tabaquismo y la drogadicción. La gula y hasta la lubricidad está relacionada con el aparato digestivo. Si colocamos este centro bajo el dominio de nuestra voluntad y de nuestra conciencia, tendremos poder sobre nuestros vicios.
Los vicios emocionales son también elementos que nos esclavizan. Todas las emociones que habitualmente tenemos, son de orígen programático e inconsciente. Estas emociones responden a implantes culturales. A valores morales y a creencias que nada tienen que ver con la única y verdadera emoción que es el amor. El amor es armonía y generosidad total. El que ama no desea nada a cambio, ni exige nada. El amor nada tiene que ver con los demás está en el mundo interno del hombre o la mujer. Es un estado de ser. Es la única verdadera felicidad. Todas las demás felicidades, basadas en supuestos “principios” y en criterios culturales, nada tienen que ver con la plenitud y con la vida y la energía que la mantiene. El rígido e intolerante, no comprende la vida verdadera, ni su fluir, no comprende la leyes que rigen el universo. Está matando en si mismo la posibilidad de ver y de amar libre y verdaderamente. Así como existen modelos de pensamiento inculcados por creencias ancestrales y prejuicios de toda índole, también existen modelos, o moldes emocionales. La gente cree que debe sufrir ante ciertas circunstancias, porque no tiene acceso ni comprensión de los fenómenos naturales. Me refiero a toda clase de emociones atávicas y programadas. Es decir, mecánicas.
Lo mismo ocurre con la imaginación. Imaginamos situaciones fastas y nefastas porque suponemos que algo es fasto o nefasto. Vivimos, en realidad, un mundo ficticio. Imaginamos el futuro y estamos anclados en el pasado. No somos capaces de vivir el presente y, por eso, no vemos lo único que es. Esto lo hemos repetido mucho, se dice mucho, pero hay que repetirlo pues no se comprende plenamente. Lo que ES suele ser más sencillo y claro de lo que inmaginamos cuando elucubramos e intentamos dilucidar el futuro o nos proyectamos al pasado. Cuando aprendemos a respirar y lo hacemos conscientemente, podemos penetrar en el universo de nuestra imaginación y de nuestros pensamientos y detener ese flujo de pensamientos incoherentes que no permiten escuchar el silencio del Todo.
Otros vicios que conforman elementos mecánicos y pasionales que nos roban la existencia, son aquellos relacionados con la sexualidad, sus tabúes y conceptos desligados, no sólo de la realidad, sino también, de las leyes de la naturaleza. La sexualidad mecánica y compulsiva tiene un peso tremendo en lo que pensamos, imaginamos y sentimos. La civilización ha estigmatizado el sexo, las religiones, en su gran mayoría, lo ven como algo pecaminoso o como algo prohibido o como algo que debe reprimirse. De allí que se establece un control social por medio del miedo y la represión. Todos los conceptos que tenemos sobre el sexo son intencionados, mecánicos y falsos. El sexo es, en realidad, la única manifestación del Dios, en este mundo visible. Todos los seres vivos se reproducen por medio del sexo y es la energía que mantiene la vida. Toda la vida. La del mundo visible y la de los planos invisibles. La sexualidad inconsciente es, simplemente, un acto animal. Sin embargo, la sexualidad consciente es un acto divino y universal. Pero para que esto ocurra hay que despertar primero. Elevar el nivel habitual de conciencia y salir del mundo pasional. Lo pasional es lo que nos toma y nos controla, dede afuera. Lo consciente es un poder que nace desde el Dios que vive en el individuo. La consciencia es el nexo entre el individuo y el Dios. Pero muy pocos, debido a la programación mental descrita, comprenden el fenómeno de la conciencia y la posibilidad de modificar, a voluntad, el nivel de consciencia.
