Capítulo I Del nuevo libro de Arkaum

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)

Namra El Inmortal
Namra El Inmortal

Capítulo I
ATLÁNTIDA
Enigma de Alción
Los recuerdos de la Atlántida nos llegan, como todo lo relacionado con las vidas pasadas, por medio de la certeza que nos proporcionan los estados de supraconsciencia. Una vez pasado ese umbral, se disipa el pasado y el futuro ya que sólo existe es espacio y, el tiempo, sólo es una dimensión del mismo. Toda la historia parece comprimirse en aquel instante simbólico. La unidad se hace presente y es el ojo del corazón el que todo lo ve. En ese estado, nos comunicamos con la cofradía de los maestros de lo invisible que, utilizan nuestras unidades biológicas, para comunicarse con la humanidad y dictar el rumbo evolutivo de los seres que aún no han despertado su conciencia superior. Y a nuestros hermanos estelares que están presos en sus cuerpos terrestres. La ingenuidad de los que creen que sólo existe el mundo visible, se niegan a dar crédito a la experiencia trascendente y esperan que, en algún momento, la ciencia oficial determine que efectivamente existió una o varias civilizaciones antes de la nuestra que “de la nada” inició sus pininos hace doce mil años, después de la última era glaciar. Quizás es hora de ser un poco condescendientes y abandonar nuestros pre-juicios científicos, culturales y religiosos para atrevernos a emprender este viaje por los senderos de la memoria ancestral que vive silenciosamente dentro de cada uno de nosotros.


Aquel templo circular era uno de los linderos de Aztlán. Desde allí, enormes cavernas se comunicaban con los templos subterráneos de América Central. Otras cuevas, antes de la desaparición de la isla, se comunicaban directamente con nuestros templos al otro lado de nuestro continente perdido. Al entrar en el círculo mágico, recordé aquel lugar de los antepasados. Las ceremonias inspiradas por los maestros desde las lejanas Pléyades. El conocimiento inefable de todo lo que existe, la omnisciencia que, en aquellos momentos, se manifestaba en mi conciencia.
De pronto, en las inconfundibles alas de Merú, me transporté hasta las ciudades de la isla perdida. Volé por encima de los semicírculos atlantes. A lo lejos, desde la altura, divisé nuestro antiguo palacio de Nahtur. Ramsis se encontraba en sus aposentos en lo alto de la pirámide. El sol despuntaba por el oriente. En el tiempo detenido de la verdad, nuestro tiempo, no existe. Los seres dormidos se preocupan demasiado por las variaciones del eje polar, piensan que una catástrofe puede destruir lo humano. Lo cierto es que, lo propiamente humano, es indestructible. La conciencia superior, que es lo único humano en nosotros, es trascendente en el tiempo y en el espacio. Nuestro continente desaparecido, existe todavía en el mundo de la acacia. Nuestros cuerpos visibles, son sólo una quimera de nuestras almas verdaderas presas en la cárcel de esta materia que habitamos para trascenderla.
La visión del templo de Nahtur era sublime. Desde el medio del océano se levantaba como una montaña perfecta. Todavía, los descendientes de los incas, a su vez, herederos de la tradición atlante, originaria, modifican las montañas andinas, para darles forma y convertirlas en enormes templos sagrados.

La impecabilidad de las formas de Nahtur, era superada sólo por el templo de Tescal, situado en medio de la llanura central de la tierra atlante. Tescal era un gigantesco cono, su base, perfectamente circular, tenía un radio de tres mil kilómetros y, el cenit del templo, una altura de diez mil metros. Allí arriba, el fuego solar del interior de nuestro planeta tierra, servía para producir energía calórica y las aguas internas del planeta eran dirigidas para los cultivos que se elevaban hasta más se 8000 metros del templo-montaña. Ningún mortal encarnado podía vivir o respirar en su cumbre. Allí, sólo Ramsis ascendía durante su ayuno anual de cuarenta y ocho días. Sólo se permitía un poco de agua cada día, salvo el día de Venus, durante el cual no ingería tampoco agua. Durante estos días sagrados para la Atlántida, su espíritu inmortal encarnaba, haciendo desaparecer de si mismo, toda debilidad mundana.
