ALQUIMIA ESPIRITUAL

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)

“Si un perro te ladra, no te pones en cuatro patas a ladrarle”
L.A.P.

La palabra alquimia nos llega del Egipto antiguo. Al valle del Nilo se le conocía con el nombre de Kemi y luego, como Al Kemi, el país de la tierra negra. Toda la alquimia egipcia se fundamentaba en el trabajo sobre los cuatro elementos de la naturaleza que hemos tratado en muchas reflexiones, cuyas correspondencias son la clave para la comprensión de los textos antiguos. Así mismo, la alquimia egipcia fundamentaba su proceso de ascensión o perfección en la sal que representaba la materia y el mundo visible y sus elementos, el azufre que representaba el alma y el mercurio que representaba el espíritu. De allí que lo mercurial o hermético se refiere a las manifestaciones superiores de lo humano y estaría relacionado con el rubedo de la obra alquímica o el regreso al paraíso terrenal. Es decir, la incorporación de la vida espiritual en el alma-puente y la materia. Para definir lo mercurial desde el punto de vista del psiquismo debemos referirnos a la conciencia. Definida, no como una manifestación de la razón y de la inteligencia que tiende a imaginar cuando cree que piensa, sino como la manifestación del ser, lo humano en nosotros. Definir la conciencia es difícil ya que sólo se accede a este conocimiento desde el interior de cada uno de nosotros. La conciencia como ser no tiene un espacio. Puede traerse, en una primera etapa hasta el cuerpo en forma voluntaria para que esta se manifieste. Puede hacerse crecer realizando esfuerzos voluntarios para vencer los mecanismos inconscientes, sembrados en nuestra mente y que se manifiestan en forma de dogmas y creencias de todo tipo. Buscando alcanzar el vacío, deteniendo la máquina de la mente, se puede vislumbrar la conciencia que es la manifestación del Todo en nosotros. Es el Todo. De allí la importancia de la práctica de la meditación a que se trata, en cierta medida de una obra apoteósica (apoteosis es la deificación del género humano).
Ahora bien, el camino del crecimiento humano y eso que llamamos evolución, pasa por ese proceso que es, precisamente lo que nos enseña la alquimia. Esta ciencia, deformada por las descripciones de la fantasía popular medieval, era en realidad la ciencia de investigadores de las leyes del mundo visible, buscadores de la verdad y de la depuración interna. Las claves de la alquimia espiritual, base para la transformación del mundo visible, deben haberse perdido a lo largo de las persecuciones religiosas que, impulsadas por el fanatismo, destruyeron valiosos libros. Ejemplo de esto es la quema de la Biblioteca de Alejandría a manos del kalifa Omar y la destrucción de los textos de alquimia ordenada por Dioclesiano. Sin embargo, esta tradición no se perdió en el fuego de las hogueras ya que nos ha llegado intacto en el fermento espiritual de los verdaderos maestros de Occidente y Oriente. La alquimia, con sus mismas herramientas es común a toda la tradición originaria. El libro abierto de la naturaleza muestra sus misterios a todo aquel que ha limpiado el velo de los prejuicios intelectuales, de los dogmas y que se ha atrevido a pasar las pruebas que la vida le presenta sin temor al qué dirán, al ostracismo, la persecución y la muerte. Camino ineludible para los que avanzan por la senda solitaria de la sabiduría. Los egipcios le atribuyen la invención de la alquimia a Toth con su cabeza de Ibis, llamado por los griegos Hermes Trismegisto, encarnando a Mercurio en el panteón romano. La “Tabla Esmeralda” libro que se atribuye a Hermes, se inicia con el esbozo del principio de correspondencia, “como es arriba es abajo y como abajo es arriba”. Este principio enuncia la relación existente entre el microcosmos y el macrocosmos. Es la base de toda la magia práctica y nos enseña que, al vencer y dominar los elementos de nuestra naturaleza interna, accedemos al dominio de las cosas externas y de la naturaleza. Clave para la realización de la magna obra de la transmutación de todos los elementos densos del mundo visible en elementos sutiles y mercuriales.
La alquimia se manifiesta en la tradición china en los principios del Tao. Por medio del Tao también se pretende alcanzar la inmortalidad, la unión con el Todo. Pretende que el hombre conozca las leyes de la naturaleza y viva en armonía con estas leyes eternas. Es el origen del budismo que también trabaja con tres fuerzas como la sal, el azufre y el mercurio de los egipcios. Existen para el Tao dos fuerzas diferentes e indivisibles, el ying y el yang, la primera es la fuerza femenina y la segunda masculina o activa. La tercera fuerza es el Tao que es una fuerza trascendente, suprema, indefinible, presente en todo e ilimitada. El camino del Tao es el camino del vacío. El taoísmo condena todo dogma, todo preconcepto y prejuicio.
En la India la tradición espiritual es paralela al camino alquímico. El hinduismo plantea muchos caminos de superación y disciplinas. El yoga, en sus diferentes vertientes es un camino de transformación interna y externa. Una transmutación de lo denso en lo sutil. Conversión del animal humano en hombre verdadero. En el Rashayana se dice que hay un paralelismo impresionante ya que Rasha es mercurio se dice que Nagarjuna Sagar convertía el mercurio en oro. La cruz templaria también es una clave alquímica y, para ellos, INRI es la clave de los cuatro elementos de la naturaleza Iesbechah: tierra Nour: fuego Ruah: aire Iarmín: agua. A través del Islam, los templarios adquirieron importantes conocimientos alquímicos que no pudieron arrancarle a Jaques de Molay durante siete años de indecibles atrocidades y torturas ya que el misterio de la alquimia no puede robarse o transmitirse pues se encuentra oculto en el mundo interno de los iniciados. Y en la tradición americana, los cuatro elementos de la naturaleza como herramienta de trabajo y transformación está presente en toda la simbología Aimará de Tihuanaku y Quéchua, así como en la tradición maya sus curanderos que, aún hoy, se refieren a los cuatro elementos como “los abuelos”.

