NAMRÁ EL INMORTAL, Cap IV

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CAPITULO IV
La piedra Pasó muchos años en lugares recónditos de ciudades y desiertos. Al fin, llegó hasta las manos de David quien se convirtió en su protector entre los iniciados que habían aprendido la sabiduría del Nilo y la habían adaptado para los pueblos del desierto. Guardó la piedra y quiso construir un templo. Pero David aún no estaba listo para emprender la obra. Los hebreos desarrollaron un sistema profundo para alcanzar el conocimiento y la transmutación de lo denso en lo sutil. Para unir los elementos y devolverlos a su unidad originaria.

“La Piedra” conocida como la piedra de Jacob, llegó a manos de Salomón, quien preparó la construcción del primer Templo. Salomón era hombre de extraordinaria sabiduría. Ya había establecido embajadas en los países vecinos y, con aquellos, con quienes mantenía relaciones comerciales.

Con su extraordinaria presencia y sabiduría se había ganado el respeto de amigos y enemigos. Reunió a sus asesores y les hizo sentarse en dos filas al norte y al sur. El se instaló en un trono elevado siete escalas colocado en el Oriente.

Silencio hermanos, ha llegado la hora de continuar la obra iniciada por Jacob y continuada por mi padre. Anoche, durante el sueño, se presentó Dios y me indicó lo que había que hacer. Les he llamado a esta convención para discutir la mejor manera de impulsar la obra que manifestará en la tierra, la arquitectura que el Dios utilizó para construir este mundo visible, fantasmagoría del mundo verdadero e invisible del espíritu. Quiero escucharles y dirigir los trabajos de hoy para resolver, como siempre, por votación de la mayoría, el camino a seguir. Está otorgada la palabra para los representantes del norte y del sur, de oriente y occidente.

La orden fue repetida varias veces en el gran recinto del palacio de Salomón. Los guardias revisaron las afueras del templo y se aseguraron que no había nadie en los alrededores que pudiese importunarlos. Las mujeres se fueron a sus aposentos y la reunión se llevó a cabo con el ceremonial acostumbrado.

Rabí Aaron levantó su mano para Solicitar la palabra – Dicen que Hiram, rey de Tiro, tiene los mejores constructores a su servicio. Se trata de noaquitas, secta secreta, conocedores de todos los misterios de la arquitectura. Han realizado grandes obras en piedra a lo largo de las costas de todos los mares conocidos. El rey de Tiro, le admira y le respeta. Sus navíos transportan mercancías desde y hacia nuestro reino. Sin duda que estará contento de ayudar en la construcción de la casa de Dios. Hirám es sabio y humilde. Entiende nuestra tradición y es versado en el arte que le han enseñado los noaquitas quienes le han iniciado en los secretos de su arte.
Propongo someter a votación, por este consejo, la propuesta de Aaron, yo apoyo la idea de enviar una embajada a Tiro – dijo Ysac – levantándose de su asiento.
Yo apoyo también la propuesta, además, entiendo que Hirám de Tiro puede enviarnos las maderas de las montañas del Líbano, famosas en el mundo entero – dijo Aarón.
Kadosh, Kadosh, Kadosh- repitieron todos.
Por unanimidad, se decidió enviar la embajada a la corte del Rey de Tiro. Salomón solicitó al Consejo que seleccionara voluntarios y que, en número de siete, se prepararan para viajar.

