DEL VOLCÁN A LA LUNA CLARA
Por Nicomedes Zuloaga P.
Libro del volcán:
Hembra,
Como la tierra fría.
Bajo una corteza
regeneradora
destructora.
La vida muerte.
En tu útero,
vive Todo y todos,
los fuegos eternos.
Si despiertas,
te descubrirás planeta,
por volcán, serás fuego solar
como la tierra interna.
Atravesado el silencio,
escuché el latido
de la tierra.
Más allá
del animal dormido
rutilaba
la serpiente de fuego.
Cometí
el pecado de pensar.
Recordé
la tenaza invisible
del mago
y de la vida.
La oquedad
de la mujer fantasma
extirpada.
Una vez libre
conocí otro rostro.
Cada palabra
lo ensuciaba.
Una interpretación
sería su fin.
De ser a ser
se abren
las puertas
del libro.
Se comprende
lo que existe.
Nace el ser…
Detente,
me dije,
soy hombre libre
hoy habito en mi.
Se eterniza
el mundo,
en el otro,
de nosotros.
El aire mudo
atrapó la altura.
El fuego alumbró
como linternas.
Chorros de aguas cristalinas
bañaron la tierra,
fuimos
la nada-todo eterna.
Se abrió
el libro
de la Pacha Mama.
Susurró misterios
mil veces consultados,
enigmas revelados
y prohibidos.
Con primarias
manos limpias
nos tocamos.
Sin trampas
participamos
del flujo de la vida.
Penetré
las raíces de América.
La ví
ígnea y volcánica
desde la altura
del ser que me faltaba.
Renací en destellos
de luz engendradora,
cordón dorado
que une los dioses,
con la tierra.
Hinchada
de besos solares
te saludo
desde un lado de la luna,
donde renazco
y soy en uno.
Aurora interminable
pleno, de plenitud.
De entregarnos
y descubrir,
que un día
fuimos ser
eternamente.
La verdad destruye
y libera al mismo tiempo
porque somos obstinados
en nuestra pasión por la mentira…
Desde el sol
penetré
las entrañas del planeta.
Miré, al fin,
la luz.
El mismo fuego ancestral
que anima
al cosmos.
Lanzó sus destellos
de diosa liberada,
para unirse
de nuevo
a una brasa originaria.
Presencié,
asombrado,
como dos luces se reencuentran.
Como de la oscuridad terrena,
brotaba lava eterna.
El Dios
fulguraba oculto
esperando en silencio
su cordón de fuego.
En el Ruca-Pillán
de los mapuches,
se recrea un sol nocturno,
desde el umbral interno.
Vive
eternamente
la luz de los volcanes,
prueba irrefutable de América.
Qué una brecha de luz
parta del centro de la tierra.
Los niños ven,
todavía la naturaleza
los respeta…
Sal de tu escondite
y crece.
Dibújate
a lo largo y ancho
de tu sombra
con el cinto
de gemas.
Escribe tu nombre
en el cirio
y vuela.
Levanta una vihuela
y canta.
Modifica
sin temor,
las cartas.
Viaja rauda,
sálvate, sálvame
cómo el águila
en los Andes.
Vuela
hasta tu ser
y escucha,
es el silencio estelar
lo que nos habla.
Caminé
bajo el raqui
y el alerce.
Me inicié
corriendo
hacia el sol,
en misterios de un Toth
araucano.
Escuché el grito
de una hembra
en los lagos,
me atisbé
como alguno
de esos dioses
proclamados.
El contenido
de la historia
no está en los hecho.
Los significados, en la semilla.
Si el fuego de la naturaleza los refrenda
el contenido jamás se perderá…
Transmutemos
nuestros pies de barro
y la cabeza de vientos.
Retornemos
juntos
al ocaso sin tiempo
allí abundan
los reencuentros.
Con los hijos del Xol
caminemos
la tiniebla
vestida de tierra.
Se descubre América
nocturna,
ante un Inti
de Incas olvidados.
Lávame los pies,
límpiame la frente,
con agua sagrada
de estos prados
donde fuimos
partícipes mudos
de cultos
trastrocados.