Nosotros, desde el templo interno de Tescal, a unos cuatro mil metros de altura, en el centro de aquella construcción descomunal, sacerdotes reunidos, más de cinco mil, realizábamos el mismo ayuno y enviábamos nuestra energía consciente a la cúspide del templo. Sumábamos, durante aquella cadena mágica, la super-consciencia necesaria para regir el destino evolutivo del planeta y asegurar el bienestar material y espiritual de todos los seres vivientes, humanos y animales, ya que el manejo de los niveles de conciencia superior, nos permitía establecer comunicación fluida también con seres de inferior nivel de conciencia. Para los efectos de nuestros trabajos, no establecíamos diferencias, en cuanto al amor se refiere, con ningún animal ya fuese este humano o no.
La isla misma, fue construida por nuestros antepasados venidos de las pléyades. Ellos, después de hacer escala en Anteros, planeta desaparecido en épocas más lejanas que la historia, tallaron el planeta para hacer tres anillos de agua y tres de tierra. Al centro del tercer anillo, se encontraban tres enormes islas. En la del centro, al medio, estaba el templo de Tescal. Un canal enorme, navegable por buques a propulsión atómica, cortaba perpendicularmente los anillos de tierra y agua y llegaba hasta el corazón de Atlantis. Varios puertos gigantescos que hacían de Amberes y Hamburgo minúsculas radas, recibían mercancías de tierras lejanas.

En el centro de la ciudad, cerca del cono de Tescal, se encontraban los puertos aéreos. Inmensos discos luminosos partían desde allí hasta los planetas cercanos, los viajeros concentraban su luz consciente en centros de poder que los proyectaban como ¨ Vimanas ¨ hasta lo infinito del cosmos. La ciencia de la conciencia regía los destinos del mundo visible, tal como rige al mundo invisible.
Desde aquellas rocas, colocadas por conciencias pretéritas de seres primitivos, podía proyectarme a esta visión que, para los mortales, es pura ilusión, pero no para mi, Namrá, el inmortal. Nuestra misión era llevar aquella piedra, cenit angular de Tescal, hasta el lugar secreto donde, desde la memoria consciente, recibiríamos las instrucciones para reconstruir el continente perdido. Sus leyes sabias, su arquitectura perfecta y circular, su perfecta educación para hacer una sociedad consciente en un planeta habitado por autómatas. Era una misión maravillosa, para la cual había preparado apenas una cincuentena de humanos despiertos. Una vez tallada la piedra bruta con escuadra y compás, con los eternos conocimientos de los constructores estelares, debíamos preparar los cimientos para la nueva Atlantis. La ciudad perfecta. La ciudad que se construye más allá de la materia. Pensaba ingenuamente Jacob que, aquella piedra, había caído del cielo, en realidad, había sido transportada desde nuestra morada en las estrellas. Era la piedra estelar.
En vano han buscado los científicos, con herramientas e instrumentos primitivos, los rastros de nuestra civilización en las profundidades del océano. Lo cierto es que aquella isla y su avanzadísima ciencia está sepultada bajo la luna que cayó y en la memoria de la sangre atlante. En la conciencia de los archivos de la acacia y en el futuro que empieza a construirse. Los seres estelares no están, necesariamente, en el espacio. Están entre nosotros, dentro de nosotros. Se trata de descubrirlos y escucharlos. Permitir que lo humano en cada uno de nosotros se manifieste y seguir su guía. Ese ser estelar es nuestro maestro interno. El que no se equivoca y al que traiciona siempre nuestra alma animal.
