La vida encarnada es, por sí misma, una prueba. En realidad, el único sentido de la vida en un cuerpo físico es el crecimiento y la transformación consciente y deliberada del animal humano en hombre verdadero o mujer verdadera, según el caso. Precísamente, en la manera de enfrentar esta prueba, radica el libre albedrío. La inmensa mayoría no está consciente de este proceso. La vida es una secuencia interminable de misterios y de problemas a resolver. El hombre y la mujer común se refugia en la religión o en la ciencia profana buscando una respuesta al significado de su vida cotidiana. Una minoría, aquellos que ya pasaron a lo largo de su proceso por un crecimiento expansivo de su consciencia, busca otra respuesta en las pruebas que la cotidianidad les depara. El iniciado o la iniciada en el camino de la tradición originaria, ya sea esta oriental, americana u occidental, ve en cada prueba, una oportunidad para desvelar los misterios de la naturaleza. Para vencer al enemigo que cada quien lleva dentro y que no es otro que el animal humano que encarnamos y que nos acecha con sus mecanismos inconscientes y con sus contradicciones. Contradicciones, por cierto, propias del mundo visible en el cual vive con la certeza de la desintegración y la muerte.