LOS TEMPLOS DEL SEXO SAGRADO EN KHAJURAHO

Por Nicomedes Zuloaga P.


La India es multitud, sorpresa, misterio y devoción y quizás, los templos eróticos de Khajuraho, la más sorprendente de las devociones. Los Chandellas gobernaron la India Central durante más de quinientos años, construyeron algunos de los monumentos más atípicos del Oriente. Asombrosos, no sólo por su majestuosidad y perfección, sino por el carácter, digamos, impúdico para las mentes que aún no han descubierto el poder del sexo sagrado. Sería superfluo enumerar los iluminados gobernantes de la dinastía cuya tradición podríamos desmadejar hasta nuestros días y descubrir a los Chandellas en algunas familias Singhs.

Entre los años 950 y 1050 construyeron los templos y las Shikharas “eróticas” de Khajuraho, Orcha y otros remotos lugares de Madhya Pradesh e impulsaron un renacimiento artístico en la música, danza, literatura, pintura y la escultura. Las artes florecieron, presuntamente, estimuladas por el clima de libertad interior y poder creador generado por la misteriosa fuerza de la sexualidad. Los entendidos atribuyen las edificaciones a Dhandadeva, Ghandadeva y Paramardideva, ellos mismos, exquisitos poetas y artistas.

 Llegar hasta Khajuraho, desde Benares y en buses de tercera es, de por si, una aventura digna de  varias páginas de asombrosa narración. Sin embargo, no me extenderé demasiado en tan pueril ejercicio. Sólo diré que, viajar sobre un arrugado mapa vial y subirse al bus y rodar por carreteras destruidas, es la diferencia entre el sueño y la realidad. Tomamos la vía de Mirzapur  y, rayando la media noche, llegamos a Rewa.  Pernoctamos en un burdel cercano a la estación para continuar, al amanecer, hasta Khajuraho.

Gracias a lo remoto y alejado del Ganjes, estas construcciones se salvaron de la destrucción Mogul y sólo en 1938, estas joyas fueron redescubiertas, abandonadas en medio de la maleza, por un capitán del ejercito británico: T.S. Burns que, por cierto, hizo gala de una insufrible mojigatería al escribir el informe de su “nefando” descubrimiento.

El carácter, digamos, impúdico para las mentes que aún no han descubierto el poder del sexo sagrado.

Para comprender los ritos, es importante conocer los mitos. La tradición de los Chandellas está ligada a una leyenda que tiene cierta relación con aquella de la dinastía solar y, por lo tanto, con el de la seducción de Shiva por Parvati (la hija de la montaña).

 Humavati, una joven Brahmín, tuvo una aventura sexual con el dios de la Luna. De la relación extramarital nació el sabio Chandramasva o Chandratreya, patriarca de la dinastía de los Chandellas. A Hamavati se le exigió realizar el repulsivo sacrificio de la clausura “Bhanda yoga” para limpiar el honor de la dinastía, pero en su lugar, el Dios de la luna, le otorgó a su hijo el conocimiento de la piedra filosofal.

En vista la complejidad de la historia original, haré una síntesis, ridícula por su simplificación, del mito de Parvati, hija de Himalaya, rey de la montaña.  Los demonios habían usurpado el gobierno del mundo y nadie, salvo el hijo de Shiva, tenía el poder de derrotarlos. Pero Shiva estaba dedicado a profundas meditaciones tras la muerte de Sita, su primera consorte. Parvati decidió seducir a Shiva. Para lograrlo, se dedicó a realizar indecibles ayunos y sacrificios hasta que su piel se secó bajo el sol y su belleza se deterioró. Un joven brahmín se acercó y le preguntó porqué una bella princesa realizaba tan radicales ritos y ella le dijo que Shiva era su amor y su señor. El Brahmin le dijo que Shiva era destructor, aniquilador y Dios de la muerte. Ella le respondió que Shiva es a la vez, pobre y fuente de riqueza. Aterrador y fuente de alegría. Que puede cubrirse con guirnaldas de serpientes o de flores. Y, además, era hijo de si mismo porque, cómo podría haber nacido, si era el creador de lo increado dador de la vida. El brahmín se desnudó y, en su cuerpo, parvati descubrió que era Shiva.

El Shiva Purana afirma que el pene de Shiva, por un encantamiento, cayó a la tierra incendiando todo a su paso, encarnando al mismo Shiva. Ese Lingam (pene) fue a caer dentro de Parvati que se había convertido en gran vagina (Yoni) para recibir el pene de Shiva  que se había desprendido.

Parvati también se manifiesta con los aspectos de Uma, Durga y con el de la temible de Kali, diosa de la justicia, la violenta muerte y la destrucción. Representada con un collar de cráneos.

Humavati, una joven Brahmín, tuvo una aventura sexual con el dios de la Luna. De la relación extramarital nació el sabio Chandramasva o Chandratreya, patriarca de la dinastía de los Chandellas.

Pero Parvati es sobre todo la diosa del poder de la vida, la muerte y la resurrección. De la energía vital creadora  transformadora. Es la energía sexual de la shakti que mantiene la vida de los seres. Amor supremo. Los Upanishads la identifican con Uma Haimavati que es la reencarnación de Sati, la primera esposa de Shiva que se había inmolado. En definitiva, Shiva y Parvati simbolizan la unión de los opuestos, la síntesis genésica que se realiza en el “permanente orgasmo sagrado” que viene a ser la meta del tantrismo. De allí que los templos de los Chandellas tengan especial predilección por Shiva y Parvati en su unión vital, transformadora y dadora de la vida. Parvati representa a la Shakti que es la madre de todo lo existente, cuya energía primordial es la sexualidad. En nosotros los humanos, se manifiesta como la serpiente Kundalini. Los secretos tántricos, al igual que la alquimia sexual en occidente, sólo se transmite de boca a oído. No hay una fórmula determinada, ya que lo que determina el rito, es el nivel de conciencia de los participantes.