Al oeste de nuestro continente, más allá de las tierras cultivables, cerca de lo que hoy es la isla de cuba, se extendía un archipiélago de grandes islas. Para conmemorar nuestro ancestral origen las llamábamos con el nombre secreto de las pléyades. Algunos humanos atlantes encarnaron en los grandes cetáceos y en los delfines. Estos desarrollaron una conciencia, al margen de lo que hoy consideramos lo humano. Sin embargo, los humanos acuáticos siguen acompañándonos en las travesías marítimas, como muestra de nuestra amistad y de nuestro común origen. Su sofisticado sistema de comunicación, su magistral destreza y conocimiento es incomprensible para los humanoides de hoy. En algún momento, descubrirá la ciencia moderna que los delfines y los cetáceos son humanos conscientes. Eso si, adaptados a una forma de vida divergente con la nuestra. Son, por decirlo de alguna manera, humanos adaptados a su medio ambiente. No han destruido el planeta con invenciones y construcciones inhumanas. No han superpoblado los mares y rigen su destino a base de una armonía desconocida para los moradores de la tierra. La vida misteriosa de los delfines, su sistema de comunicación extra-sensorial supera en mucho las de los humanos terrestres. La ciencia ya ha demostrado que los delfines poseen autoconciencia.
Las comunidades atlantes construían sus viviendas circulares, clave del flujo de las energías superiores. Vivían en comunidades no muy numerosas y se mantuvieron en armonía con la naturaleza durante miles de años. Desarrollaron una avanzadísima tecnología por medio de la cual podían trasladarse de manera ubicua. Es decir, podían movilizar su consciencia desde un lugar a otro voluntariamente e interactuar con otros humanos en ese plano de las energías sutiles.

De esta manera, podían interactuar sexualmente con sus parejas y amantes que se encontraban a gran distancia. Además, paralelamente al avance de las libertades espirituales, desarrollaron la aviación y las artes navales. La sociedad estaba dirigida por medio de la armonía y sus leyes se regían sólo por el poder de la ética que había surgido del conocimiento profundo e individual de las leyes de la naturaleza. Todo atlante,l mantenía una conciencia permanente de auto observación de su animal, es decir, del vehículo físico que había tomado en la tierra, controlaba y educaba sus emociones, instintos y pensamientos erráticos y se responsabilizaba totalmente de aquella unidad vital. El dominio sobre las emociones, la imaginación, los instintos y la sexualidad respondía sólo al elevado nivel de conciencia desarrollado por cada individuo desde la infancia. En definitiva, la sociedad atlante, se dirigía y organizaba de acuerdo a las leyes del universo. Las urbes atlantes no tenían que ver nada con las metrópolis de nuestros días. Existía espacio y naturaleza en aquellas ciudades extensas y de construcciones circulares de no más de tres o cuatro pisos. Los bosques y la naturaleza entregaba a sus habitantes todo lo necesario para la subsistencia y, por tratarse de una sociedad de seres conscientes, no se estimulaba innecesariamente el consumo de bienes y servicios superfluos e innecesarios u opuestos al desarrollo armónico del hombre. Eran socieadades cuya psicología estaba fundamentada en la abundancia y no en la escasez, como en el mundo de hoy. Tampoco se estimulaba el consumismo y estaba prohibido promover necesidades falsas por medio de la hipnosis colectiva.
No existía un gobierno propiamente dicho, desde el palacio de Nahtur, Ramsis sacerdote de los misterios mayores, era visitado por los maestros, reconocidos por sus hermanos de todas las comunidades organizados libremente. Desde la conciencia superior, todos los habitantes conformaban una entidad común. Todos estaban unidos a Ramsis que se manifestaba en todos y todos, a su vez, se manifestaban en la conciencia de Ramsis. Por medio de ritos secretos que elevaban la consciencia de Ramsis hasta niveles inimaginables, en lo más alto de la pirámide de Tescal, este se comunicaba con los seres hiperconscientes que habitan en lo infinito del cosmos y en los mundos paralelos, para que, por su canal, los Grandes Geómetras, le iluminasen. Para comprender esto hay que hacer abstracción del mundo visible que hoy nos rodea y de la tradición cultural del mundo de hoy, basado en las contradicciones y en el mito de las tradiciones desérticas de lo escaso. Más allá de este mundo, todo es unidad y abundancia infinita. Todos los seres despiertos, e inclusive aquellos que hayan tenido un instante de despertar, han visto o vislumbrado esta realidad única de la existencia.