Niños
que jamás sabrán
el contenido
en nuestras manos.
Vimos crecer el maíz
en la noche desquiciada
del tiempo
y sus ladrones.
Recibimos sentencias
de jueces lejanos
pero la vida fluyó
en cada rincón de la existencia.
Colocamos
el animal,
la luz
y la sombra al servicio del Dios,
si acaso existe,
Hoy está América
en mis venas,
trópico que anima el barro,
la fuerza de un sol vertical
y coralino
encumbrado en los Andes.
Renace el poder
de lancero
empinado en un estribo
de los llanos.
América
hembra que vuela
y empieza a atisbar
desde la altura.
La vi despertar
y hubo
un terremoto
en la montaña.
Regreso a mirar
la América escondida
disfrazada de musgo,
tierra, liquen.
Desde el cerro sagrado,
conjuré
la sangre solar
de los ancianos.
Miré al hombre
surcar el cielo andino,
con un corazón de gavilán
en sus entrañas.
Regenerada
se verá esta tierra,
después
de haber sido
tantas veces
profanada.
Dicen
que al pie del Chimborazo
renacerá
la raza del sol
que fue
por años,
despreciada.
La soledad del espíritu
es comprensible
para los que viven
la gloria de una aentrega.
Soledad silenciosa
y abismo…
Me detengo
en significados,
mil veces
recordados,
en verdades repetidas,
espirales de luces
y de sombras.
Quedaron, después,
temores
honestamente
silenciados.
Pasiones
que sobrepasan
la necedad
de los humanos.
Pero puede crecer
una esperanza
y se hace mente.
Una certeza
se juega
la carta
de la vida.
Mi alma se enciende
y vuela
en los círculos
del aire.
Cuantos ascendieron
o descendieron,
a esa altura.
Cuantos saltaron
al vacío
guiados
por esa certitud
ultraterrena.
justicia prodigiosa;
nadie la comprende…
Limitado, como soy,
vislumbro
un infierno de barro
y también,
el sublime alimento,
de los dioses.
Regresó a mi
el fuego estelar
que entregué
con mi conciencia.
Como pez alado
salgo a recrearme
con las olas,
vivo entre marismas
y mareas.
Porque soy fugitivo
de un destino atávico,
avanzo hacia el sol
quemándome los ojos.
La vida real espera
en la caverna.
Con pulso firme,
bebo la cicuta
y creo que soy inmune.
Peregrino
del tiempo
admiro el milagro
de la redención terrena.
Un universo molecular
tocó mi ser.
Más allá de la creación
volé por esta América
incendiada.
Magma incandescente
araucana,
lo ígneo,
de una patria irredenta.
venimos de las aguas
y vamos hacia el fuego
con espada,
o con lanza flamígera
de Caupolicán.
Sabiduría
reñida
imaginación
descontrolada,
sólo el despierto observa
la verdad más allá de los opuestos…
Para conocer el alma
encarnada en el barro
hacemos carne
de cada uno de nosotros,
impregnados
en la proximidad
del ser que nos contiene.
Así,
nos implantamos
en nosotros.
En las venas,
en el éter.
Lucho y muero
en la imaginación perdida.
Venzo al fin
y estoy eternamente.
Saberme
convertido en antorcha
que penetra.
Ser, en fin,
ese fluido incandescente,
reencontrarnos
en un cuerpo sutil
que nos abrasa.
Nos descubrimos entonces
como si fuéramos
el mismo fuego.
Nos reconstruimos
golpeando
con martillo y cincel
los pedernales.
Renuncio, entonces,
a tu presencia loca,
aunque son nuestros pies
la cordillera
y los Andes enormes
son las flamas doradas
que a todos
nos incendian.
Pago
y soy cuatrero de verdades
y toda verdad es desengaño.
Eres fuente
de la naturaleza
en equilibrio.
He renunciado, quizás,
a vivir eternamente,
aunque, probablemente,
sea verdad eterna
este presente.
Solitario,
invoco al Sol.
En mi espina dorsal
se ha concentrado,
el poder de otros dioses
invocados.