¿Para qué sirve la alquimia?
Armando Clavier (citando a Krishnamurti) afirma que si nos planteamos cualquier asunto y preguntamos a otros, nos encontraremos con presuntas soluciones divergentes. Una persona opinará que si y otra que no. Si preguntamos a una tercera, esta podría tener una opinión divergente con las otras dos. Y así, cada consultado añadirá u opinará de manera diferente. Entonces ¿porqué preguntar a los demás si mis opiniones son tan válidas como las de los sabios consultados? Lo cierto es que a la gran mayoría de las personas le resulta más fácil preguntar qué tomar decisiones, aunque su propio juicio sería igualmente válido y equivocado u acertado. Este miedo al error, basado en la ignorancia, este temor a la toma de decisiones quizás fue el origen de los dogmas. Casi todos los dogmas tienen un origen moral. Responden a una fórmula que, supuestamente es aceptada y acertada en una comunidad determinada. Ahora bien, no sabemos si esa ley, basada en un principio moral o religioso, es siempre acorde con las leyes de la naturaleza o si, al actuar de determinada manera, acertaremos a resolver nuestros problemas. La gente se encomienda a Dios y piensa que así logrará resolver sus contradicciones materiales o morales. O bien, busca un guía, cura, maestro, psicólogo o psiquiatra para que piense por él. Lo cierto es que la humanidad vive embarcada en una madeja de contradicciones insolubles y en un “rosario” de sufrimientos y problemas no resueltos. Reza, se encomienda a Dios, se refugia en ese pequeño útero que es la familia y allí se siente seguro, aunque no resuelva su infelicidad o sus problemas. No se de donde salió la idea de que podemos resolver nuestros asuntos internos fuera de nosotros o a través de imponer nuestros puntos de vista a otros. Me imagino que esta “debilidad” o indefensión para pensar nació con el instinto gregario y la necesidad unirse a la tribu para la supervivencia. Pero sobre todo, el miedo a errar, se basa en el desconocimiento de la naturaleza y sus leyes.

