Namrá El Inmortal

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         CAPITULO II

LA PIEDRA

La experiencia y la vida,  me han enseñado que, las Piedras, tienen un sentido verdaderamente mágico. Pueden guardar las energías provenientes del cosmos y encarnar poderes fastos o nefastos.  Las Piedras preciosas tienen relaciones con poderes, cualidades  y correspondencias con los astros. En realidad, las piedras están vivas. Ellas guardan secretos tan antiguos como la historia del planeta y, algunas, tan antiguas como el origen de los tiempos. Sin embargo, las piedras sólo hablan a seres que tienen oídos sutiles, capaces de escuchar la voz esencial de la naturaleza. Sólo a ellos comunican sus secretos milenarios. Recuerdo que, hace años, regalé una piedra a un amigo. Encontré el guijarro en una calle de Buenos  Aires. Era especial. Me habló en el lenguaje de las piedras y me dijo, esta es la piedra de Guillermo. La metí en una caja bonita y se la di en su cumpleaños. El se quedó sorprendido. Era incrédulo y pragmático. Sacó la roca de su envase y la miró por todos lados. Me preguntó -¿Qué carajo es esta piedra?

Para tranquilizarlo, le dije que la observara con atención. Que la piedra empezaría a crecer. Que era un guijarro especial. Nos reímos un rato, pero antes de irme, le insistí en secreto que observara la piedra cada cierto tiempo. Años después me confesó que estuvo obsesionado con el tema de la piedra y llegó a pensar que había crecido. Yo, por mi parte, me dediqué a observar la piedra que era Guillermo y lo vi crecer. El creció. Vivió las pruebas que le tocaba vivir a mayor velocidad que el resto de la gente.  Los judíos dirían que aceleró su tikún. Hoy día, Guillermo es una piedra mucho más pulida.

Recuerdo el humo de la caverna. El olor intenso de la carne chamuscada y del sudor. El almizcle de los fluidos animales y, sobre todo, el martilleo permanente de las piedras para sacar filo a las puntas de lanzas y flechas que proveían nuestros alimentos y servían para nuestra defensa.

En medio de aquella hediondez y esa penumbra, me acerqué a un Viejo sin nombre. Recuerdo claramente su color cetrino. Siempre sonriente. Sus ojos vidriosos manifestaban esa presencia del espíritu primigenio, el Dios que habitaba los cuerpos de algunos hombres extraños.

¡Ajaaaa, aja, ajá!

Se escuchaba el grito del guardián de la caverna.

Entre gruñidos que parecían frases, los hombres y Mujeres se armaban de flechas y de lanzas, de mazos y macanas, de grandes piedras y se preparaban para enfrentarse al “dientes de sable” o al mamut.

Afuera de la caverna, reinaba un frío intenso. Los grandes mamíferos eran los reyes de aquel mundo perdido. Eran nuestros depredadores y, también, nuestro alimento. Por aquel entonces, ya me hacía preguntas sobre el mundo que me rodeaba, aunque desconocía el terrible destino que me esperaba y la memoria inmortal que vivía ya dentro de mi.

– Siéntate a mi lado – me decía arrimando un gran hueso tallado – mira lo que te rodea ¿ te das cuenta que nada de lo que vés es auténtico. Que esta vida es pasajera y todo es ilusión y sueño ?

El viejo innombrable había descubierto mi talento y, entre gruñidos y lisonjas, me enseñaba sin que yo lo supiera. El sabía que vivía en un mundo de animales y que, en su soledad, necesitaba comunicarse con  un alma.

Mi madre salía de cacería y se ausentaba, por largos períodos, con el resto de la tribu. Me dejaba con el Viejo. La entrada de la cueva era suficientemente pequeña para que sólo pudiese entrar un humano, pero las grandes bestias del mundo exterior podían ser muertas desde el interior.

Durante aquella noche interminable y fría, nos relacionábamos con sonidos guturales que apenas empezaban a tener cierta coherencia. Las vocales se referían a la cosa nombrada y las consonantes definían el estado de ánimo de la persona que hablaba.

-Ajjjj, ajjjj, ajjj- era tristeza.

-Coilooo, coilooo- era alegría de buena caza.

– Uri,uri, uríííío – nombraba a las piedras y estas se movían con ese nombre.  Cada palabra pronunciada, generaba una reacción concreta de esas fuerzas y de las cosas. En aquel idioma, el Viejo, me enseñó el arte de fabricar flechas. Sentado  junto al fuego, martillé con paciencia y habilidad la obsidiana.