Viajo en la serpiente
porque el vino del sol
está en nosotros.
Aunque sólo somos
dos ídolos
caídos en campaña,
pagamos
nuestro tributo de pausas.
Hay laberintos
y,
horizontes.
Hacer,
no hay tiempo que perder.
Actos fallidos
nos persiguen,
errores que no fueron
arte de la vida,
energías olvidadas.
Ahora vivo
errores voluntarios,
lenguaje accesible a la conciencia.
Lucha salvaje
de dioses y animales.
Estoy dentro de ti
para quedarme.
Dicen que somos
fugitivos de las leyes
de los hombres.
Son turbulentas
las horas oscuranas.
Nos redime sólo
un perverso juntador de cosas,
ordenador de esferas,
respirador de días,
enceguecedor,
hacedor del salto molecular
del universo.
Pródiga grandeza
tus ríos, transitas
como efluvios
de hembra gigante.
El mundo medroso
temió al oro, luz y sol.
En cambio,
miré al Cotopaxi
hasta extasiarme,
armonía necesaria
para detener al mundo
en el presente.
Desiertos
a esta realidad
al margen de los días
trascendimos signos,
realizamos, ahora,
las letras del silencio.
Descubrimos discreciones
parecidas a la nada.
Eres todo,
tierra, madre, hija, hermana, volcán,
recipiente incandescente
de vicios sublimados,
o no.
He visto allá
un horizonte
de diosas pródigas de brazos
y hornos de alfarero.
Vivimos abrumados,
en caída angustiosa
hacia la muerte.
Todo
es pacto de temores.
Se pierde el ahora
y la vida se repite.
Regresa
una soledad,
despojos
y ganancias.
Mi cuerpo
se resiste a creer
que ya no somos.
Soy anciano,
todavía,
retenedor
de intervalos,
procreador
de siglos
en instantes.
A veces,
podemos
huir de la desgracia
alejarnos
con sigilo
del dolor,
suplirnos
de otros rostros.
Eso
nos persigue.
Al menos
la vida toda,
fue batida
hacia lo cierto.
La soledad
sabe a lo concreto.
hago,
de la pira,
mi hogar.
Germino,
como un muerto.
Dije en otro rostro
que todo
es ilusión y sueño
Si es universal
este delirio,
sólo la mentira repetida
nos acerca a la verdad.
Vislumbro
algo concreto
en el crisol
de la colada.
Separados
de nosotros
precisamos
la caída
y la guadaña.
Proceso fatal
de la materia
redonda
irreductible,
circo circular
de la inconsciencia.
Ahora,
una arteria
fluye
hacia lo interno
y estoy cortado
hasta mi centro.
amor,
locura,
inexplicable, antinatura…
Buenos días
que seas feliz
entre las olas.
El mar te acune
en su seno de espuma.
Tu sima
y la cintura de celaje
tengan
la voluntad
de la esperanza.
Buenos días,
ahora la montaña
habla con los vientos
y tu risa marina
sube hasta los Andes
empinados.
Escucho
las palabras
en mis venas,
mi torrente escarlata
canta contigo
y se renueva.
Te fabriqué
con mi arcilla
modelada
en barro fresco,
copa angosta
de cóncavos lados
que se apartan
y se acercan.
En horno eterno
calenté tu flanco
como rayo
y fulgor
traspasé tu cuerpo.
Aún se escapa
el arte de la vida,
regada estás,
con vino propio,
si es que existe.
Nos miro
tantas veces,
como espejos
en el aire,
plenas
las copas
con la sangre celeste.
Mi cuerpo viril,
al andar
por la vida,
percibe
los opuestos
que se acercan.
Te señalé a ti
tierra americana,
surco
al centro
de tus muslos,
flor abierta
y entregada.
Porque
te recorro
aunque pasen
por ti las espadas
del planeta.
Vivo en
cada oscuridad
que tu me muestras.
Si el compás
se descompensa
perderé una vida.
¿Seré
otro fantasma estelar
sin un planeta?
Si me torno sombra
tu serás arenas,
viviré quizás
porque estoy
en mis venas.