Sin embargo, la perfección no existe en este universo visible y, la libertad de aquella sociedad, fue la semilla de su propia destrucción. Las mujeres adquirieron un enorme poder magnético ya que muchas de ellas eran recipientes de la energía suprema de espíritus solares. Esta energía las convertía en seres poderosos, conectadas con las fuerzas de la naturaleza formaron comunidades de magas que dominaron la sociead generando bienestar, en un principio, pero que después, guiadas por una poderosa sibila, pretendían conquistar la cima de Tescal e imponer ciertos principios para reglamentar y dirigir la economía y la sociedad del mundo visible, en lugar de que fuese el libre albedrío y la libertad de conciencia, lo que regulara las actividades de los hombres y las mujeres atlantes. Estas mujeres se organizaron en logias independientes y empezaron a realizar cadenas mágicas que desequilibraron las fuerzas etéricas y magnéticas del planeta atrayendo la luna hacia nosotros. Esto dio origen a la raza de gigantes atlantes de dos metros cincuenta y más de altura que fundaron la civilización tolteca, azteca, maya e inca en América, las nórdicas y cantábricas en Europa, la egipcia y sumeria en Africa y la civilizaciones hindú y tibetana en Asia. El magnetismo de estas cadenas de mujeres, les entregó gran poder.
Recuerdo a Ramsis, en la cima del templo de Tescal, tranquilo, en profundas meditaciones. Llamó a los sacerdotes y sacerdotisas para hablarles. Yo Namrá, fuí uno de ellos. Había viajado desde mi casa frente al golfo de Tar, en el círculo externo, para escuchar sus sabias palabras.
- Debemos organizarnos para viajar fuera de Aztlán. La luna está muy cerca y caerá tarde o temprano, tal como cayó la que destruyó Lemur. Es hora de emigrar. Así que hay que seleccionar voluntarios que deseen llevar la luz atlante hasta los confines de este planeta. Será una tarea difícil y peligrosa. Tendrán que relacionarse con humanoides, pero nuestra meta es transformar el resto del mundo en una extensión del mundo estelar. La tarea tomará miles de años, hasta que el sistema esté de regreso al cinto consciente de la Pléyades. Aquellos que decidan viajar organizaran escuelas y se unirán a las hembras de los seres que encontrarán en aquellas latitudes, e impregnarán los cuerpos inconscientes de aquellos animales con la conciencia estelar. No hay error en esto ya que desaparecerá la civilización que ha regenerado el Atlántico. Las magas piensan que no ocurrirá nada. Creen que, con sus conjuros, pueden detener el proceso. Que la fuerza de gravedad de la luna Moor, no afectará el eje de la tierra y que las explosiones solares no generarán toda clase de desequilibrios planetarios. Se equivocan, así que debemos preparar el vehículo para el nuevo ciclo de oscuridad que terminará dentro de docemil giros al sol.
Estos vehículos serán, después de desaparecida la isla debido al magnetismo generado por las cadenas de las brujas atlantes, los que debemos utilizar para continuar nuestra civilización. Debemos prepararnos para un período de oscurantismo y las escuelas deben despertar el espíritu estelar que dormirá en los nuevos cuerpos. Se tratará de rescatar a los seres estelares presos en el mundo visible.
Precisamente, el lugar de impacto de la luna, fue sobre el archipiélago de las pléyades, cerca de donde hoy se encuentra Cuba y la Española. Es allí donde aparecerán los vestigios indiscutibles de la Atlántida. Ocurrirá como ocurrió con Troya. Shlieman buscó un mito y, años después, fue desenterrada Troya. Platón no estaba equivocado, gran iniciado, conocedor de los misterios menores y mayores, supo que Solón no mentía. Pretender desautorizar a Platón desde nuestras cátedras académicas, responde a pura vanidad. Debemos buscar en lo más recóndito de nuestra memoria y, después, dejarle a los supersticiosos de la ciencia profana, conseguir las pruebas de lo que, por medios diferentes, podemos conocer. La aceptación dogmática de la Atlántida como mito deja mucho que desear ya que Platón se refiere a la Atlántida como una historia verdadera y no como mito. Para los griegos el logos era la histórico. El mismo dice que no se trata de un mito sino de una historia verdadera.