El Rey de Tiro recibió a los enviados de Salomón y expresó que ayudaría con gusto a la construcción del Templo. Que conocía la calidad espiritual de Salomón cuya fama era conocida en los confines de todas las tierras.
Enviaré al mejor y más sabio de los constructores de Tiro es el Maestro de los noaquitas, de cuyos secretos es el guardián y el más diestro constructor conocido. Su nombre es Hirám Abiff – Dijo el rey– Por otra parte, enviaré a Salomón, como obsequio de este Reino, las maderas más hermosas de los cipreses del Líbano, las montañas blancas de mi Reino.
Yo, Galash, fuí uno de los encargados de Transportar las maderas y los hombres que acompañarían a Hirám Abiff hasta las tierras de Salomón. Mi Maestro Hirám dirigió personalmente la selección de las maderas y mandó lastrar las naves con barras de bronce. Me sorprendió la enorme cantidad de bronce que se colocó en las bodegas de los navíos.
– Porqué tanto bronce Maestro – Pregunté a Hirám – Se trata de la construcción más importante que hemos realizado desde que nuestros antepasados hicieron las Pirámides del valle del Nilo. Con ese bronce, fabricaremos las columnas que darán paso al Templo de Jerusalén. Este templo, será una réplica del templo universal. Tendrá las medidas áureas propias de la arquitectura de la naturaleza del Dios. Me refiero a las medidas del Dios único. Del que todos adoran con nombres diferentes. Son las columnas del Norte y del Sur, las que vigilan desde Occidente y soportan el cielo del mundo espiritual. Tú me ayudarás a la construcción de obras superiores. Se trata del arte que une lo denso y lo sutil, Ain Soph con Malcuth, el espíritu y la materia, unidad y multiplicidad. Estoy trabajando en el trazado para mostrárselo a Sol-om-on. Las columnas serán enormes y sostendrán el techo con otra gran columna invisible que estará sobre la piedra de Jacob que secretamente guarda Sol-om-on y será el centro espiritual de los pueblos de la tierra.
Durante el viaje acompañé muchas veces al Maestro en la cubierta. Me inició en las fórmulas secretas que han sido, son y serán las claves de la masonería esotérica universal. Las matemáticas y la geometría oculta. El secreto de los números que encierran la sabiduría del cuerpo, del alma y del espíritu. De las emociones, la intuición, la inteligencia y la mente.
Navegábamos frente a las costas de lo que fue después Alejandría. A lo lejos, se ocultaba el Sol con rayos agónicos. Un viento fuerte soplaba desde tierra. La embarcación se enterraba suavemente en el seno de las olas y aparecieron las primeras estrellas en la noche mediterránea. En la popa había quedado el Bósforo y la ciudad que se empinaría después hacia el cielo para convertirse en la capital del reino cristiano de Constantino. En la proa, invisible aún, la costa de los faraones. Hirám miraba como aparecían las primeras estrellas de la tarde, Venus, azul, apareció en el horizonte cuando aún brillaba la tenue luz del atardecer.

Galash – me dijo – qué extraño nombre. ¿ Porqué te llamas así?

Soy fenicio. Mis padres viajaron todos los mares y conocieron tierras lejanas. Mi nombre se originó en los antiguos reinos de Gilgamesh y significa ¨ El de la piedra ¨ mis padres se inspiraron en las palabras de un viajero de tierras lejanas. Les dijo que ese nombre correspondía al oficio que haría durante mi vida. Creo que ese nombre me trajo a tus talleres Maestro.

¿ Eres compañero ?

Soy maestro escultor. Trabajo la piedra desde mi infancia. Al principio, las trabajé con mallete y cincel, después con la regla, la escuadra y la plomada para hacerlas cúbicas, ahora, trabajo las piedras blandas con el compás que es la expresión del espíritu que se manifiesta en el círculo. Descubro las formas que se ocultan en el interior y estas se manifiestan con fidelidad en mis trabajos. Hace seiscientas siete noches presenté mi obra maestra ante el concilio de arquitectos y esta fue aprobada. Representé a la madre-padre del mundo que sólo conocemos los iniciados en los misterios.

El Maestro Hirám mantenía largos silencios, miraba al horizonte con una paz que lo inundaba todo.

Lo importante para mi es que conozcas el oficio – afirmó tomándome del brazo – la certeza que desarrolla el artista al trabajar. La geometría es La base de todo. En ella radica la comprensión del mundo de Dios. El es, en verdad, el Gran Geómetra del Universo.

Me miró inquisitivamente. Sentí que debía contestar sus preguntas veladas y proseguí.

Conozco la geometría de las formas visibles. El codo perfecto con el cual se construye el rectángulo dorado y las proporciones divinas para hacer esculturas a los Dioses. He conocido, desde siempre, al Dios dentro de mí. Pocas cosas son aún secretas dentro del arte; sin embargo, aún busco la piedra perfecta. Creo que por esas cosas del destino estoy contigo en este barco.

Ya se había ocultado por completo el Sol. El Dios que ilumina la tierra y nos irradia a todos por igual, se reflejaba en una luna color naranja que empezaba a despuntar por el oriente. Hirám se quedó mirando el disco y me dijo:

Es   la luz del Sol que quiere acompañarnos. En realidad, es un espejo que todo lo refleja. Trata de colocar un cuadrado dentro del círculo. Calcula su área y verás que es imposible. Trabaja sobre esto. Hay un código oculto en ese asunto.