Limpio tu mirada
con las manos
de greda.
Dame
tus destellos
de linterna.
Germina
un surco
de palabras
incendiadas,
poder eterno
de tus ubres celestes.
Diosa de lumbre
atrapada en mis brazos,
adorno tu cintura
con caracoles y esferas.
Tu nombre
me persigue
desde antaño.
Medicina,
o veneno,
resplandor
de primavera.
Éxtasis,
gaviota,
ventana abierta,
solar, secreta.
Gavilán,
de garras empuñadas,
recorrí tu espacio
de montañas.
Me persigue un nombre,
lo busco,
será musgo del sur,
la lluvia eterna,
¿La perla perdida
o la esmeralda?
La esperanza
es hoy mi cuerpo,
me entrego a la distancia,
para que tu cuerpo
sea también remembranza.
Vuelo en los cristales,
te busco
y te reencuentro,
en la jarra bermeja,
tu amor
es el acero,
músculo fortísimo
del cuerpo.
Te forjo
como voluntad
hecha de tifones,
de platas.
Renacer voluntario,
una espina
en la rosa.
Conócete y descúbrete
denúnciate.
Señala con tu dedo
de estrella
y de sonrisa.
Con este nuevo cuerpo,
vuela sobre un abismo
hasta mis brazos.
Como sangre
sutil
de las estrellas.
La vida se alumbra,
con cada mañana
que me entregas.
Esperé
tu renacer
en esta raza
de América.
Gira como
nube,
candela.
Te espero
en la serpiente
frontal
que te penetra.
Vuela
diosa,
invoco,
mil veces,
tu nombre
de paloma.
De nuevo
soy mineral,
luz, relámpago,
molécula
y trueno,
plomo procesado
de la alquimia.
Matraz nuevo,
impoluto.
Tu voz,
a veces, clara,
se escuchó
en el Huayna Picchu.
Descubrí
un sendero,
tronco enorme,
de árbol hembra,
yaciendo,
degollada.
Muerta
quisieron ver,
los grises,
esa planta,
de sus raíces
salieron
cinco gigantes
rectos
hacia el cielo.
La tiniebla
no pudo cercenar
vigor y savia.
Quiso la naturaleza
vivir, crecer,
ramificarse,
desde un centro
de otro universo
paralelo.
Sueño,
por voluntad,
la brecha abierta
entre volcanes
y centellas.
Hacerse
del Nuevo Mundo,
es más que nacer en esta tierra.
Descubrirse monada
con raíces hacia abajo y adentro…
Piso
del Continente alado,
roca viva
y furiosa,
una vez fui
de la patria lejana
de Alción.
Qué resplandor
guardan
tus entrañas,
fuerza oculta
del nuevo
habitante.
Ahora
estoy hecho
de barro
o de tormentas.
Mis manos
de flama y trueno,
lluvia torrencial
del Continente.
Surges,
Nueva Era,
de la antigua
patria.
Llueve
la sangre
del Inca,
viento araucano,
templos
circulares
del Caribe.
Llevas
la patria
adentro,
toda la greda,
los niños
de este mundo
nuevo.
Mar encrespado
americano,
misterio,
ternura,
brisa,
dominio telúrico.
Mi gavilán interior
no se equivoca,
raudo como el rayo,
veloz como la chispa.
La verdad…
Inmoral
fuerte y pequeño.
Aún no detengo
pensamientos,
ni línea recta,
ni el silencio.
Vivo,
sin cuartel
contra mi sombra,
desdigo mis pasos
hacia adentro.
Construyo
una comarca,
me trepo
hasta mi signo,
despiértate,
despiértame,
vigila mi alcoba.
Te envío
una inmovilidad
en mi conciencia,
conozco la fuerza
del hambre
y temo.
Sería quizás,
mi último día,
terminaba una vida,
empezaba otra.
De qué sirvió
la angustia,
la pena,
tanto amor,
tanta paciencia.
Miré atrás
las horas
desgastadas
y la esperanza ciega.
Ahora tengo
voluntad,
soledad,
me tengo.
Muero
y muere
mi egoísmo.
