Caribe, el hombre de la tierra y del mar atisba el horizonte. Espera, como siempre, la llegada Dell lebranche, del jurel, carite o tajalí pero, a lo lejos, se acercan los navíos con sus cruces y sus velas blancas. Nunca había visto esas velas y esas cruces, ni aquellos hombres azules, con sus cuerpos de metal brilloso. Pero el hombre de la tierra y del mar, el caribe, con cautela, al ver que de los navíos descendían hombres enormes, con cuerpos de bestia y patas descomunales, cuando escuchó el trueno y el rayo en sus manos, después de luchar, huyó a la selva eterna inmensa y abundante. Escapó con los hombres pájaro y con su idioma de los pájaros que eran espíritus superiores. Abandonó el mar para internarse en lo profundo de la tierra y navegar las aguas del caudaloso Orinoco para encontrarse con Canaimo y reencontrarse con el árbol enorme de la vida en el Autana. El tiempo que acumula la memoria bajó al invasor de sus bestias y la lujuria de la tierra unió el mar y la tierra y las costas lejanas en el feraz útero de la naturaleza.