Me quedé mirando al disco lunar. Una ola rompió en la proa salpicándonos con furia helada. El Maestro se alejó para desaparecer bajo la cubierta. Un marino subió al palo para quitar trapo y, a los gritos del timonel, la cubierta se llenó de gente que trabajaba y corría de un lado para otro. Me cubrí con una manta y me quedé mirando hacia la luna que empezó a ocultarse bajo los nubarrones.
Pensé que tendría la oportunidad de descubrir, no sé cuando, el código del círculo y su cuadratura. Pero antes, aprendería la ciencia caínita de la fundición. El arte que algunos consideraban una ciencia maldita. Bajé a mi hamaca bajo cubierta y la até a un lado para evitar una gotera de agua helada que caía sobre mi. Me costó mantener mi mente en el silencio de la paz interior. Conocería pronto el secreto del crisol de Hirám. El Maestro de los constructores. En aquel crisol estaría el secreto y otro código que después se mantendría ligado a la piedra en todas las escuelas de los tiempos venideros. En el crisol se funden los metales del alma de la tierra y del alma de los iniciados.
Me levanté temprano y encontré a Hirám sentado en la proa, saludaba al Sol con sus manos cruzadas sobre el pecho y sus ojos cerrados. Saludé también al Sol, a la usanza de los constructores, y agradecí al astro Rey por iluminar nuestro pequeño mundo de afuera y de adentro. Sentí su luz penetrando dentro de mi cuerpo físico. Respiré profundamente y en el elemento aire me uní a mi Maestro Hirám. Conocí alguno de sus secretos. El espíritu sin nombre se había incorporado. Sabía que ese espíritu era el origen y que todos éramos parte de lo mismo. Que habíamos realizado un camino de aprendizaje, desde lo sutil e impoluto, hasta lo denso del mundo visible, para aprender y crecer y salvar a los que estaban presos en su cárcel de sueños, pesar y dolor.
Supe que tenía que acompañar al Maestro santo en su camino hacia la piedra. Tuve, como tantas veces, la visión de aquella piedra que ya guió mi vida entre los cavernícolas. El viejo sin nombre, ahora había tomado el gentilicio de Hirám Abiff. El temporal había cedido y el Sol comenzó a brillar intensamente. A medida que nos acercábamos a nuestro destino, mi labor adquiría claridad meridiana.
Cuando llegamos a la costa, las barcas fenicias encallaron sus proas en la arena. Un ejército de hombres y mujeres esperaban para bajar las mercancías. Primero, desembarcaron los regalos del Rey de Tiro para Sol-om-on, como lo llamaba Hirám. Cajas de piedras preciosas eran transportadas en las fornidas espaldas de negros color de ébano. El Sol del medio día, con su calor, impregnó el ambiente con olores acres de sudor y perfumes exóticos de mujeres de muchas razas y colores que vivían en la corte de Salomón. Algunas habían acompañado a la reina de Saba y formaban parte de su séquito.
Me acerqué a observar el espectáculo al lado de Hirám – Son las acompañantes de la reina de Saba – me dijo, sin quitar la vista de sus cuerpos color de bronce – es ahora la favorita entre las mujeres de Sol om-on. Dicen que es la mujer más bella y sabia de la tierra. Que encarna a la misma luna y que es la reencarnación de Isis.
Sentí una emoción extraña en la voz del Maestro. Nunca le había visto así durante el viaje. Le miré a los ojos y descubrí en él una felicidad más allá de todo temor. Cavilé un poco y, para mis adentros, dije – ¡ hay! – recordé a la Kutuc perdida en el tiempo, debilidad y fortaleza del hombre
Hirám supervisó cómo bajaron los cedros del Líbano y yo estuve a cargo de dirigir el desembarco de las barras de metal que, por estar en lo más profundo de las sentinas, fue lo último que transportaron desde los navíos.
La corte de Salomón estaba de fiesta. La alegría llenó todos los rincones. Se trataba de una fiesta religiosa e Is Ra El, vivía su mejor momento. Los materiales se amontonaron y se establecieron los talleres donde se trabajaría la piedra y las carpinterías. Muy cerca del palacio, se organizó el taller de fundición.
Los embajadores de Salomón fueron nuestros guías y nos llevaron, junto a los demás maestros, a unas habitaciones espaciosas dentro del palacio. Los compañeros y aprendices, se alojaron en habitaciones detrás de las logias. Nos prepararon baños y, bellas esclavas, fueron colocadas a nuestro servicio. Dulces sabanesas se paseaban por nuestros aposentos vestidas sólo de ternuras. El Maestro Hirám mantenía un silencio taciturno. Se quedó en su habitación hasta que me llamó para preparar la entrevista con el Rey. Cuando entré, señaló una mesa y un trazado sobre un papiro.

