La enfermedad que todo lo penetra

Por Nicomedes Zuloaga P

Foto Sitio El Universal
Foto Sitio El Universal

Esta semana no voy a referirme al Aleph, ese punto del universo que es la totalidad de todo y de todos los puntos. Ni a la posibilidad de la existencia de esa pequeña esfera que podría existir en algún sótano de la calle Garay de Buenos Aires. Ni de la posibilidad ¿probable? de la existencia de la primera civilización planetaria en América, ni que, encontrándose a si mismo, se descubre al Todo, es decir al Dios. No, hoy voy a referirme a cosas más tangibles y cotidianas. Voy a referirme a mi país, a las consecuencias de la “mala leche” y a las relaciones causales de la arrogancia, la prepotencia y el odio, con la enfermedad. Me voy a referir al hecho electoral como consecuencia directa del fenómeno metropolitano y de las relaciones entre la “ciudad de los pobres” y la “ciudad de los ricos”.
Si consideramos que el 86 por ciento de los habitantes del país viven en las ciudades y que, nuestras urbes han generado una brecha enorme entre pobres y ricos, no podemos sorprendernos del éxito aparente de la gestión gubernamental.
En otra oportunidad llamé la atención sobre algunos aciertos “comunicacionales” del chavismo que le ha permitido mantener su popularidad. Algunos piensan que se trata del brazo asesor de la Harnecker. Me parece que hay mucho más que eso. No es fácil escribir sobre asuntos políticos, o que rayan con la política, de manera desapasionada, ya que todos tenemos intereses o pensamos que una u otra posición puede afectar radicalmente nuestra forma de vida, como de hecho ha ocurrido, durante los últimos años.
Hace unos días, escuché una iluminadora conferencia de Bernardo Secchi. Su teoría sobre la “ciudad del futuro” es apasionante, sobre cómo la vida ciudadana ha transformado al planeta y cómo, el crecimiento caótico de nuestras urbes es causa y no efecto de los males que aquejan a la humanidad entera y al planeta, en última instancia.
Secchi afirma que la hiperpoblación es la causa del cambio climático ya que allí se concentra el humo de los automóviles y de las fábricas. Que es en las grandes urbes donde se manifiestan las mayores desigualdades sociales.
Por cierto, las desigualdades son mayores y más evidentes en las ciudades latinoamericanas y, en Caracas, Valencia, Maracaibo, Barquisimeto y todas las capitales llega a niveles insostenibles, desde hace ya mucho tiempo. Además, Para Secchi la desigualdad social no es un efecto sino la CAUSA de la crisis económica. Y esto si que es un aporte importante en el análisis de las encuestas y la posible respuesta electoral que tanto interesa a todos. La razón es evidente, la desigualdad social, genera una contracción en el mercado de bienes y servicios.
Además, desde el punto de vista humano, la ciudad, en lugar de ser un centro de encuentro, es hoy, un lugar de desencuentros, en vista de la inseguridad, del aislamiento cultural, de las limitaciones de los más pobres para acceder a la educación y al trabajo, a las infinitas barreras que se fueron tejiendo a su alrededor y que le imposibilitan salir de la pobreza, a la estigmatización de los que viven en estas gigantescas barriadas, se generó ese volcán desintegrado, nuestra ciudad. No es difícil, aún para los habitantes de esa “ciudad de los ricos” imaginar la bronca acumulada por la situación que acabo de describir. En nuestras ciudades, el rico tiene mucho más que sólo dinero. Tiene relaciones que le permiten acceder al dinero, cultura que le permite acceder a una “calidad de vida” mejor. Es un capital social que siempre ha carecido el pobre.> Por ejemplo, si un joven vive en la Charneca, por más competente que sea, le será muy difícil competir con el de Chacao.
A esto hay que añadir el tema étnico que debe ser parte integral del discurso político, honesto y abierto, ya que esta desigualdad también ha sido parte ancestral de la exclusión. Asumir la verdad que es la base de la libertad verdadera. Bolívar no es el mejor ejemplo de la inclusión social, ni de la igualdad social. Era racista. Temía y, así lo escribió, a lo que denominaba el gobierno de “los pardos”. Al contrario de Simón Rodríguez que, si tenía visión integradora y multiracial, Bolívar no dejó, ni aquí, ni en Colombia, ni en ninguna parte, las bases de una verdadera democracia incluyente. Por otro lado, desde Monagas, los morenos y los “indios” siguieron ejerciendo, con sus excepciones, las mismas funciones que antes. Se convirtieron en lavanderas, peones, empleados domésticos y obreros mal pagados.
Para entender las encuestas (si las hubiera confiables) hay que comprender que, esas desigualdades, son el origen del discurso “revolucionario”. Ese discurso se origina, lamentablemente, de esa bronca ancestral. De esa exclusión. Exclusión que, gracias a las terribles condiciones de vida que aún padece la inmensa mayoría de los venezolanos, se sigue acentuando. Cada día, los nuevos ricos, “boliburgueses” o no, se ven obligados a vivir en urbanizaciones cerradas y en casas con alambradas eléctricas. Hasta la “clase media” tiene que meterse en su campo de concentración particular convirtiendo la comunicación urbana en un archipiélago de barreras y guardias impenetrables. Hasta el habitante del barrio, cuya mejor arma para superar la pobreza y la inseguridad, debe ser la solidaridad, tiene que encerrarse en una vivienda enrejada. O sin ventanas.