La tradición atlante tiene su manifestación más evidente, en América, en los despojos de las civilizaciones maya y azteca, destruidas por la avaricia española y el fanatismo de la iglesia romana. Los aztecas llegaron de Aztlán o Atlán, nuestra isla desaparecida. Hasta allá fuimos a llevar nuestra ciencia secreta. Hasta allá, llegamos desde el océano. Y es indudable que la tradición azteca así lo afirma.
La serpiente emplumada Ketzacoatl, es un mito que recuerda la sabiduría predilúvica, al igual que Leren-suga, el culebro de la mitología vasca, el Ureus de los egipcios, representado por un áspid y la serpiente de Moises, ligada a los más ocultos misterios de la masonería, como serpiente de bronce e incluso el mito de los dragones en diferentes culturas asiáticas y europeas.
Muchos pilotos profesionales, volando cerca de las Bahamas y por zonas cercanas a Yucatán han visto, desde el aire, construcciones sumergidas, grandes columnas, murallas, enormes pirámides y carreteras que parten, por el fondo del océano, desde Yucatán hasta perderse en las profundidades. Sin embargo, el descubrimiento de las ruinas de la Atlántida, lo cual para un observador consciente no es necesario, ya que sus vestigios se encuentras diseminados por todo el planeta, no es lo más importante desde el punto de vista de la evolución y crecimiento de la especie humana. Lo más importante es redescubrir la magia celeste que nos llegó de los seres estelares, nuestros ancestros.
Durante la época atlante, la magia sexual se practicaba abiertamente. Por medio del coito, impregnamos a los herederos y herederas de la luz. Nos unimos a seres de inteligencia inferior, impregnándolos de la energía estelar que los haría más humanos y conscientes. Por medio de la magia sexual, compartimos sus cuerpos físicos y así logramos habitar en forma explícita o sutil en casi todos los habitantes de la tierra, permitiendo a estos la posibilidad de evolucionar y alcanzar niveles superiores de existencia, más cercanos a la existencia consciente. Mientras esos seres se perdían en sus sueños, cuando se olvidaban de si mismos, nosotros podíamos compartir sus unidades biológicas y regenerar y cultivar sus cuerpos con la esencia estelar. Por medio de esa magia, encarnamos en los habitantes de este planeta tierra. Seguimos aquí, viviendo dentro de sus cuerpos. Por alguna razón extraña, los habitantes de la tierra miran a las estrellas tratando de encontrar lo que, en realidad, esta dentro de ellos mismos. Bastaría con buscar en su inconsciente, en los espacios de inexistencia dentro de la existencia, para descubrir su esencia eterna y verdadera, su ser estelar, atlante.
La ciencia oficial, con su habitual miopía, limitada por sus escasísimos recursos, niega las explicaciones que sobre la Atlántida nos ha dado la experiencia auténtica. La de los archivos de la acacia, la de los visionarios conectados con la fuente de los conocimientos. Me refiero a las descripciones sobre la Isla perdida que nos llega en relatos tan distantes en el tiempo unos de otros como aquellos de los Vedas hasta los de la Sra. Blavatsky. Los libros de Lam Rin y otras enseñanzas conocidas y divulgadas por algunos maestros tibetanos cuya misión es despertar a los nuestros que todavía duermen y llevarlos hasta el mundo del retorno, donde todo es unidad. Estos maestros, de todas las latitudes, tienen como meta la elevación y el desarrollo de la conciencia en el planeta tierra ya que pocos de sus habitantes conocen el estado estelar. Es importante destacar que los siete principios expresados en las enseñanzas profundas del budismo, así como la comprensión de los siete principios herméticos, sólo pueden ser alcanzados por las funciones superiores de la mente y no por la razón ordinaria o profana. Me refiero a los siete principios del Dzyan o de la llamada ¨ Doctrina secreta de los lamas. También la cultura tolteca, en la tradición de los Nahuas, mantiene intacta la tradición atlante y tiene un paralelismo asombroso con las enseñanzas del hermetismo egipcio. Podemos considerar que toda la cultura esotérica de oriente y occidente tiene un mismo origen extraterreno. Este origen extraterrestre es aceptado y transmitido por los maestros de todas las tradiciones mencionadas, en todos los rincones de la tierra. De la Atlántida y antes, de Lemuria, nos viene la verdadera ciencia, la doctrina secreta de la conciencia, pero más aún, ciencia que llegó desde otro lado, lejos de este pequeño grano de polvo.