Ves, se trata de un templo rectangular. No hay aquí nada fuera de lugar. He multiplicado un lado de la planta cuadrada por 1.618 para obtener un rectángulo áureo. Fundiremos dos grandes columnas de bronce que darán entrada por occidente. Al fondo, en el Oriente, estará el trono. Allí, sólo podrá sentarse Sol-om-on y sus descendientes. El Rey sabio y sacerdote recibirá el poder de la luna y del Sol. Los espíritus superiores, se manifestarán desde lo alto de estos siete escalones. Allí, el Dios creador y sus ángeles, entregarán su luz que se proyectará hacia el occidente. Los más sabios y santos sacerdotes, se colocarán en estas gradas del Sur y los aprendices en el Norte.

Las columnas recibirán, cada una, el nombre secreto de acuerdo a nuestros códigos. Dos guardianes celestes serán los intermediarios entre Sol-om-on, el sabio, y los demás sacerdotes. Aquí – dijo inspirado – se encuentra el abismo. Y ¡ aquí! El Ara que recibirá el poder de la piedra y será la columna invisible donde se manifestará el espíritu de los verdaderos hombres. El Sur recibirá la fuerza y el poder de lo positivo y viril, el Norte será la columna de las fuerzas pasivas y preservadoras de la vida, las fuerzas femeninas de la naturaleza y la sal que todo lo purifica y lo integra. Pero la columna invisible, la que cruza el Templo desde el Sacta Sactorum, será la columna del Dios y de lo eterno. Allí estará el poder del equilibrio, es el camino de la luz.

¿Qué pondrás en el Ara Maestro?

La piedra y, sobre la piedra, el libro de la ley del pueblo de Sol-om-on y los libros de las leyes sabias escritas por Dios. Las leyes más sabias que conocerá el mundo. Las del hombre sabio y justo.

Hirám no podía ocultar su admiración hacia aquel Rey. Quería compartir conmigo su admiración.

Sol-om-on instituyó una monarquía justa y perfecta. Sus leyes sabias, garantizaron la libertad de su pueblo y la igualdad ante la ley.   Todas las decisiones de Estado, las toma por consenso en una asamblea de sabios.

Hirám me dijo que estaba seguro de su trazado del Templo. Que, desde tiempo inmemorial, había trabajado en él. La cofradía de los magos sabía que, en algún momento de la historia, se construiría este tributo al creador.

Se presentó Isaac Yohai vestido con túnica impecable con sus mejores prendas. – El Rey les espera – dijo – quiere ver el trazado y discutir los detalles de la construcción.

Miré a los ojos del Maestro y este asintió sutilmente. Sabía que debía acompañarlo. Salí a vestirme apresuradamente y regresé al aposento de Hirám que ya estaba listo para la reunión.
Salomón nos esperaba en su trono. Arriba de los siete escalones, que son los niveles de la conciencia conocida entre los hombres. Su aspecto era impresionante. Una barba blanca adornaba su rostro y hacía resaltar los ojos profundos. Su túnica púrpura era impecable y un gran collar de oro colgaba de su cuello. Su pie izquierdo estaba un poco adelantado, una sandalia humilde se mostraba bajo la túnica. El brazo derecho recostado sobre el trono y el puño bajo el mentón que reposaba dulcemente. Su mirada, penetró en los ojos de Hirám y después en los míos. Escudriñaban el alma oculta en ellos. Como era costumbre ante los reyes de la antigüedad, nos postramos a sus pies y bajamos la mirada. Pero podía sentir la vibración emocionada del Maestro. Al lado de Salomón, una escala más abajo y a su derecha estaba sentada, en otro trono, la mujer más deslumbrante que jamás hubiese visto. Su torso descubierto, su piel de cobre, sus ojos color de miel. Inmóvil, observaba a Hirám.   Era, la Reina de Saba. Podía sentir, desde mi lejana postración, su respiración entrecortada. Salomón, en su sabiduría inmensa, sabía lo que estaba ocurriendo. Se levantó del trono para saludar al Maestro Hirám. Le miró de nuevo a los ojos y le pidió que se levantara. Traía su cetro en la mano izquierda.