Las encuestas nos muestran que “las misiones” son una herramienta transformadora de la situación ciudadana. Un salvavidas que otorga la posibilidad de saltar las barreras del barrio y que afirma la posibilidad de vencer el “estigma” de la pobreza. Al margen de que, además podamos calificarlo de una compra de votos, es un mecanismo de redistribución forzada de la riqueza. No cabe duda, las misiones han convertido al excluido, en consumidor de bienes y servicios y esto ha estimulado el comercio. De no haberse inventado Mercal, se  hubiera estimulado la formación de pequeñas empresas. No digo que con las misiones se superará el problema, pero es una esperanza para los que no tuvieron nada. Este sueño, esta posibilidad, es un arma casi imbatible en las encuestas. Una herramienta transformadora del consumo.
Es cierto que Venezuela ha fracasado, de nuevo, en lograr la seguridad alimentaria. Qué eso no se logrará jodiendo a los productores del campo, quitándole la tierra a los que ya saben producirla. Pero eso no es un problema electoral. Menos del 20% de los venezolanos viven en y del campo.
Ahora bien, la ideologización de la bronca es otra cosa. Ya que no ataca el drama nacional en la raíz, sino en las ramas. A los gallegos cubanos ¨Fidel y Raul¨ les ha resultado para mantenerse en el poder durante cincuenta años, pero no va a resolver el problema de discriminación racial en Cuba, ni la marginalidad, ni la prostitución. La búsqueda de una justificación imitativa, la guerra contra el imperio, la agresión permanente a los opositores, el apoyo a las actividades terroristas. La radicalización del discurso, la vulgaridad como sistema, la intervención y la militarización de la vida ciudadana, el insulto, la descalificación del trabajo  como medio para el crecimiento, la satanización de toda opinión divergente, la manipulación del poder judicial y la irresponsabilidad en la palabra y la acción, es también causa de un cáncer social. La mesura y no la desmesura es la medicina. La palabra de amor y no de odio, es la sanadora.  Para un hombre que está en el laberinto de su propia creación desordenada, es difícil prever las consecuencias de sus actos. Todo es unidad. Su mundo interno y el universo. El existe, porque existe “su enemigo”. Su enemigo está dentro de si mismo.
En todo caso, las “transformaciones revolucionarias” tienen algunas virtudes, pero no muchas. Esas virtudes, desde el punto de vista electoral, pueden resultar nefastas para su propio proyecto. Un conocimiento básico de las leyes que rigen la naturaleza nos demuestra que, cada vez que se inicia una acción, en una dirección, a menos que se realicen correctivos sabios en el momento preciso, darán como resultado, lo contrario de lo esperado. Es una ley del universo. La historia de la humanidad está plagada de ejemplos. Sólo la ignorancia de las leyes causales y la inconsciencia, puede impulsar acciones cuyo resultado no puede ser otro que la enfermedad social.
Como es afuera es adentro, como arriba es abajo, afirma la tradición  de la alquimia que podría hacer esbozar una sonrisa a los ingenuos. Pero la concentración del poder, el impulso del armamentismo ciudadano, el estímulo del enfrentamiento y el desprecio por la vida de unos, para justificar el bienestar de otros, no es, precisamente, una virtud. Sus consecuencias son inevitables como las leyes que rigen la vida y la muerte. Enferma el cuerpo y el alma de la sociedad. La bronca pasa primero por el organismo embroncado. La “mala leche” se paga, venga de donde venga. El “Capitalismo Salvaje” es tan inhumano como el “Socialismo Salvaje”.
El elemento fundamental para que se realice la inclusión, en libertad y no en esclavitud, es la seguridad ciudadana, la seguridad jurídica, la educación, la tolerancia.
Hay que partir del conocimiento de esas leyes no escritas y asumir que, las mayorías, vivieron, efectivamente, excluidas y postergadas. Que el discurso revolucionario tiene una razón de ser, que no apareció por autogeneración, pero que la vía en que degeneró el discurso político producirá lo contrario de lo que se ha propuesto. La enfermedad está ganando, en todos los ordenes. Como le ocurrió a la Cuarta. Con rasgos casi idénticos, con un discurso casi idéntico. Con idéntica hipocresía y con similares contradicciones.  Al comprender la bronca interna, al asumirla, en la piel y bajo la piel, al decidir incluirnos todos, de adentro, de verdad, sin maltratos mutuos, se puede vencer la enfermedad que hoy todo lo penetra.

Un comentario sobre “La enfermedad que todo lo penetra”

  1. Me gustó mucho el equilibrio que haces de la problemática. Los extremistas de derecha o izquierda siempre hacen sus análisis fanáticamente y pierden credibilidad. Felicitaciones.

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