Renazco
en fulgurante
semen,
eternízate,
hoy, he muerto,
un poco.
“La filosofía
no es el arte
de conocer por la razón.
Nos lleva a creer lo razonable..”
Creo
en el que vive
en mi
y me enseñó
el arte de ser.
Y en Neruda
que, bajo la lluvia austral,
encontró una espada encendida
e intentó iluminarnos.
Creo en las piedras mudas
que, en su silencio,
nos muestran el secreto
que es la vida.
Y en Zanoni, el mago,
que, por amor,
arriesgó la vida eterna.
Creo en la ciencia del amor
y en los brujos
que reinan en el cielo
y gobiernan el infierno.
Creo en la voluntad
y el trabajo,
como única fuente de riqueza,
interior y exterior.
Creo en ese Dios
que está en todos los dioses
y que respeto,
porque su tarea
no es ayudarnos
y, en el Cristos.
Creo, firmemente,
en las estrellas
y, en el sol,
que es nuestra estrella.
Y en la humildad,
como único punto de partida
y, en el oxígeno,
que nos hace libres,
porque es el camino
de la luz.
Creo en la unión
del hombre y la mujer,
en el universo
todo se une
con su opuesto.
Y en los seres
de este planeta
y del cosmos.
Creo en lo humano,
porque sólo lo humano,
se acerca al equilibrio.
Creo en la verdad,
vivirla, subirla, escalarla
y reconocer su voz,
aún desde el abismo.
Y en la conciencia
de los buscadores,
que suman sus conciencias
y en el verbo.
Recomienzo
Hijo de la noche
y de la luz.
Heredero.
Todo.
Sangre de primate
y rayo primigene,
impregnador.
Vivo,
en la historia común
de los llamados
hombres.
Convivientes
de dioses
y demonios.
Pequeño ser
amalgama.
Sólo eres
parte
de la nada.
¡Infames!
gritan
con patas
de coleóptero.
Cuantas mentiras
enseñan
a la gente.
Ejércitos sonámbulos,
creyentes.
Escuadrones
de seres
que fornican
con la muerte.
Mil filosofías
te hablan al oído
y el silencio,
sólo el silencio,
descubre la existencia.
Mi ciudad
muestra
sus rebaños
de cuerpos
en la infancia.
Sus padres
dormidos
como flores.
Mis múltiples
mujeres
pasionarias.
Entregadas
al degüello,
como dóciles perros
de caza.
Viajo en el río
descubro
el orden
de las cosas.
Saga
de mi propia
historia.
Minúsculas vidas,
pequeñas muertes.
Llegas a negar
el arte
de la vida.
Explicas un mundo
nublado
de símbolos
y nadas.
La historia
y sus eones
está en ti.
En la humildad
de lo certero.
Sin acrobacias,
organiza
de esa forma
tu egoísmo.
En ti vive
un espíritu
desobediente
y poderoso.
No se rebela
de sugestiones
e intelectos.
Morador
del aire,
fabricante de olas
que avanzan
y se pierden.
Alfarero
de acciones
permanentes.
La nobleza
olvidada
parte de ti
para forjarte.
Desdeña
la muerte
y fluye
con el tiempo.
Torrente,
relato
de todo
y sus raíces.
Asidero
en la tierra
de adentro.
Trescientos,
cuatrocientos,
quinientos años,
suficientes
para la rueda
de niños
que invocan
su regreso.
Conocí
al rey ilegal
de la estirpe
primitiva.
Raza original
de los tiempos oscuros.
Amerrikua
la llamaban
los antiguos,
era la tierra
de vientos.
¿Puede escribirse tu saga
si olvidas la historia
y sus anécdotas?
¿No es acaso
fértil
la vulva circular
de este universo?
Ure decían
los ancianos
y era “lo de abajo”
Ahora
digo ure
y es el Todo.
Leren Suga
de los vascos.
Culebro
de siete cabezas
legado
del atlante.
Quetzalcoatl
alado.
Volverás
con tus plumas
de fuego.
Mensajero
ungido
en el vientre
del volcán.
¿Acaso,
no somos,
ese ser luciferino?