Me complace conocer al gran constructor de templos. Estoy seguro de que nadie será el mejor intérprete de la arquitectura celestial.

Abrazó a Hirám y le pidió que le mostrara los trazados. Llamó a los arquitectos de la corte y, con el cetro, me indicó que me levantara y los acompañara. La Reina no podía ocultar su consternación. Echó una última mirada a Hirám y salió del recinto por detrás del trono.
Me incorporé y caminé detrás del Maestro. Hirám extendió los papiros sobre la mesa. Varios braseros calentaban el recinto y cientos de velas de cebo lo alumbraban. Los miembros del Consejo se acercaron a ver los trazados. Salomón estudió concienzudamente cada línea y cada medida. En silencio, miró a los miembros del Consejo.

Déjame los planos, constructor. Una vez estudiados por los sacerdotes, te llamaré. Creo que empezaremos pronto.

Nos retiramos con una venia y caminamos por pasadizos laberínticos hasta las calles de Jerusalén. Hirám quería estudiar el terreno. Subió al monte y yo le acompañé. En cuanto comencé a ascender, comprendí donde estaba. Todo mi ser empezó a temblar. Era la memoria de épocas remotas que se manifestaba. Ya conocía esa sensación de certeza. La caverna de Enoch estaba bajo mis pies y, allí adentro, bajo los arcos dorados en un delta de piedras preciosas, estaba escrito el nombre perdido del Dios. Precisamente allí, se construiría el gran templo de Jerusalén. En el lugar de poder donde hacía ya milenios había tenido en mis manos la piedra y la vida eterna y la clave de la salvación. Era, para mi, un camino de regreso. El regreso a Enoch, a la certeza trascendente del espíritu. Al origen.
El templo fue construido, precisamente, sobre la antigua caverna de Enoch. Donde yo, en la edad de piedra, había guardado el talismán con el nombre secreto del Dios. Allí, donde los iniciados eran llamados “nacidos de la Piedra”.

De allí, viene la tradición de los masones que, en la construcción de las grandes catedrales, hacían un laberinto. Este laberinto simbolizaba el laberinto que había que pasar, dentro de los oscuros rincones de la tierra y del alma, para poder encontrar aquella Piedra preciosa. Aquella luz. Es en ese recorrido por donde el profano muere y, donde nace, el verdadero hombre. Allí, en la oscuridad, descubrirá la sabiduría. El paso o puerta de la Piedra, siempre está marcado por pruebas terribles, por sufrimientos y decepciones que preparan al hombre para recibir la iluminación y volver a ser unidad luciferina.

Fuimos llamados por Salomón para instruirnos.

Hirám debo entregarte el talismán más precioso del universo. Y tú, Galash, debes estar presente. Anoche, durante el sueño, Dios me dijo que ustedes ya conocen la piedra. Galash, el protector, debe estar presente.

Salomón cerró las puertas de un recinto y tres sacerdotes lo flanquearon. Nos incorporaron en una cadena mágica. Salomón invocó los poderes de los elementos y el poder del Dios arquitecto del universo. Pronunció su nombre secreto, clave de los sumos sacerdotes. Colocó su mano al centro de de aquella capilla circular y se abrió un pasadizo y una escalinata descendente. Era la caverna de Enoch. Mantenida en el más profundo secreto por la cofradía de los grandes magos. Descendimos bajo los arcos. Al centro, sobre el nombre perdido, estaba la piedra. Tenía forma de clavícula y estaba surcada por signos indescifrables. Reminiscencias de un lenguaje común a la conciencia humana. Salomón, nos pidió que le acompañásemos hasta las profundidades donde estaba la piedra.

