Por Nicomedes Zuloaga Pocaterra
“Hay que pensar en las próximas generaciones, no en las próximas elecciones”
El domingo miré en la televisión argentina un reportaje de Jorge Lanata, periodista porteño, sobre el hambre y la desnutrición infantil. Debo admitir que despertó en mi una preocupación antigua y, debido a mis actividades diarias, casi olvidada. El sueño de la cotidianidad suele desviar la atención de las cosas verdaderamente importantes. La política, la inseguridad, el acontecer diario y las crisis económicas verdaderas o falsas, impactan nuestra mente con la, casi inevitable, hipnosis colectiva en la cual creemos que nos despertamos, creemos que trabajamos, acumulamos cosas y creemos que vivimos. O, quizás, somos vividos por los acontecimientos. Parece que el mundo vive una crisis de criterio.
El tema del criterio, es decir la capacidad para discriminar, o colocar cada cosa en su sitio, es apasionante. Una persona puede ser inteligente, tremendamente informada, tener varios títulos universitarios y doctorados y padecer de esa enfermedad que ahora, quizás más que nunca, afecta a la humanidad.
Digo que despertó una preocupación casi olvidada porque en 1972, realicé desde el diario La Verdad que se publicaba en Caracas, una serie de campañas de denuncia sobre la desnutrición en Venezuela. Caminaba por la avenida Libertador, a pocas cuadras que Quebrada Honda, ya entrada la noche y, de una alcantarilla, salía un rayo de luz. Di la vuelta acompañado de Julio Sosa Rodríguez y, oh! sorpresa, descubrimos un laberinto de catacumbas con niños famélicos y desnutridos. Esa denuncia, espeluznante digamos, fue considerada por muchos como un error imperdonable. Creo que, esa actitud, explica en buena medida, nuestras penurias actuales. La sociedad, o al menos una buena parte de esta, gusta permanecer en su sueño, en su letargo. En otra oportunidad viví de cerca, en algún territorio austral, al mismo tiempo egoísmo de unos y altruismo de otros que organizaban cenas semanales para mitigar el hambre de algunos amigos cercanos.
Lo cierto es que el hambre, en países ricos, es un asunto relacionado con el egoísmo, entendido como un desmesurado e inhumano desprecio por el padecimiento ajeno. Una acción irracional que se contrapone al altruismo. El hambre tiene que ver con un dios que está por encima de todo. El dios dinero. Por eso, lamentablemente, es preferible el mal olor y que se pudra un cargamento de alimentos, si resulta “mejor negocio”. Así, para mantener el precio de algunos productos, preferimos generar escasez. Sólo lo escaso vale. Son “criterios” o “des-criterios” incompatibles con un planeta superpoblado y ciudades ciclópeas e inhumanas. Cuando el dios es el dinero y la vanidad, todo esto es posible. Cuando el dinero es un fin y no un medio, se convierte en un dios y es perverso.Por alguna razón tiende a concentrarse, salvo excepciones que siempre existen y confirman la regla, en manos de los más egoístas. Hay que preguntarse que pagan, ya que no hay nada gratis en este universo.
No existe, en un país como Venezuela, justificación alguna para que se padezca hambre. Esto es un tema central en el evento electoral de octubre. El que pretenda gobernar este país debe analizar profundamente el problema del hambre, como acto de solidaridad y de altruismo. La desnutrición acarrea un problema dramático. El niño desnutrido durante su primer año de vida, crecerá con un cerebro limitado y, por ende, con una inteligencia mermada. Es muy difícil ser objetivos ante una campaña electoral. Regalar dinero a los más pobres, tiene no pocos detractores y muchos defectos, pero también algunas virtudes, si esto ayuda a mitigar el hambre. Lástima que, detrás de muchos programas alimenticios de los gobiernos, se oculte la sombra del dios dinero. El negocio. Hay que estudiar con lupa las políticas alimenticias y sus estrategias. Analizar lo que ha ocurrido en los últimos años, para avanzar en la alimentación infantil. Hay que asumir la realidad para mejorar las condiciones de vida de los más necesitados. Los teóricos y los economistas de escritorio, los capitalistas salvajes y los socialistas salvajes, con las tiranías que justifican la persecución y la muerte, son aliados peligrosos para el pueblo.Y el hambre, per se, es mala compañía. La capacidad para discriminar y, poner cada cosa en su sitio, es la más delicada acción política del momento.
Otro tema relacionado con el des-criterio, esta vez planetario, es el silencio de los gobiernos en torno a la “planificación familiar”.La superpoblación es el problema ecológico más importante del planeta. La única justificación para no detener esta locura es, por un lado, como siempre, el crecimiento de ese dios, lugarteniente del “dios dinero” que es el mercado. Es asombroso que, todavía hoy, alguna religión se oponga al control de la natalidad. El precio de las pastillas anticonceptivas es prohibitivo para las mujeres de más bajos recursos y las campañas educativas para que “se cuiden” tienen una inversión irrisoria. Uno de los mayores problemas nacionales es la proliferación de embarazos juveniles en nuestros barrios, calamidad que acentúa nuestros problemas. Cuando yo tenía 20 años, Venezuela contaba con siete millones de habitantes. En una generación aumentó a 26 millones. Es evidente que la superpoblación es el mayor problema ecológico a resolver, además del desarrollo de la conciencia, como ciencia de lo verdaderamente humano.
La otra explicación para que no seamos altruistas es la inconsciencia. El sueño o el letargo en que nos encontramos. Como estaba yo, hasta el domingo. Ocupándome de los problemas de la cotidianidad, con el espejito delante de mis ojos que impedía mirar hacia afuera. El hambre retomó su dimensión de tragedia, gracias a Lanata. Durante cuarenta años, he dedicado la mayor parte de mi energía a despertar, a distanciarme, para intentar mirar el drama de la vida con cierta objetividad. Es decir, con alguna cualidad humana.
Cuando Capriles afirma que va a mantener las Misiones, creo que comprende, por haberse enfrentado al hambre mirandina, a los extensos barrios del Este, o, si se quiere, a los barrios más allá del Este, que Venezuela requiere del amor fraternal y de un despertar. Que, más allá de nuestras contradicciones culturales, étnicas, sociales o económicas, jamás saldremos adelante si no remamos juntos hacia el mismo lado. La Misión Pastilla, debe ir de la mano con la Misión Condón que no ha dado mayores resultados.
En la naturaleza, todos los procesos cumplen su función. Hasta el mal, trabaja siempre para el bien. Existe una tradición ancestral que afirma que el Dios y el Diablo son polos opuestos de lo mismo. Facundo Cabral decía que el Diablo, era el nombre que utilizaba Dios, cuando quería hacer “macanas”. Nada puede contra los procesos de la naturaleza. Ahora, más que nunca, debemos despertar. Afirmar que “el que no es chavista, no es venezolano” implica un estado de somnolencia que desliga al hombre del mundo de la verdad, al menos se trata de una exageración descomunal, el ser consciente se equivoca y rectifica. Es hora de percibir el péndulo de la naturaleza y apoyarla en su proceso. Con paciencia, solidaridad y comprensión. Más allá de ideologizaciones y manipulaciones,habrá un camino para todos, siempre que descubramos que el egoísmo, la división y el enfrentamiento irracional, traerá, inevitablemente, gran sufrimiento y dolor para TODOS los venezolanos.