El viejo me dijo:

– Aprende a conocer el alma de las piedras y comprenderás la arquitectura de todo lo que existe. La sabiduría y la ciencia está oculta en toda la creación. Respeta a los Dioses y déjate guiar por tu intuición. No te alejes de tu padre, el rayo que es la luz y el origen del fuego y la manifestación del Sol que es el jefe de los Dioses.

Martilla suave – decía – suave y con muñeca, aprenderás tu oficio. No pienses, martilla y deja que tu brazo sea la piedra. Que tu respiración sea la piedra. Que tu dureza sea la piedra y que se vuelva blanda la roca como tu, cuando te ríes. ¡Ríe! cuando la piedra ría. Entrégate a tu brazo y te convertirás en brazo. No luches con la roca, pues la roca eres tú.

El humo irritaba mis ojos y penetraba por mis narices. A veces, era incómodo trabajar pues, para vencer el frío, nos pegábamos unos a otros. En realidad éramos más una manada de monos que una tribu. Todavía había pocos humanos entre nosotros.

El viejo me llevó muchas veces de cacería. Al principio, salíamos cerca de la caverna.

Conviértete en conejo – me decía mientras nos arrastrábamos entre los helechos y los arbustos – pon tu corazón en el conejo y tu lanza lo alcanzará pues será guiada por el alma de los conejos.

Fui tigre, gavilán, lobo, venado, cuervo, nutria, tapir, lechuza, serpiente, tortuga, pez, mamut y petrel. Conocí e incorporé el alma colectiva de las bestias que me enseñaron la magia de su propia naturaleza salvaje. Como el gavilán volé sobre la selva eterna. Comprendí que el mundo puede verse desde arriba y desde abajo y que los pájaros eran espíritus superiores. Como tigre aprendí el arte del acecho y la decisión en el ataque. El lobo me enseñó el valor de la familia y la importancia del grupo, también aprendí que el jefe de la manada tiene derechos sexuales sobre las hembras y me convertí a veces en jefe de manada o en lobo solitario. El venado y el ciervo me enseñaron que la ingenuidad, sin velocidad, se paga con la muerte. El cuervo me enseñó que, a veces, es mejor pasar desapercibido y alimentarse de pequeñas alimañas sin importunar a los demás. La nutria me enseñó el arte de nadar y que los ríos son las mejores carreteras cuando no hay que dejar huellas. El tapir me mostró los caminos secretos de la selva y que es mejor vivir oculto y mantener en secreto nuestros conocimientos para no ser objeto de la envidia. La lechuza me enseñó a ver en la oscuridad y a descubrir la verdad más allá de la apariencia que, la inmovilidad, es el mejor de los disfraces. La serpiente me enseñó que la sabiduría es un veneno que debe administrarse, que el conocimiento puede ser mortal para los mortales ya que, como una cobra, se despega de la frente y penetra en el alma de la víctima.  Me convertí en tortuga para descubrir que, no por ser lento, se es inepto y que, a veces, es mejor avanzar con paso firme aunque tardemos más, descubrí que lo lento suele ser más fuerte que lo rápido. Los peces me enseñaron que nada desvía mejor una lanza que pretende atravesarnos que el reflejo de las aguas y que la mejor defensa ante la amenaza de una fuerza mayor, es nadar corriente abajo y buscar las aguas mansas para avanzar corriente arriba durante la noche, cuando duerme el pescador. El mamut me enseñó las ventajas de una memoria prodigiosa, ya que la memoria nos muestra el camino de regreso que es el más importante para un alma encarnada y el petrel, que no hay mayor placer que volar en la tormenta cuando somos hábiles pilotos en el vuelo de la vida.

Al cabo de años de enseñanza, me di cuenta que comprendía cosas que para los demás eran misterios. Que podíamos cazar el jabalí haciendo trampas, sin tener que enfrentarnos con la bestia.

Han pasado miles y miles de años y, a veces, pienso que, entre nosotros, todavía hay menos humanos que animales. Las guerras continúan como cuando vivíamos en las cavernas. Íntimamente, sabemos que la bestia manda en la manada humana. Que los más violentos, o los astutos, son los líderes y no los sabios.

Trabajar la piedra es siempre un aprendizaje. Su dureza es, a veces, casi irreducible. Su tendencia a quebrarse cuando queremos lograr la arista más filosa hace que el trabajo de la piedra sea la clave de la tradición de la enseñanza. La piedra hay que conocerla desde el comienzo.