Desde ahora, ustedes serán los responsables del betilo. Lo colocarán bajo el Ara. Allí debe permanecer como fuerza y poder de sabiduría, luz y protección. Sin embargo, nadie debe saberlo. Sólo los sacerdotes de la cofradía sabrán de su existencia. Hirám, debes construir un recinto secreto y seguro, en la cámara central del Templo, para alojar la Piedra. En su construcción sólo deben trabajar Maestros constituidos y aceptados. Todos, descendientes de la estirpe de Noé. Trabajen durante la noche y en secreto.

Salomón tomó nuestras manos y las colocó sobre la piedra. En ese instante, tuve una visión. Hirám tenía una caída, se entregaba al amor y, por un descuido, se rompía el molde de la columna del norte. Lo ví muerto y enterrado, su cuerpo putrefacto bajo una acacia. Quise advertirle al Maestro, pero, la Piedra, me impedía hablarle. Con gran turbación a causa de la visión, cargué con el betilo envuelto en una túnica blanca.
Estábamos en la habitación de Hirám donde ocultamos la piedra. Me senté junto al Maestro y le narré la visión de la caverna de Enoch y el temor que sentí. Por respeto, sólo sugerí mi visión de su caída. Pero el Maestro se limitó a mirarme con profunda paz.

Ahora entiendo mi destino. Tu visión puede ser correcta, pero no debo intervenir en las pruebas que me presenta la naturaleza. Si tal cosa ocurre, renaceré hasta el final de los tiempos en todas las generaciones de constructores. En aquellos que alcancen la quintaesencia de la sabiduría y se reencuentren con su espíritu inmortal.

Pero Maestro, hay algo en la visión, que confirma lo que he visto en los ojos de la reina de Saba.

No digas nada más. Comprendo. Eres un maestro hábil y conoces el espíritu del hombre. Debo regresar a la unidad y ese regreso es un ascenso.

Y qué pasará con Sol-om-on.

El comprenderá. Es el más justo de los humanos y el más sabio sacerdote. Sin duda, él sabe tanto como tu. La reina, me buscará. Es el vehículo de mi Tikún. El Tikún es el aprendizaje que debemos realizar en esta vida encarnada. Cuando nos encontramos con nuestra alma gemela, ella nos busca y nos encuentra. Si la Reina de Saba me consigue, Salomón sabe que debe irse de este mundo o rechazarla. Es la ley de la naturaleza. También es su propio Tikún. No te preocupes. Ya estás aquí y, la Piedra, estará a salvo. Manos a la obra.

Me tomó del hombro y me pidió que buscara a siete maestros. Los más diestros en las artes. Los más cercanos a Dios. Me dijo que debía juramentarlos e iniciarlos con la rodilla izquierda en tierra para que puedan construir la Jerusalén Celeste. Salí de la habitación y recorrí la mansión laberíntica de Salomón. Seleccioné a los siete maestros y los llevé al templo circular, lugar de poder situado sobre la antigua Caverna de Enoch. Al lugar donde construiríamos el primer templo de la ciudad celestial.
Repetí las claves secretas que abrieron la puerta de la caverna interior. Los espíritus de la tierra, el agua, el aire y el fuego colaboraron para hacer un círculo de protección. Bajamos al interior de la tierra, donde se mira, frente a frente, al demonio de la pasión y al Dios arquitecto. Una serpiente de fuego se mordió la cola sobre el triángulo de oro. Con la rodilla en tierra y la espada flamígera de la voluntad, inicié a los maestros en el nuevo rito, reminiscencia de la antigua ceremonia de los hijos de la Piedra.   Juraron mantener en el más absoluto secreto la obra que iniciaríamos.

Sobre el arco más profundo, construiremos una cúpula de rocas. Será tan perfecta, la unión de las mismas, que jamás será visto o pronunciado el verdadero nombre del Dios. Sólo aquellos iniciados en los grandes misterios tendrán acceso al nombre que será revelado sólo por la piedra.

Dentro del recinto circular, se instaló la logia donde los maestros hicieron de nuevo el trabajo de aprendices tallando la piedra bruta y puliéndola como los compañeros. Después, entre todos, tallaron la piedra clava que cerraría la cúpula.
Regresé, después de varios días, a buscar al Maestro Hirám. Corrí el cortinaje de su aposento y me recibió una de las sabanesas que acompañaban a la Reina. Su cuerpo flexible, la sonrisa en sus labios, la dulzura en su hablar, la lengua extraña y salvaje, la mirada traslúcida y la piel de cobre. Aquella doncella era apenas un remedo de su Reina. Su presencia corroboró mi visión en la caverna. Había buscado su alma gemela.