Invocamos
a Monctezuma
o Cuauhtémoc.
Atahualpa
creció
desde su cabeza cortada
hasta sus pies.
Conjuramos
a dioses
de corazón
partido
por el hacha.
Invocamos
al que comimos
en la cena
Palestina.
Viven
en nosotros
los devorados
después
de la batalla.
El dios
descuartizado
renacerá
en un lugar
secreto.
También
escucho
una ebullición
ibérica
en mis venas.
A lo lejos,
llama
una extraña tradición
guipuzcoana.
Un brasero eterno,
está encendido
en mi morada.
Al fin,
me voy
de la historia
inventada.
Regreso a mi
para encontrarte.
Me reconstruyo.
Aprendo
mi forma.
Me desligo,
y digo,
por primera vez,
el verbo
me hizo
hombre.
Desde la tierra
cóncava
vuelvo a ser
caribe,
antropófago.
Siento
el pasto verde
entre mis dedos,
las húmedas
lombrices,
el jaguar
que corre
entre los cohigues
y el bosque milenario
lo descubre.
Agazapado,
desnudo,
espero
el grito aterido,
para aterrorizar.
Libro de la luna clara
(2010)
Surco
Quiero horadar el surco
de luna en tus entrañas.
Sembrar semillas de sol
como una hoguera.
Abrasar tu cáliz
de cristal y piedra.
Pubis, abeja,
labios que besan
empinadas cumbres.
Fruto de luna,
en el pezón del cielo.
Albas nubes del rayo
alumbran tu corazón
de plata.
Alma, sangre dorada
que a nosotros nos alberga.
Ojo de luna,
tul, fantasma, sueño.
Comí tu fruta
y adentro,
la semilla de fuego.
El ser persigue
tu valle
como luz.
Eternal taciturna
niña, planeta, Luna.
Escalamos
lo imposible
posible.
Espada, espejo,
puñal.
Compás
del círculo perfecto.
Columnas
del templo infinito.
Ascenso
a leyes imposibles
del universo alterno.
Laberintos que liberan
dioses quemados
en hogueras.
Renacientes.
Almas cruzadas
en nosotros.
En mil almas.
Puro cuerpo tuyo
como el alba.
Ojo transparente
de la aurora.
Vida mía
siempre tan cerca
de la muerte.
Estrella del polo
que ha llegado.
Dicen que ahora vienen
por miles
o millones.
Que gracias a ustedes
el mundo está salvado.
Y, el mundo, todo,
cabe en este cuenco.
Unidad de lo que existe.
A veces
hay rupturas,
al final, la verdad,
es solamente
una visita.
Por instantes
revivimos
pero todo cambia
y se transforma.
Mudanza es creación inconclusa
del demiurgo.
Inexistente actividad
es la mentira.
No es la muerte
que es parte
de la vida.
No me arrodillo
ante lo falso.
Persevero,
rehago los pasos
de regreso.
Soledad,
verdad eterna,
solidaria.
Que el universo
recuerde
aquel instante,
que la vida
te crezca desde adentro.
Llévame a tu valle
Volcán, universo, eternidad,
una vez
es para siempre.
Hoy
la aurora boreal
se amaneció
de tu centro.
Tan fuerte y sutil,
apenas perceptible.
Nada más poderoso
que la sexualidad
de lo invisible.
Llévame a tu valle
surco arado
Vidamuerte.
Ocurren
en silencio
tantas cosas,
tantos mares,
baten nuestras costas.
Mercantes
o buques ilustrados
arribaron
a esta rada.
Vuelven ya
a la isla de círculos
concéntricos.
Continente antiguo
de un planeta
Apolo.
Sol nuestro
de todos los orientes.
Luna
de todas las estrellas
e invisibles tierras.
Clara luz pretérita
confía en la aurora
que te visitó
en la tarde.
Respirar
Interminable
e imposible.
Todavía tus cimas intocadas,
seno secreto
del beso sagrado
en el pleroma.
Remembranza
de la tarde eterna.
Busquemos
de nuevo
en conferencia,
a solas,
una aparición
mediterránea.