¿Cómo es esa piedra que soy yo y cómo empiezo a trabajarla?

Visualiza la flecha en su interior, ella te dice lo que debemos hacer con ella. La figura, el arma o el collar. Después debemos trabajar – me decía el viejo – al principio con delicadeza, ya que las piedras tienden a quebrarse. Hay que golpearlas con suavidad y con destreza. Descubrir su lado flaco y trabajarla desde allí. Mientras más dura es una piedra, más proclive a quebrarse se ha vuelto con los años que ha pasado bajo las grandes presiones del subsuelo y las temperaturas del magma. A estas piedras duras y antiguas, sólo la erosión la modifica.

Aprendí que, los principiantes, deben trabajar con las piedras duras y, apenas, les dan la semblanza de la forma deseada. Los compañeros de la caverna deben asegurarse que ya la piedra esté perfectamente cúbica y los maestros trabajan en piedras que ya están trabajadas  o en piedras que han nacido blandas y con las cuales se pueden hacer obras de arte. Yo estaba entregado a estos pensamientos mientras trabajaba mi piedra. Pero, de pronto, algo cambió dentro de mí.

La piedra que tallaba, me enseñó el camino hacia la carne y las pasiones que todavía rigen el alma cautiva de los hombres. Se apoderó de mí, el diablo del amor. Todavía no existía un concepto de Dios, Dios era todo y la creación realizaba su prodigio ante nuestros ojos. La conciencia de ser, vivía en mí y el pensamiento era una tenue meditación.

Aquel despertar, me dio la clave de la existencia superior unida a lo inferior, unión de los opuestos, la amalgama que todo lo convierte en unidad. Me refiero al despertar de una necesidad y una atracción hacia la hembra y a lo que ocurrió después. El olfato me guiaba hacia lo que el instinto mandaba. En mi, se libró una lucha brutal entre el ser y el animal.

El almizcle de la hembra se unió, con una certeza casi sobrenatural, al recuerdo de la vida eterna. La vi. y observé como el viejo me miraba con sorna. El movía la cabeza de un lado para otro y, como abandonando cualquier esperanza de que me concentrara en el trabajo, levantó los brazos en jarras y dijo:

-Hachaaa, hachaaaa- se levantó con cierto esfuerzo, apoyándose de otro aprendiz y se perdió en la tiniebla de las galerías interiores de la cueva.

Pulí una obsidiana, no como una flecha, sino como un corazón de bordes redondeados que latía en mis manos y me acerqué sigiloso hasta Kutuc que me miró con sorpresa y temor.

¡Kutuc, Kutuc! – Le mostré la obsidiana sin quitar la vista de sus ojos. Sentí al tigre o al jaguar penetrar en mi cuerpo. Le puse la obsidiana entre sus manos y la piedra estaba viva con mi trabajo y con la intención de cada golpe. La atracción de la hembra por las piedras pulidas es tan antigua como la humanidad y ella esbozó una sonrisa que yo interpreté, correctamente.

Salté sobre la hembra con mi cuerpo fiero, el animal se unió a mi corazón y me guió hasta su carne tierna. Nos revolcamos en el polvo de la cueva gruñendo como fieras. Con sus uñas, me desgarró el cuero de la espalda. La sangre brotó a borbollones y eso pareció gustarle a Kutuc que empezó a reír a carcajadas. Ella empezó a hacer extraños sonidos guturales. No había cortejo entonces, sino una sexualidad inmediata. No se trataba aún de un acto ritual sino de la satisfacción de un impulso.

Pero esa noche, soñé que la piedra brillaba intensamente y que su luz penetraba por mis manos hasta alumbrar mi ser interior. Que la luz se alojaba en mi pecho con mayor intensidad y que se convertía en un punto de luz blanca y poderosa. Mientras la penetraba, soñé que Kutuc y sus  senos y su piel se inundaban de mi luz que era una piedra. La luz se alojaba en el corazón de kutuc que también era la piedra. En aquel sueño, un torbellino solar giró en torno a nosotros y un huevo luminoso nos envolvió. Este huevo tenía un núcleo más brillante que todos los fuegos. Era un fuego blanco. Ese centro éramos Kutuc y yo reunificados.

Un nuevo ser había nacido y era intocable, era la unidad de la aparente diversidad.

