Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)
Hay ciertos mitos que terminan convirtiéndose en modelos de pensamiento y, por último, en dogmas que definen el carácter de los pueblos. Estos mitos generan una especie de ceguera mental que impide la observación, más o menos objetiva, de la realidad y de los procesos sociales y políticos. Estas construcciones imaginarias, son taras silenciosas que casi siempre llevan a las naciones y a sus lideres, a equívocos que pueden desencadenar verdaderos dramas nacionales y, a veces, planetarios.
En Venezuela, y otros países de América, uno de esos mitos, de trágicas consecuencias presentes, pasadas y quizás futuras, radica en eso de que somos un país mestizo en el cual no hay “discriminación racial”. Nada más alejado de la verdad. Hay mentiras que se repiten durante generaciones y que, de tanto repetirlas, se convierten en dogmas, pero jamás en verdades.
El racismo en Venezuela tiene un origen múltiple y consecuencias que han sido devastadoras para el pensamiento coherente y el análisis objetivo de nuestra realidad y, sobre todo, para resolver nuestros problemas económicos, políticos y sociales. No cabe duda que, tal como lo afirmara José Manuel Briceño Guerrero, en nuestro continente hay dos razas-culturas perdedoras, producto de la conquista devastadora que originó el “eurocentrismo”.
La guerra de conquista desmontó la cultura indígena, con sus tradiciones y sus dioses de la abundancia, trastrocados por la cultura europea y por los dioses del desierto, nacidos de la escasez. Sólo con la intervención del padre De las Casas, a los habitantes originarios de estas tierras, la vieja Europa le concedió “existencia humana”.
Pero como el bien siempre trabaja para el mal y hasta el infierno (el pueblo dixit) está empedrado de buenas intenciones, con el reconocimiento de la humanidad indígena, la esclavitud, esa curiosa institución, inició una cacería entre los habitantes de las costas y las llanuras africanas. Así, amarrados, maltratados, en las bodegas de los barcos, llegó al continente americano la otra raza-cultura perdedora. Los africanos que, por millares, fueron arrastrados como bestias de carga o como artículos que hoy, paradójicamente, llamamos de “línea blanca”.
La desaparición de la esclavitud en Venezuela, bastante tardía, por cierto, no liberó a estos pueblos de sus labores esclavas, ni de su condición desventajosa en la pirámide social. Efectivamente, la guerra de independencia sólo sirvió a los blancos criollos que afianzaron el poder político que, hasta entonces estaba en manos de los españoles. La desmembración de la Gran Colombia y la construcción de los estados americanos, sin excepción, generó una crisis que, tradicionalmente, ha ocasionado conflictos de toda índole, ya que las naciones indígenas no coinciden con los estados republicanos. La nación Quéchua, por ejemplo, habita el sur de Colombia, Ecuador, Perú y parte de Bolivia. La nación Aimará, Bolivia, norte de Argentina, norte de Chile. La nación Mapuche, parte de Chile y Argentina. Los pueblos Wuayú y otras etnias guajiras, entre Colombia y Venezuela. Los Yanomami, Maquiritares y otras etnias, entre Brasil y Venezuela. Es decir, los estados sudamericanos nada tienen que ver con las naciones originarias. Son estructuras arbitrarias nacidas de los intereses de los blancos. Esta situación ha generado múltiples sublevaciones indígenas, la más importante está en marcha.
El resentimiento ha penetrado, como es lógico, el alma de nuestros pueblos. El “eurocentrismo” que llevó a un proceso de mestizaje europeizante y a una cultura cuyo paradigma era lo europeo, con la conquista del poder por los pardos, ahora apunta en dirección contraria. Ahora, se regresa a las tradiciones originarias. Lo mestizo retrocede hacia lo africano e indígena. Las calles se llenan de santeros vestidos de blanco y el rico panteón yoruba salió del escaparate para mostrarnos que, las culturas perdedoras, también tienen una historia valiosa que contar y compartir.
El hecho de que el indio, el negro y el blanco vivan en la memoria de la sangre de un gran número de venezolanos, no facilita el problema, sino que, por el contrario, lo complica ya que la confusión y la bronca acumulada vive de manera secreta en el mundo interno de nuestros compatriotas, en una especie de guerra interior sin solución. Uslar decía que el americano es el único habitante del planeta que no sabe lo que es.
El fenómeno político de Chávez, tiene un origen étnico y no ideológico. El presidente Chávez llega a la presidencia montado en el caballo de las razas-culturas despreciadas, su carga étnica va más allá de sus rasgos fisiológicos y culturales que el ha sabido explotar hábilmente “Este pelo y esta piel”. Darle voz, voto y tierra a los pueblos originarios y reivindicar el valor de la cultura africana es un acierto político innegable que pone en evidencia nuestro problema racial no resuelto. Las expresiones “!negro de mierda!” “zambo” “Mono” “Gorila” o “Niche” que hemos leído en algunos escritos de la oposición, pone de relieve esta tragedia nacional de la discriminación racial. Las expresiones “escuálido” “frijolito” “lacayo” manifiesta, por otra parte, la misma carga de rabia y desprecio por todo lo europeo.