Otros vestigios de la Atlántida son Tiahuanaco y la Esfinge de Giza. Tiahuanaco, enclavado a 4000 metros de altura, cerca del lago Titicaca en el altiplano boliviano, fue visitado por nuestros antepasados atlantes. En la gigantesca roca monolítica de la puerta del sol se encuentra tallado, como para que no quede duda de su origen estelar, un calendario venusino. Los actuales habitantes, descendientes de los incas que fueron los pobladores recientes de esta construcción predilúvica, afirman y, no se equivocan, que estas ruinas ciclópeas fueron construidas por gigantes. En realidad los habitantes de la Atlántida medían más de dos metros de altura. Aproximadamente un metro de altura menos que los lemures. Las llamadas siete razas raíces y algunas subrazas partieron antes de la destrucción y se unieron a las hembras de razas terrestres, asegurando a estas un crecimiento acelerado hacia lo superior. También se cree que la Esfinge fue construida hace por lo menos diez mil años. Que su deterioro se debe a la lluvia y no al viento. Lo cierto es que, como Marcahuasi, se trata de otro vestigio de aquella sociedad avanzada sobre la cual cayó una de las lunas de la tierra.
La tradición de los Tihuanacos también se basa, como en todas las tradiciones originarias, en los cuatro elementos de la naturaleza y su depuración. A cuatromil metros de altura, construímos un enigma para la humanidad actual, el complejo de Tihuanacu. La ciencia oficial, no logra dar con una respuesta final respecto al origen del templo solar de Kalasasaya, de la pirámide y del templete. Pero si analizamos la fisonomía de los monolitos, descubriremos los mismos tocados de Isla de Pascua y el origen de la cultura del Pacífico, las trazas de la tierra de Mu y, también, la tradición atlante. Es imposible, con carbono 14, conseguir fechas para la piedra, así que sólo se puede hacer con el material asociado de origen orgánico. Toda la cultura de Tihuanaco se basa en los cuatro elementos representados en el puma, la tierra, el cóndor, el aire, el pez, el agua y la llama, el fuego, también representado en algunos monolitos como la serpiente que asciende. Estos cuatro elementos, a su vez, se manifiestan en tres planos: el celeste, el terrestre y el sub terrestre o inframundo. Espíritu, alma y materia. Se trata entonces de una estructura filosófica basada en el número siete.
El trabajo espiritual sobre los elementos y la clave numerológica del siete, nos lleva de nuevo al resto de las tradiciones originarias. La tibetana con sus cuatro elementos y el eter, la tradición egipcia y el hermetismo con sus cuatro elementos y sus siete principios y, de nuevo, nos encontgramos con la tradición originaria de América. El imperio de Tihuanaco dio origen al Incario. Fue a pocos kilómetros de allí, en la isla del Sol, donde Mama Ocllo y Manco Capac, iniciaron su viaje para la construcción del Imperio del Sol. Los escalones de la pirámide de Acapana, las escaleras de acceso al templo de Kalasasaya y del templete donde recientemente se descubrió un enorme monolito, nos habla de una raza de gigantes. Todo indica que, en estos templos, durante milenios o quizás millones de años, hicieron vida ceremonial en Tihuanaco muchas generaciones de razas diversas. O, durante la era terciaria, fuimos visitados desde las estrellas y hay un mensaje paralelo al de las pirámides egipcias. Quizás, como ocurrió en Stonehege, muchas civilizaciones, impregnaron a los habitantes de la tierra con una conciencia cósmica de orden superior. Con un tono vibratorio mayor y más sutil.