Nos elevamos más allá del mundo visible y viajamos, sin cuerpo, por un cosmos vacío y cálido. Trascendimos, conscientemente, la materia. La certeza de ser se manifestó y comprendí las palabras del Viejo y la piedra me abrió los ojos a la vida eterna. Kutuc era, en realidad, la otra parte de mi propio ser y como el viejo, mi maestro, lo escribió miles de años después:

-El amor es el vehículo del alma… adorna nuestro espíritu con tantos adornos que lo hace  igual a la belleza de Dios.

Recordé entonces aquel origen primigenio. Me vi luz como antes de que el creador nos mandara al mundo visible y umbrío, de las contradicciones,  la Soledad y la dualidad.

En un principio, teníamos la capacidad de engendrarnos a nosotros mismos y, cuando se dividieron nuestros cuerpos, también había quedado dividida el alma. Tendríamos que aprender a engendrarnos de nuevo para tomar el camino de regreso.

A partir de aquel sueño descubrí nuevos rituales. El animal dio paso al hombre y la hembra se tornó Mujer. La pasión primitiva se perdió en la sutileza del reencuentro.

Pero el sueño de la armonía y de la paz se disipó bien pronto.

Aja, aja aja, aja. ¡Ajá! ¡Ajá!- se escuchó allá afuera.

Los golpes, los chasquidos y los gruñidos llenaron el aire con su sonido terrible, el olor a tribu ajena penetró mis fosas nasales para anunciarme la guerra, la destrucción y la muerte. Mis hermanos se armaron como cuando llegaba alguna fiera. Pero esta vez, las fieras eran hombres y venían pintados, con plumas de gavilán en sus cabellos y máscaras de tigre y ojos de pumas milenarios.

-Ajá- se escuchó el grito jadeante y las sombras de las bestias se reflejaron en el interior de la caverna y el olor a la sangre de mis hermanos penetró en mi alma calcinada e inerte. La luz del fuego mortecino alumbraba tenuemente la sombra. Tomé una macana entre mis manos y, de un golpe – ¡trásss! -aplasté la cabeza de otro hombre, sólo para descubrir que aquel hermano era un enemigo. La fiera en mi, lucho por su vida y, de pronto, en brazos de una sombra, escuché el grito desgarrado en la garganta de Kutuc.

-Kutuc! ¡Kutuc!- grité desesperado y corrí como un tigre hasta el umbral. Pero la noche era más fría que mi corazón, di varios traspiés sobre un cadáver. Corrí detrás de los gruñidos, penetré la selva más mortal y oscura que nunca.

¡Kutuk! Donde estás – preguntaba en aquél lenguaje lejano.

Se habían robado a nuestras Mujeres más jóvenes y hermosas y, con el robo, me sentí fragmentado. Desde aquella noche, mi corazón llora y está Solo. Desde aquella noche, busco a Kutuc en todos los sueños y en las montañas y los bosques y las vidas. Como un hombre despierto, incompleto, busco mi otra parte que se ha extraviado.

Salí de la caverna y vagué sólo y loco por las montañas enormes, entre la nieve y los hielos, bajé a un gran valle y al gran lago donde el sol y la luna se unen y allí encontré un gran templo abandonado y solitario. Observé las piedras perfectas y enormes, subí con esfuerzo por una escala gigante hasta el interior. Pero Kutuc no estaba allí y ellos, los constructores ya nos habían abandonado. Sólo quedaban los templos enormes y las grandes pirámides. Me pregunté si ellos habían encontrado a Kutuc y la salvaron llevándola de regreso a su mundo lejano.

¡Es terrible! – me decía.

Repetí este lamento, hasta la saciedad, por los cuatro puntos cardinales, con ropajes de carne diferente.

Durante aquellos años, las Mujeres eran seres poderosos. Los hijos no eran hijos de los hombres sino de los Dioses. Ellas eran una minoría. Nosotros salíamos de cacería o a luchar contra las tribus que se habían robado a nuestras Mujeres o, a robarlas, cuando escaseaban. Sabíamos que la tribu dependía de ellas. Pero, no todos los hombres, tuvieron la suerte de reencontrarse con su otro ser y descubrir la certeza inmortal de su estirpe celeste. Sin duda, los gigantes habían copulado con nuestras abuelas.

Ese regreso a la unidad que proporcionó el encuentro con Kutuc, me abrió los ojos al mundo de los misterios. Siguiendo los consejos del viejo, establecí una escuela para que, algunos que buscaban cosas trascendentes, se incorporaran al aprendizaje del secreto de las piedras.

-Nunca exijas a otro lo que no seas capaz de hacer. Enseña sólo tu medida. Esa es la medida de tu taller.