De niño recuerdo que me decían “musiú” o “epa catire” con cierto desprecio y sorna, cuando todavía la rabia y las diferencias sociales y raciales se mantenían ocultas detrás del mito de la igualdad.
En verdad, es hora de asumir que tenemos un grave problema de discriminación. Un problema no resuelto y no aceptado. Aún hoy, una familia de clase media de origen europeo, no ve con buenos ojos las relaciones de sus hijos con personas morenas. El régimen chavista ha encontrado una resistencia más poderosa, por su carácter étnico que por la carga ideológica que disfraza el verdadero origen de la bronca. El problema de Venezuela no es ideológico sino racial y cultural. Hay dos trenes que han chocado, el tren de los europeos y su cultura y el tren ¿invisible? tan evidente, de los negros y los indígenas. Es lamentable que no seamos capaces de asumir con valentía que el problema existe. Es terrible que, debido a esta incapacidad para asumir este asunto, se “ideologiza” el problema raíz y nos lanzamos en una carrera radical que podría llevarnos a la guerra, la destrucción de nuestras fuentes económicas y al hambre.
El país está dividido en dos, eso es cierto, pero el fondo que nos divide no es ideológico. La ideologización del tema racial sólo lo oculta y lo disfraza.
Para resolver un problema pienso que basta con verlo. Es como un problema matemático. La solución del problema es el problema mismo. Al verlo se descubre la solución. No hay fórmulas. Cuando el problema es muy evidente es fácil verlo. En Sudáfrica el apartheid era muy evidente. El mundo entero podía verlo y comprender la inhumanidad del asunto. Por eso, se enfrentó el conflicto en su raíz. Lo mismo ocurre en Bolivia.
Aquí es mucho más difícil pues ha existido siempre un “apartheid” sumergido. Basta con observar la composición étnica de los habitantes de los barrios capitalinos. La composición étnica de los desposeídos, de los pobres y explotados para ver el problema. Para entender el enfrentamiento entre el gobierno y la oposición basta con ver en la televisión la composición racial de las concentraciones del chavismo y las de la oposición. En las del chavismo, por cada trescientos morenos debe haber un blanco y en las de la oposición es al contrario. Con Capriles que gobernó Miranda y Barlovento, la cosa se ha vuelto más unitaria. Pero falta mucho para que seamos “un solo pueblo”.
Algunos optimistas me dirán que eso está cambiando. Claro, lamentablemente, un país dividido cultural y racialmente, rabioso y descalificador de la otra mitad de la población, difícilmente puede ser exitoso en ningún aspecto. Aunque muchas propuestas del gobierno tengan sentido y muchas de la oposición parezcan sensatas, la ira y el odio ancestral de unos y la prepotencia de otros, convierte el escenario actual en un diálogo de sordos.
He leído con detenimiento y acepto que, en algún momento, yo mismo he escrito y hablado con un verbo cargado de calificativos despectivos que, en nada, ayuda a resolver la bronca.
Hay opositores que creen, ingenuamente, que basta con sacar a Chávez para que nuestros problemas desaparezcan. Y hay en el gobierno algunos que creen que el capitalismo es el origen de todos nuestros males y que, al erradicarlo, seremos libres, iguales y felices. Se equivocan. Primero tenemos que aprender a amarnos en nuestras diferencias y a respetarnos en nuestra diversidad. Pretender exterminar a la mitad de la población por “oligarcas” es demencial, como lo es pretender solventar nuestro problema con una fórmula económica o política. El apartheid se resuelve sólo asumiendo que existe el apartheid.
El racismo en Venezuela se resolverá asumiendo que somos racistas en ambas direcciones. Abandonando el mito de que el problema no existe. Venciendo los prejuicios, perdonando, los que perdieron y asumiendo que los espacios conquistados responden a una reivindicación histórica, cuyo origen no es un sistema económico, sino una cultura que se ha impuesto a otras dos culturas aplastándolas y subyugándolas.
Inconsciente, o conscientemente, Chávez es un vengador. Pero la venganza no es la mejor manera de resolver, en paz, nuestro conflicto. Es hora de que nos interesemos, masivamente, por nuestras culturas originarias y africanas que tienen mucho que aportar en un mundo que destruye sus recursos y que tiene sólo un dios, el dios dinero. El capital, es cierto, ha sido un instrumento de dominación, pero si el dinero no es un dios, un fin en si mismo, se puede convertir en instrumento de liberación, crecimiento y éxito.
Cuando se habla de un pueblo consciente, debemos referirnos a un pueblo que ha aprendido la solidaridad porque se sabe parte de la misma familia humana, con las mismas necesidades de cobijo, de amor, de paz, de progreso físico y espiritual. No hay paz posible sin humildad para asumir errores, no hay paz sin libertad, igualdad y fraternidad. No hay paz sin tolerancia. Venezuela quiere paz y si hay conciencia y humanidad podríamos declarar que la guerra ha terminado. Sin embargo, lamentablemente, se levantan las banderas del odio. El péndulo de la venganza parece balancearse indefectiblemente en los extremos. Claro, toda fuerza en un sentido genera una fuerza equivalente en sentido contrario. Es una ley del universo y tal parece que estamos en manos de brujos que al mezclar las yerbas en vez de medicina, les sale veneno.