Inequívocos
tus ojos
perdidos en el tiempo.
Esto es más
que el libro
de un volcán,
libro de las horas
infinitas.
Nombre inconcluso
que eternamente
buscan los hermanos.
Grabo tu nombre
ahora,
en la caverna
de áureos arcos.
Luna de plata,
delta hermético.
Navegamos
desde entonces
los mares profundos,
del olvido.
Ilumina,
espejo de luna,
como antorcha
mi guarida.
Libro
de la imaginación
no imaginada,
de Todo y de todos.
Imposibles páginas
del arte
de la oquedad,
la cima.
Arte sagrado
Arte sagrado
en el secreto,
unidas la sal,
la palabra,
la acción.
Los círculos
concéntricos.
Vengan
a compartir conmigo
su tiniebla.
La verdad
está aquí
oculta bajo tierra.
Venimos de la muerte
o a la muerte vamos.
Tu, niña taciturna
de estos
años locos.
Regálame tu flor
de madrugada,
tu vientre de luciérnaga,
las plumas de tus alas
en que vuelas.
Dime una palabra,
madreperla,
dame tu luz
silenciosa
de planetas.
Amo
mi loca visión
de la otra vida,
final que comienza
ya finito,
Luna de plata,
perlas prendidas
en mi pecho.
Tu Luna
¿llegas tarde,
o pronto, a este recinto?
Contigo
aprendo de nuevo
las certezas,
me asombra
la oración
de almas
peregrinas.
Tu amor eterno,
imposible,
en la posibilidad de la montaña.
Mi alma, en tu armonía,
en tu paz
en tu palabra,
silencio iluminado.
Cielo.
Luna
te acompaño esta noche,
desde el cristal
de almas celestes.
Te envío el rayo
de la eternidad,
el beso de un canario
hecho de brisa.
Un manto protector
de intensa luz
para la diosa,
templo, nave nodriza…
Qué, desde otro mundo
se ilumine la senda
de nosotros,
los amados.
Qué la felicidad
se manifieste.
Buenas noches,
Luna Clara.
de estrellas infinitas,
mi alma está contigo.
Te busca.
Como siempre Luna,
desde siempre,
mi sustancia te busca,
se reencuentra.
Cuidemos
nuestros sueños-despertares.
Esta noche
la selva está
sin tigres
y sin luces.
Te fuiste Luna
en la oscurana
en busca de una luz
ultramundana.
Dice el oráculo
que sólo así
regresarán los dones,
gemas,
de la montaña sagrada.
Luna de selva,
tromba, torbellino,
de manos encontradas.
Un Aleph
se ha encontrado
en medio de tu pelvis.
Universo de espacios
en juego sagrado
de los siglos.
Laberinto.
A ver si doy
muerte al minotauro.
Es mi juego sagrado
de los dados
en el tiempo.
Sortilegios
de esferas
en mis manos.
Laberinto.
Vuela emplumada
una serpiente
Ven,
aplasta mi corazón
contra una piedra.
Recoge los pedazos
que palpitan.
Entrégalos
al dios
que es la conciencia.
Dale calor
a estos
elementos
en contienda.
Aire que aviva
tu llama
y tu sonrisa.
Tu, mi sol emplumado
levanta vuelo
cuando muera
mi animal.
Quiero
tu aliento,
último ser,
mi vida-muerte.
Miro, una vez más,
tu templo circular
entre pilastras.
Quiero entrar,
penetrar
bajo tu bóveda celeste,
tu, mi ser último
y perfecto,
unión, al fin,
de los opuestos.
Como una lanza
estoy en ti,
en las alturas
de esta vida.
Llegué
trepando
tu cordón
de plata.
Rayo de luna,
ruta de mar
sobre las olas,
celeste aurora.
Grita
mi nombre secreto
que conoces.
Invoca
al gran río,
al Dios,
que tu voz
habita.
El quiere
entrar al mundo
con espadas
doradas.
O puñales.
Dios de antaño
que habían creído
muerto.
Vive
como si nada
entre nosotros.
Eres multitud
y única
en la copa de plata.