Aprendí ha hacer piedras cúbicas y le mostré a los otros cómo hacerlas. Con ellas construimos cavernas fuera de las cavernas. Las construcciones de piedra nos hicieron sedentarios. Ya no viajábamos buscando una cueva para protegernos de los animales. Me di cuenta que nos habíamos equivocado. Cuando viajábamos en busca de nuestro alimento, estábamos más cerca de nuestro espíritu, pero ya era tarde para volver atrás.

En los sueños, el Dios  me exigió construir un templo y ese templo sería la ciudad celestial en la tierra.

Mi hermano Oirad me enseñó como cortar los árboles.

Vamos a cortar este tronco recto. He fabricado con fuego algo más fuerte que la obsidiana.

Muéstrame como lo haces. -Me llevó a su taller. Trabajaba en el más absoluto secreto. Había fabricado un cuenco de arcilla gruesa y derretía rocas. Fabricaba hachas y flechas.

Vamos Namrá, cortemos un árbol para hacer un templo.

Utilizamos los árboles y ellos fueron las columnas. En un principio, nuestros templos eran los bosques que habían visto pasar nuestra lenta historia. Las columnas gigantes de los árboles nos inspiraron y algunos hablaban de construir grandes bosques de piedra para adorar a nuestros Dioses.

Pero al final, pensé que había que hacer todo de piedra. La piedra era para mí una creación divina. Con el tiempo, le dimos fuerza y belleza a nuestro trabajo. Yo mismo, era una piedra y cada obrero era una piedra y nosotros éramos otro templo que penetraba en el templo.

Desde la desaparición de Kutuc, nunca abandoné el trabajo de constructor. La piedra me enseñaba y yo enseñaba a los demás. Aprendí de los aprendices y, en los sueños, el viejo me visitaba y me enseñaba lo que había aprendido en el mundo de lo eterno.

-Acércate, acércate- escuché mientras dormía.

Desperté en el mundo de los sueños y construíamos una gran torre que debía alcanzar el cielo. Intentaron utilizar la tierra, para alcanzar a los Dioses y eso era imposible porque sólo la piedra era celeste. Éramos miles, de todas las razas de la tierra. Queríamos llegar al cielo para tocar al Dios. Pero los materiales mundanos no sirvieron y la obra quedo inconclusa.

Mira lo que pasa. Creen que son dignos de alcanzarme y aún son animales. – Decía el Dios en mis sueños. – Bestias que piensan, el odio llena sus corazones y están atados a todos los apegos y perversiones. Mira bien, trabajarás la piedra y la conocerás hasta el final de los tiempos. Los verdaderos constructores serán los únicos que seguirán unidos y despiertos. Ellos son tus discípulos y serán tus maestros. Los únicos que se entenderán por siempre.

Me miró a los ojos y empezó a gesticular lentamente. Poco a poco, aprendí  aquel lenguaje nuevo.   Sobraban las palabras.

Yo me paraba delante de él. Repetía los signos, las palabras, los tocamientos. Sentía como mi ser despertaba a nuevas vidas en planos diferentes. Con esos signos, pude, después,  reconocer a mis hermanos.

Fue así como, en aquella alborada de los tiempos, en interminables sueños, los padres antiguos, maestros invisibles, me revelaron los signos secretos que fueron, son y serán las claves del conocimiento de las leyes eternas que tienen el poder de modificar la materia sutil de las almas, iluminando el camino a los hijos de los hombres.

En esencia, los sapiens no han cambiado desde entonces. Todavía son dominados por las fuerzas poderosas de sus instintos animales. Son asesinos en potencia y las fuerzas primitivas no les permiten dilucidar la realidad de su trascendencia y las posibilidades de mantener, el hilo de su conciencia, más allá de la muerte del animal que, circunstancial-mente, habita.

Lo que si cambió, con el tiempo, fue el lugar preponderante de la hembra en la sociedad. Durante millones de años, no comprendíamos que existía un nexo entre la sexualidad y los hijos. Ellas concebían sus hijos con la lluvia, el trueno o el rayo. Se relacionaban, íntimamente, con los Dioses. Tenían la certeza de su propia existencia como seres individuales. Por medio de los hijos, se sabían eternas. Era la época de la poliandria. La luna regía los destinos de las sociedades y era una época en la cual regían las mujeres la vida de la tribu. Ellas tenían la certeza de ser y los hombres nos dedicábamos a la guerra para proteger a las mujeres que todavía eran escasas.

-El hijo, para una Mujer, es ella misma. Parte de su cuerpo y de su alma.- me dijo la voz de la conciencia y le conté a mi hermano.