En el origen remoto rendimos culto a la llama. Durante el terciario, ya existían los camélidos, pero no los humanos, ni humanoides. Cuando llegamos a este planeta, utilizamos cuerpos de llamas. Lo que ocurre es que las teorías evolucionistas de Darwin, han prejuiciado a la humanidad “civilizada” y piensan que, el único vehículo de la conciencia, sería el antropoide. Pero la conciencia, como tal, es un fenómeno supraracional. No se dan cuenta que es perfectamente posible que nuestra conciencia humana, se manifestara en un camélido. Después, como siempre ocurre con el paso de los humanos por el planeta, los humanoides que quedaron, adoraron la llama. Algunas conciencias humanas atlantes encarnaron en delfines. Aunque no desarrollaron una cultura, por innecesaria, fueron receptáculos de la conciencia.
Nosotros, en esta era, habitamos cuerpos de monos, pero no habitamos estos vehículos en otra era del planeta y, si existiese vida en el inmenso cosmos que, existe, al menos vida consciente, no necesariamente habitaría el mismo animal, o la misma materia. De hecho, según la tradición, la tierra y todos los cuerpos celestes, son seres vivos. Tradición que los pueblos originarios americanos han mantenido hasta el presente y que representa una de las divergencias mayores con la cultura consumista occidental que está destruyendo la vida de la tierra.
Tihuanaco es una caja de sorpresas. En el templete, existe una muestra de rostros de todas las razas de la tierra conocidas y de otras desconocidas. Hay una figura precolombina de un hombre de raza caucásica. Quienes estuvieron en América antes de Colón. ¿Cuales eran esos blancos barbados que fueron tan amables y espirituales que crearon tal confusión en la mente de Atahualpa que los confundió con Pizarro al cual sólo le interesaba el oro? Podemos especular sobre muchas razas de barbados que, desde la remotísima Lemuria y Atlántida pudieron pasar por Tihuanaco, pero esa figura precolombina es de época más reciente. ¿Dónde fue la flota templaria, o parte de esta, en 1307?
El rito oculto y originario es la verdadera iglesia estelar. El Cristo fue receptor y transmisor de la energía y de la conciencia superior que llegó de las estrellas. Su mensaje de amor significa la unión de los opuestos, su sacrificio de sangre, la unión de los humanos en este planeta tierra. Esta tradición fue descubierta por la Ordén del Temple y forma parte de la cofradía de los magos y de la logia interna que dirige, desde el mundo paralelo, las iniciaciones de los misterios mayores y transmite la fuerza espiritual e iniciática, por medio de sus maestros, que trabajan desde lo oculto y conocen las técnicas secretas para la impregnación espiritual y divulgan el conocimiento técnico de crecimiento interior. Estos seres no se reconocen ya por signos, ni palabras de pase, como la masonería de los misterios menores, se reconocen en su conciencia superior.
Entre estos seres, como en la Atlántida, no existe la sátira, ni el maltrato, ni la envidia que todo lo ensucia. No se maltrata a los más lentos o menos evolucionados, sino que con amor, se les guía por un camino de crecimiento y perfeccionamiento. Esa escuela es aquella en la cual los postulados de igualdad, libertad y fraternidad que se manifiestan simbólicamente en la escuela externa, se aplican rigurosamente. En el círculo interno, no hay mandiles, ni signos especiales de reconocimiento, sólo hay despertar, armonía y amor para todos los seres humanos.
Esta orden cósmica rigió los destinos atlantes, muy diferente, por cierto, a los principios racistas que sentaron las bases para el genocidio en la Alemania Nazi, partiendo de conocimientos esotéricos fragmentarios sobre la Atlántida. La pureza de la raza, no garantiza las virtudes de la conciencia. Lo que determina el estado superior de conciencia, en los humanos despiertos, es la voluntad, la disciplina y la capacidad para observarnos constantemente ya que, mientras estemos encarnados en monos de cualquier raza, el animal mantendrá sus tendencias primitivas. Prueba de ello es la crueldad con la cual actuaron muchos descendientes de la quinta raza atlante, durante la segunda guerra mundial. La crueldad, hacia cualquier ser vivo, es prueba de la degeneración de las características conscientes del individuo. La inhumanidad, aunque suene redundante, es inhumana y todos, por más evolucionados que estemos, podemos caer en sus redes cuando baja nuestro nivel de conciencia.
Arkaúm