No puedes entrar, constructor. La Reina, se encuentra con el Maestro. Se han amado por siete días y siete noches. La luz resplandece en sus cuerpos. Sus pupilas dilatadas me han dicho, mil veces, cuán felices son. No les interrumpas todavía constructor.

Me quedé sin aliento. Lo peor aún no había ocurrido. Salomón, no manifestaba sentimiento alguno. Pero su tristeza era grande, como su alma. Una ira quería crecer dentro de él, pero tenía las riendas de su pasión. Magnánimo, perdonó la osadía del Maestro y de la Reina. En la Soledad de la realeza, con sus cientos de mujeres, se paseaba meditabundo. Comprendió que ese era el precio de su obra. La Reina, sólo deseaba desposarse con su alma gemela. Nadie podría detenerla. Era la Isis, la señora de los misterios de la naturaleza y entregaría todo su conocimiento al Maestro de los maestros.
Hirám reapareció y comenzaron los trabajos en torno al Ara, donde estaba oculta la Piedra. Se colocaron las cuadras en los puntos cardinales. En las logias, se trabajó intensamente y los materiales se transportaban. La construcción se realizó en el más absoluto silencio. Ni una palabra debía pronunciarse en el lugar del templo.
Los compañeros y maestros, realizaban su labor y, a medida que construían el templo físico, perfeccionaban su mundo interior. Hirám trabajó en su taller las piezas ornamentales. La piedra arenisca tomó las formas sublimes inspiradas por la musa. Nunca más, el arte estuvo tan cerca de Dios, ni fue su manifestación tan sublime. Los constructores recordaron los trabajos de las primeras pirámides pre-dilúvicas realizadas en sus vidas pasadas. La diosa reina, acompañaba al Maestro mostrándole los caprichos de la naturaleza. Su torso de serpiente, su cabello de fuego, su mirada abismal y su vientre de acero. Después, ahíto de amor, salía del taller para dirigir la obra.

Coloca las cuatro piedras fundamentales – me decía con los signos secretos – coloca primero la piedra del noreste. Las otras tres en este orden: Sureste, suroeste y noroeste. Utiliza la escuadra, me decía con la seña establecida. A la misma altura, pero al medio del gran Templo, en el lugar indicado, coloca en secreto, la Piedra de Jacob.

Con los siete maestros, para proteger la piedra, se construyó un laberinto. Y así, sólo los maestros masones podrían llegar hasta la morada del talismán sagrado. Para llegar al final del laberinto, los adeptos tendrían que llegar a los infiernos y morir en el mundo profano. Si el adepto sobrevivía a la prueba, se regeneraría y se convertiría en verdadero hombre.
Una vez que estaba lista la obra gruesa, el Maestro reunió a los fundidores que fabricaron un enorme crisol para fundir las columnas. La temperatura del horno calcinaba a los obreros. El molde estaba listo y preparado con arcilla cocida. Trabajaba intensamente cuando recordé la visión de la caverna. Era tarde para actuar. Se realizaba la primera colada. La columna del Norte, recibió el bronce derretido en medio de un espectáculo incandescente. Pero, por un error de cálculo, cedió el molde y la columna se dañó. Era un mal presagio. Corrimos para salvar la vida ante la caldera infernal. Se fundió la columna del Sur y la del norte fue reparada quedando hueca en el lugar del accidente.
Al final, se colocaron las tejas y estuvo lista la obra. Hirám llegó después que se habían suspendido los trabajos y le esperaba la envidia, la vanidad y la avaricia. Tres hombres trataron de robarle los signos y las palabras secretas de los maestros para tener acceso a un salario inmerecido. Lo asesinaron con sus herramientas y lo enterraron bajo una acacia que florecería por siempre.
Hirám había desaparecido y la Reina de Saba me llamó para implorar que lo encontrara. Salomón organizó su búsqueda por todos los rincones. Después de revisar los lugares más recónditos, tal como en la visión de la caverna, lo encontré bajo la acacia. Invocamos a Dios y lloramos su muerte. Regresé hasta el aposento de su viuda. Al verme desolado, la Reina, lloró desconsoladamente. Su vientre, el útero magnético, guardaba la semilla del Maestro y me acerqué para consolarla.