Oirad se quedó pensando.

-Esta certeza de su trascendencia, ligada a su unión con las fuerzas cósmicas, la colocan en el centro de nuestra tribu. Son las brujas. Ellas establecieron las relaciones entre las piedras y las fuerzas poderosas del cosmos. – A él le gustaba hablar después que habíamos bebido el vino de la fruta celeste. Pasábamos horas bebiendo y riendo hasta que, por voluntad, se despertaba y los Dioses tomaban su cuerpo para hablar por medio de su boca.

-No sabemos lo que somos porque no estamos en nosotros. Debemos convertirnos en esa fruta celeste que vive en nosotros y mira por nuestros ojos. Cuando seamos mejores, la mujer que es, regresará por sus propios medios. Volverá para indicarnos el camino de regreso.

-En mis sueños, Kutuc se convirtió en una de estas magas – le contesté – me enseñó que la esmeralda es la piedra de la justicia, el jaspe de la riqueza material, el jacinto es la templanza, el topacio, la Piedra de la virtud.

Pero, también en un sueño, apareció otra piedra. Una enorme esmeralda, con características que sobrepasan los poderes de todas las piedras que se conocen. La Piedra de todas las virtudes. Esa piedra, cayó de la frente de Luzbel cuando pensó que el mundo podía existir fuera de la conciencia de Dios, el Arquitecto. Desde ese momento, los hombres, herederos de Luzbel, viven en la ilusión. Cuando la piedra regrese a su frente, volverán a estar con Dios.

La piedra Grial tiene un carácter interno. Me llegó desde adentro.  Se refiere a los asuntos del mundo interior y de lo espiritual. Se contrapone a las cosas del mundo externo, visible o material. El fenómeno espiritual y esotérico de esta piedra invisible, que debe regresarnos a la frente tiene una contrapartida física y exotérica. Todo lo pensado, se manifiesta en la materia. Como adentro es afuera, como es arriba es abajo.

El principio de la correspondencia es una de las leyes que rigen el mundo. Es una ley universal y es la base de toda la magia.

-Aquel que descubre la Piedra dentro de sí, es capaz de reproducir, o materializar la Piedra, en el mundo visible, pensé.

Buscaba herramientas entre las rocas duras del lecho de un río. El olor a musgo penetraba el ambiente. Había caminado, días enteros, sumergido en mis pensamientos. Solo, deambulaba en comunión con las fuerzas de la naturaleza primigenia. De pronto, bañada por el agua cristalina de un riachuelo que fluía hacia el gran río, la descubrí. Era la Piedra. Ya, los Dioses, por medio del alma de Kutuc, me habían manifestado, durante el sueño, su volumen, su consistencia y su dureza sobrenatural. Me habían indicado un camino y dirigido mis pasos para conseguirla.

Los maestros invisibles, me dieron las claves para descubrir la vida eterna que era aquella piedra mágica cuyos poderes desconocía. Yo había tallado una piedra, pero la piedra tallada por mi, no era la piedra Lapis, era una piedra hermana, clave para encontrar aquella que los hombres considerarían el talismán más precioso e imperecedero de todos los tiempos.

Un poder extraterreno guió mis ojos hacia la piedra extraña. Mi inteligencia empezó a desarrollarse a gran velocidad. Empecé a penetrar en un mundo nuevo. Tomé la roca entre mis manos, era pesada. Me la eché al hombro y me fui por caminos polvorientos. La llevé a mi caverna solitaria, situada a varios cientos de metros. La observé a la luz de una hoguera y, los secretos de los símbolos se manifestaron en las sombras. Era un mensaje terrible y grandioso al mismo tiempo. En la piedra estaba el futuro y el pasado de todas las cosas. Todos los tiempos estaban comprimidos en aquel espacio. Aquella roca tenía símbolos y fue la base de la primera escritura. La caverna donde descansó estaba destinada a convertirse, al cabo de miles de años, en una morada celeste. Aquella que guardaría el tesoro buscado por magos, masones y rosacruces: El nombre perdido del Dios.

La piedra me reveló el nombre secreto del Arquitecto. Allí, en esa cueva, escribí un nombre buscado desde el origen y que será buscado hasta el fin de la humanidad. En la gran esmeralda tallé, siguiendo las instrucciones del viejo, conocido después como Noé, constructor de puentes entre la verdad y la vida. La caverna fue decorada con grandes arcos y se convirtió en templo. El primer templo llamado Enoch por los antiguos.