El hecho de mantenerse en un nivel “chato” de la conciencia, trae no pocos problemas al hombre y a la mujer que no tienen herramientas para modificarla a voluntad. El más evidente es su imposibilidad para comprender lo que es LA VERDAD. Cuando modificamos nuestro nivel de conciencia y la ampliamos, se modifican también todos los niveles de significación. Es decir, todos los hechos y fenómenos de la vida adquieren un significado diferente. Lo que ocurre es que LA VERDAD es asequible al hombre sólo parcialmente. Así sólo podemos comprender lo que nos permite nuestro nivel de conciencia. Lo que no vemos, lo llenamos con creencias y suposiciones. Todos los seres humanos ven una parte de la verdad, teñida por la programación recibida y por el sueño hipnótico descrito en los párrafos anteriores.
LA VERDAD, con mayúsculas es un enorme brillande con millones y millones de aristas. Cada persona ve una pequeña parte de la verdad y todos ven, en cierta medida, su verdad. Cuando elevamos nuestra conciencia y nos liberamos de nuestros condicionamientos internos, de nuestros prejuicios religiosos, académicos, sociales, raciales y científicos, podemos ver un poco más de la verdad. Cuando abandonamos nuestra rigidez y nos volvemos tolerantes podemos acercarnos a la verdad del otro que es también parte de la verdad. Cuando nos desidentificamos emocionalmente, distanciándonos de lo que creemos, podemos mirar más objetivamente algo y descubrir un poco más aquella VERDAD velada al hombre común. Entonces podemos ser tolerantes. Dejamos de juzgar porque descubrimos la escalera de la verdadera sabiduría, la humildad y la mansedumbre. En el mundo sutil del espíritu, el sauce es más fuerte que el roble, porque no se quiebra. Las verdaderas leyes del universo son insondables desde la conciencia habitual, pero accequibles al hombre y la mujer desde una conciencia elevada. Si nos identificamos emocionalmente, imaginativamente y psicológicamente, jamás podremos vivir en paz porque identificaremos los “puntos de vista divergentes” como agresiones a nuestra verdad. Eso, de verdad, es una tontería.
El secreto de la paz interior y de la paz en la tierra está en comprender que todos están en la verdad con minúsculas. Que en el pequeño mundo de las contradicciones “lo que es bueno para el lobo, es malo para el cordero y lo bueno para el cordero, es malo para el lobo” pero que existe la posibilidad de escapar a ese mundo de las contradicciones internas y en contrar la verdadera paz. El que siente odio y rabia no puede ser feliz. Sólo se alcanza la felicidad cuando se comprende y se acepta la diversidad como parte de una verdad universal, en el plano de las cosas visibles.
Si descubrimos que nuestra vida está regida por los mecanismos del “inconsciente colectivo de la especie” como lo afirma John Baines, tal como ocurre con las demás especies y que sólo comprendemos lo que nos permite nuestro nivel de despertar, entonces estamos en el camino correcto. Podemos trabajar para elevar nuestro nivel habitual de conciencia, colocarnos en el lugar de los demás y penetrar en su mundo para ayudar a desdertar, despertando nosotros. Este camino nos llevará hasta que ampliemos nuestra conciencia y logremos descubrir nuestra absoluta trascendencia como seres individuales.
El descubrimiento de esa certeza de ser es la única verdadera libertad. Nos liberamos de nuestros temores y miedos, del egoísmo y de la ambición, del deseo de subyugar y gobernar a los demás y, lo más importante, nos liberamos de la tiranía de nuestro ego. Ya no nos importa el qué dirán y somos libres. Esto nos permite actuar y hacer en la vida lo que tenemos que hacer, líbremente, sin condicionamientos. Hasta el momento en que “despertamos” es cómo si hubiésemos vivido con una mano pegada a nuestros ojos. Al distanciarnos de la mano, descubrimos que tiene cinco dedos, que los dedos sirven para tomar las cosas, para comunicarnos por señas, para construir, sembrar, cultivar, que dada dedo tiene uñas… y así con todos los hechos y fenómenos de la vida.

Arkaúm.