Ahora, le dije, están unidos para siempre. Todos los constructores, hijos espirituales de Hirám somos tus hijos. Cuidaremos de ti y de tus secretos, como lo hicimos en la alborada de los dioses egipcios. Cuidaremos de tu estirpe sagrada. El hijo espiritual de Hirám , con tu venia y con tu entrega, encarnará en mi y en los que tu selecciones, haremos un templo a las sacerdotisas que, por medio de la magia sexual, harán que la estirpe del maestro se prolongue hasta el final de los tioempos.   Nosotros te veneraremos como madre y señora de los misterios y cuidaremos de ti y del secreto supremo de tu vientre sagrado.

Abracé tiernamente a la Diosa Reina y, después de llorar junto a ella la muerte del Maestro que renacería en nosotros, nos amamos en aquel nivel de la alta magia inasible los mortales.
Después, buscamos a los asesinos, Salomón se ocupó de hacer justicia al constructor del Templo sagrado organizando una cacería que daría con los criminales. Estableció las primeras misiones diplomáticas y exigió al país vecino que albergaba a los asesinos que los entregase para ser juzgados por sus jueces naturales. Dediqué mi vida a cuidar de los misterios y me hice sacerdote. Fui consagrado como Gran Maestro de los constructores y viajé por mares y montañas realizando y protegiendo la obra de Hirám.
En Grecia, se instalaron logias y escuelas de misterios menores y mayores. Construimos templos y desarrollamos los tres órdenes arquitectónicos que son símbolo eterno del crecimiento y la evolución espiritual.
El Grial permaneció en el Templo y fue su talismán secreto hasta la invasión de Nabucodonosor. Las tropas del monarca invasor penetraron en Jerusalén. Saquearon casas y violaron a nuestras mujeres profanando la sangre sagrada de los noaquitas. El Templo fue quemado y destruido. Las maderas del Líbano, se utilizaron como leña en las hogueras. Las dos hijas de David, con algunos masones, huyeron a Egipto.
Supe, ya muy entrado en años, por nuestros hermanos, que la Piedra estaba a salvo. Reunía a los aprendices en las logias y les narraba los detalles de la construcción del Templo y los poderes de la Piedra y la muerte funesta de Hirám.

– La piedra existe y su fermento está en nosotros – les decía, escrutando sus ojos – ese fermento es nuestra herencia como constructores y como guías de pueblos y civilizaciones. El fermento hay que descubrirlo en el silencio. Sólo el VITRIOL os mostrará el camino hacia Dios. La sabiduría es el único camino, aunque los rabinos y sacerdotes pretendan enseñar otra cosa. La verdad está dentro de ustedes y su deber es descubrirla.

¿Pero qué ocurre, a nivel físico, cuando se encuentra la Piedra?
Cuándo se desarrolla esta conciencia divina. El proceso de despertar es el primer escalón hacia el descubrimiento del Grial interior. Ese despertar se manifiesta como una alteración de las percepciones habituales de la vida. Cuando se modifican los niveles habituales de nuestro despertar, también se modifican todos los significados.
– Hay una glándula que es el centro de tal poder. De allí que, las personas, tengan más o menos desarrollada esta glándula. Los orientales la llaman   el tercer ojo de Shiva que también se representa como una perla.

Mi vida trascurrió dedicada a la enseñanza. Siempre guiado por el poder de la Piedra. El tiempo es un fenómeno circular y, por lo tanto, inexistente en cuanto a ese proceso longitudinal de pasado, presente y futuro en el cual cree la cultura profana occidental. Los hechos ocurren en planos paralelos. Esa ilusión que es el tiempo se manifiesta sólo en el espacio de este mundo visible, tan frágil, tan cambiante que el velo se rasga y todo se conjuga en un instante. El sueño, esa cortina donde se oculta la vida real, de pronto, cede ante el despertar de la conciencia superior.

Un comentario sobre “NAMRÁ EL INMORTAL, Cap IV”

  1. Como suele ser habitual, serán realmente sus discípulos quienes desarrollarán y
    amplificarán los fundamentos arquetípicos junguianos , así como su principio de sincronicidad en el tarot,
    de entre los cuales destaca la analista Sallie Nichols y su obra Jung y
    ell tarot.

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