Para la historia bíblica, yo me hubiese convertido en constructor de ciudades y los descendientes de mi hermano Set regresarían para gobernar el mundo al final de los tiempos. Hay gran sabiduría en los libros sagrados; sin embargo, su interpretación realizada por seres que no poseen la memoria de la antigüedad se presta a grandes equívocos. Lo cierto es que el regreso a la vida consciente debe realizarse muy pronto, pero este regreso se identifica, no con el retorno a la conciencia ingenua, sino a la conciencia superior. En realidad, según la tradición egipcia en la cual podrían identificarme con Osiris, no fui hermano, sino hijo de Set. Sobre nuestra estirpe pesa una maldición. La de no poder comprar ni vender. Pero también se afirma que volveremos para reinar hasta el final de los tiempos. De acuerdo a esta tradición se me conoce con el nombre de Enoch y fui el padre de Matusalén. En esa encarnación el mito dice que Dios me llevó y desaparecí sin haber pasado por la muerte. Sin embargo, lo que verdaderamente ocurrió fue que aprendí de mi maestro el secreto de la reencarnación consciente. Me oculté para esperar la muerte de mi unidad biológica y trasladé mi conciencia a un cuerpo más joven y vital.

Nuestra sociedad necesitaría leyes y principios impensables para el hombre del neolítico.

Comprendí que la justicia era la madre de todas las virtudes, centro de todas las acciones y pensamientos valiosos. La concepción de lo justo era una consecuencia de eso que hoy, gracias a los griegos, llamamos lógica.

Reuní a mi familia. Le conté a las brujas sobre mis descubrimientos y se molestaron. Di gracias a los maestros por haberme iluminado y enseñado el camino silencioso de la contemplación. El Viejo fue el primer maestro visible, a lo largo de mi extensa existencia y siempre me he vuelto a encontrar con él. Pero fue la naturaleza Mujer la que me enseñó la sabiduría secreta de los sueños que, desde entonces, no son ilusión, sino manifestación de una arquitectura Solar. Descubrí que mi voluntad es el poder que determina mi eternidad.

-Ese poder, no se consigue de manera antojadiza, responde a características psíquicas bien concretas y a triunfos sobre tu propia naturaleza animal. – me dijo el viejo desde el mundo de los sueños donde siempre me visita.

 

Comprendí que, en las rocas, podíamos dejar plasmado un mensaje y que el símbolo era la base de una comunicación que nos apartaría del animal y que, con el tiempo, podría ayudarnos en el inevitable camino de regreso hacia el origen al cual nos tocaría regresar.  Fue tal su poder y sus emanaciones que, sin darme cuenta, me quedé dormido.

En mi sueño se presentó el más grandioso de los escenarios. Un campo de luz se vislumbraba. Seres semejantes a los primeros hombres completos, de sexualidad indiferenciada y de indescriptible poder, emitían su música y de ellos emanaban los colores de los cuales la aurora boreal es apenas un remedo.

De  pronto, uno de aquellos ángeles, el más deslumbrante, se durmió y fue atrapado por el velo del entorno. En medio de una tormenta, el cielo, se llenó de tinieblas y el ser luminoso se desprendió de las alturas, trayendo hacia la tierra la luz de su corona.

La piedra fue a dar a la cañada donde había descansado desde la época en que todavía no se habían solidificado las montañas y los hombres y los dioses compartían el mundo inmaterial de los gigantes. Mundo que duerme todavía y espera ser descubierto por muchos en Marcahuasi, Fontainebleu, Montserrate, los Externstein, Egipto, Tiahuanaku y tantos otros lugares del planeta. Comprendí que, aquel ángel, representaba toda la luz desparramada y era la manifestación del Dios entre nosotros. Hasta entonces, fuimos simples criaturas regidas por las leyes de una inteligencia colectiva.

Cuando el ser Luciferino perdió la conciencia del Dios, dejó de ser una unidad y aceptó, como real, al mundo visible, se descubrió en medio de irreconciliables contradicciones. Los opuestos, son realidades del alma encarnada, pero no del espíritu inmortal.

– Todo trabajo serio pasa por conciliar los opuestos – me dijo, en los sueños, el alma de Kutuc – es el retorno al paraíso. A la esencia de lo que éramos antes de aquella caída.

Desde ese instante, descubrí que la misión encomendada era organizar a los hombres para que aprendieran lo que me habían enseñado los maestros de los sueños, visibles e invisibles. Aquella escuela fue recordada por la memoria colectiva de los pueblos con los más diversos nombres ya olvidados. La escuela y sus talleres, aún existe y es dirigida por los más sabios de los hombres.