 Sería osado pretender transmitir la inasible realidad del tantrismo, diré si que, una característica, no poco contradictoria para el occidental, es la identificación perfecta entre los operadores y Shakti . Es decir, entre los participantes y Dios. La energía de Kundalini que es Dios y  Diosa, no es una realidad aparte, sino el iniciado mismo.

El rito pretende, como en la alquimia occidental, elevar la conciencia de los iniciados hasta alcanzar los más altos niveles de despertar y, acceder así, a la liberación de la rueda de la vida. En la alquimia sexual, el hombre tomaría la energía proveniente de la sacerdotisa que debe ser una mujer sana y, preferiblemente, sin hijos. Ella  se convierte en “pontífice” entre los dos mundos.  El mundo visible y el mundo trascendente.

Hay dos caminos en el tantrismo, el de la mano derecha que es el de la meditación y la sexualidad magnética, y el de la mano izquierda que se realiza durante el Maithuna, coito físico consciente. En el rito de la mano izquierda, los fluidos vaginales y el intercambio o adoración genital mutua, son fundamentales.

El Dios de la luna, le otorgó a su hijo el conocimiento de la piedra filosofal.

El operador debe ingerir estas secreciones “amrita” que son consideradas como el elixir de la vida. Sin embargo, todo proceso se basa en la posibilidad de despertar el poder Shakti dentro de nosotros, verdadero combustible para la liberación y trascendencia. El operador debe lograr transmutar su sexualidad al punto de no tener orgasmos fisiológicos recibiendo la energía de los orgasmos de la sacerdotisa que incorpora al hombre en el útero de la naturaleza que, por correspondencia, es continente universal.

Los templos se construyeron al centro de una ciudadela amurallada a la cual se entraba por ocho puertas. A cada puerta, se accedía franqueando dos palmeras, columnas que soportan la bóveda celeste.

Es la energía sexual de la shakti que mantiene la vida de los seres. Amor supremo.

El templo de Lakshman ilustra el viaje de la iniciación que es también un proceso de ascenso en la escalera de la conciencia. En el lado norte (de la mayor oscuridad) se inicia el viaje con la imagen de Ganesha, el que abre los caminos. Se avanza en una suerte de “viacrucis pagano” donde nos topamos con imágenes de batallas, raptos primitivos, violaciones y esculturas que representan el intercambio sexual, bestial, digamos, con diferentes animales reales o imaginarios. En esa base del templo, se nos muestra el mundo pasional. El nigredo de las tradiciones alquímicas occidentales. Se circula de manera dextrógira como símbolo del viaje en el mundo visible. Una vez terminada la circunvalación ascendemos por la escalera a la siguiente etapa en la cual se nos presentan imágenes del más exquisito erotismo.Las “gopis” (vaqueritas de los campos aledaños) y las jóvenes cortesanas se entregan, no sin antes manifestar cierta reticencia, a las demandas de los señores que las poseen de mil maneras diferentes en su danza ritual. Sin duda, se trata de una representación del camino de la mano izquierda del tantrismo.

Una vez dentro del templo, se asciende hasta el ara donde se encuentra el Lingam sagrado. Símbolo de la energía vital, pene de Shiva. El viaje levógiro nos lleva al ascenso y la desintegración del poder pasional que se trasciende. El ascenso, hasta la gracia suprema de la unión sagrada, orgasmo de los dioses y las diosas, unión de todos los opuestos, desaparecen las contradicciones. En esa etapa, los participantes se han liberado y dejaron de ser en este mundo, para transmigrar, durante aquel “Maithuna” (coito) sagrado, al espíritu de Shiva y Parvati. Más allá de todos los apegos. Se accede entonces a una eternidad, más eterna e intangible que la de Platón,  tan encarcelada en una individuación occidental.

Una vez dentro del templo, se asciende hasta el ara donde se encuentra el Lingam sagrado.

Cuando terminábamos de realizar nuestro viaje por los senderos del Tantra, en la oscura profundidad del templo de Mahadeva, nos encontramos con dos Sikhs, padre e hijo, que estudiaban y discutían el profundo simbolismo en el templo de sus antepasados. Lo hacían en perfecto inglés de Oxford, no en el que los indios ya nos tenían acostumbrados. Nos dijeron que volásemos, raudos, al templo de Parvati. Qué allí encontraríamos al guardián, gran conocedor del sendero.

El templo de Parvati (O de Shiva y Parvati, como lo definieron los sikhs) estaba, además, custodiado por grandes monos.El guardia, con un garrote, los apartó de nosotros y, linterna en mano, nos mostró la sacerdotisa atemorizada y llorosa hasta ser seducida y después, su bella y redondeada teta. En un lugar recóndito, complacida, la vimos entregarse al Dios y pellizcó suavemente su pezón sagrado. Luego, feliz, se entregó al placer en un “Maithuna” penetrada por el dorado “lingam”. Nos mostró el lugar del caballero y de sus músicos y el de la sacerdotisa y sus divinas cortesanas. Y, al centro, el altar del amor, donde con la ayuda de las divinas mujeres, se realizaría el Maithuna sagrado y, ritualmente, se repetiría la historia de la seducción de Shiva.

Así, unidos en un astro candente, sólo de fuego y de conciencia, en un ser apolíneo y unitario, observamos como nuestros cuerpos opacos, se convertian en luz y fuimos la trimurti unificada de Brahma, Vishnú y Shiva con sus múltiples consortes  danzando más allá de la vida y de la muerte con sus infinitos brazos, en los “espejos del tiempo”.