Comencé a preparar a los aprendices para que descubrieran aquella esencia que, más allá de las contradicciones, vivía en ellos. Acrecentar esa chispa era la iniciación. El silencio era la clave. No existían todavía muchos conceptos y estos no se agolpaban en nuestra mente apresuradamente como ahora. Era fácil retornar a la vida interior y al paraíso perdido. Aprender la lección de la caída era la meta, una vez descubierta la unidad.

-Todo lo visible es ilusión y sueño- les decía- ya que todo lo que cambia y se transforma deja de existir. Sólo es verdadero lo permanente, pero todo cambia y evoluciona. La vida del hombre caído, es una vida de sueños y de ficciones que, por más que lo intente, aparecerá ante sus ojos como real.

Traté de explicarles que vivían en un mundo de fantasmagorías. Que las montañas, los campos y los árboles enormes formaban parte de un mundo cambiante y mortal. Que todo lo que se transforma es ilusión y sueño.

Los miraba a los ojos para descubrir aquel brillo, aquella luz. Pero sólo, durante el sueño, aparecían los humanos que imaginaba durante mis momentos de lucidez y despertar.

– Sólo el poder los hará libres de tanta mentira. El poder se fabrica con el sacrificio y el esfuerzo. – Les decía.

Kutuc era el nexo con los Dioses y los elementos, ella fue mi primer libro abierto. El de la naturaleza. Un libro que permanecería guardando el secreto de su enseñanza, desde el principio hasta el final de los días.

–                La luz es esa Piedra que está en el lugar del corazón y que puede recibir el conocimiento de todas las cosas.- me decía ella con la voz de los sueños que no es sueño sino despertar en el dormir.- Su nexo con esta luz es lo que puede ayudar al hombre, a recuperar la unidad de los primeros tiempos, antes de la caída.

Todo estaba claro. Mi misión estaba clara; sin embargo, algo trascendente ocurrió. Aquel sueño, se hizo más intenso. Sabía que no soñaba para que descansara mi cuerpo, sino que se trataba de un proceso guiado por aquellos maestros invisibles que habían tomado control de los actos de mi vida.

Me entumecí.  Un mareo y un sopor me embargaron. Me sentía en caída hacia la nada. Una caída como la del mismo Lucifer de las escrituras antiguas. Sabía que moría y aceptaba mi muerte. Era testigo del abandono de mi propio cuerpo. Abrí los ojos y todo se había tornado azul. Entonces, pude observar mi cuerpo que yacía con la cabeza apoyada sobre la piedra de todas las virtudes e incorporé esa imagen, mientras me dirigía a compartir el otro cuerpo. Antes de que aquella vida efímera terminara para mi, entendí que mi misión había comenzado. A un llamado del discípulo, incorporé mi conciencia a la suya para iniciar así el camino de la eternidad.

Para llegar a esta unidad hay que morir en el mundo de afuera y renacer en el mundo de adentro. Algunos sabios piensan que esta muerte es sólo simbólica; sin embargo, el viejo me enseñó que debe morir el alma animal del iniciado. La degeneración provocada por la caída hace su curso inverso y se recrea al hombre eterno.

–                El acceso a la certeza de la inmortalidad de los hombres está en la montaña. La montaña sagrada es la morada de los Dioses. – Los aprendices, silentes, escuchaban dormidos.- Esta montaña sagrada está en muchos lugares y parece moverse en las diferentes épocas de la historia.

Pero una mañana, uno de los soñadores, despertó. Y despertó a muchos en su camino hacia la certeza de su existencia. Ya no estaba solo. Me fui encontrando con ellos a lo largo de esta historia interminable.

Moisés subió a la montaña sagrada para recibir el código que regiría la vida de su pueblo, los shadus remontaron los Himalayas donde las cumbres tocan el cielo, los Lamas desarrollaron su filosofía en las montañas del Tibet, el monte Ararat es la montaña sagrada donde recaló el arca de mi maestro y abuelo Noé y donde bailan los derviches. Los primitivos habitantes del Amazonas, adoraron el cerro Roraima y la cumbre del Sarisariñama y el Auyantepui, los hombres-pájaro cortaron el gigantesco árbol sagrado que trajo el alimento para que los hombres “Soto” dejaran de comer la tierra. Los volcanes andinos son montañas sagradas donde habita el Dios de la abundancia.

 

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