El Tiempo:
El concepto del tiempo es uno de los grandes escollos para vencer el mundo visible y poder acceder al trabajo de la alquimia espiritual.
La naturaleza misma del tiempo no es como se nos parece “cronológico”. La incomprensión de la naturaleza del tiempo limita el conocimiento sobre nuestra identidad y verdadera naturaleza trascendente. El que no se sabe trascendente, está apegado al mundo visible, al mito del tiempo y a la materia, vive el pánico de la inexistencia y de la separación permanente de todo lo que cree suyo, ya que el tiempo es de tal vertiginosidad que no existe más. El tiempo cronológico es una invención para la tranquilidad de los soñadores. En verdad, no hay pasado, presente ni futuro. El tiempo no es algo sobre lo cual podemos pensar y recordar y tener nostalgias. Ya no existe cuando lo pensamos. Para poder comprender la naturaleza del tiempo al cual me refiero hagamos un ejercicio con el elemento aire. Imaginemos lo que ocurre en este instante en el tiempo. Esto nos dará la sensación de la infinita vertiginosidad del tiempo. Empecemos por imaginar, en un instante dado (es sólo un ejercicio pues en realidad es imposible detenerlo ni una fracción de segundo) todo lo que ocurre en nuestro mundo y en el infinito universo y los mundos. En ese mismo instante, hay miles de miles de Hormigas que están construyendo hormigueros y miles y miles de abejas que fabrican miel y miles de gusanos y coleópteros que se reproducen y miles de miles de serpientes que ponen huevos y miles de miles que salen de los huevos y millones de peces que se reproducen y millones de aves que migran y miles de miles de animales que en ese instante sexan para reproducirse y de gallinas que son sacrificadas con miles y miles de vacas asesinadas en los mataderos y de cerdos. Allí no termina el instante, en ese mismo instante hay millones de seres humanos que trabajan y fabrican cosas, otros que duermen y todos imaginan y sueñan y piensan que es otra esfera de la realidad y otros que creen que mueren y desencarnan y otros que lloran y tienen las emociones más desenfrenadas. Unos fornican mientras otros rezan y se dan golpes de pecho, otros se lamentan de su fracaso y otros celebran sus supuestos éxitos, En ese instante, el hombre más “poderoso” de la tierra decide enviar más soldados a matar gente en Afganistán y, allí mismo, en ese instante un soldado vuela en pedazos por los aires y muere por una bomba, un tsunami azota alguna aldea del planeta y un terremoto mata cientos de personas. Los presidentes pretenden modificar el mundo y se reunen en una cumbre para resolver los conflictos y contradicciones creados por nuestra propia ignorancia y, la de ellos mismos. Pero hay mucho más en el tiempo. Todo lo mentado está en la naturaleza del tiempo, los fotones y las partículas aún más rápidas como las que forman los pensamientos y las conciencias están en la naturaleza del tiempo-vértigo del instante. En ese instante las tormentas de Júpiter crecen en potencia y poder, los planetas de nuestro sistema solar y los cuerpos estelares del universo se desplazan a grandes velocidades por el espacio y además ocurren infinitos fenómenos que, ni la ciencia, ni la inteligencia, ni la limitada conciencia humana puede vislumbrar. Ese tiempo, es además suma de todo existente, pasado, presente y futuro. Pero al penetrar en ese tiempo, nuestra sensación del paso del tiempo se detiene. Acercarse a la comprensión de la naturaleza del tiempo es acercarse a la incomprensión absoluta y al conocimiento de lo ínfimo de la individualidad y a la poca importancia de eso que, el común de los humanos, piensan que es la vida. Lo intrascendente de nuestras pequeñas tragedias y de lo que consideramos “importante”. Lo intrascendente del pensamiento dogmático y de las afirmaciones. Pero también es un acercamiento a la experiencia de nuestra nada. El que entiende la nada de si mismo, está a un paso de iniciar su camino de verdadero crecimiento interior. De eso que llaman “despertar”. La persona está a punto de “desilusionarse”. La desilusión es el único camino para alcanzar la verdad ya que la “verdad” es lo contrario de la ilusión. Ningún ilusionado que se cree importante o que cree que tiene respuestas y que se siente seguro de si mismo, puede desilusionarse ya que sus certezas son ilusión y sueño. Cuando vislumbra su pequeñez se aterroriza. Entonces, pretende refugiarse en los dogmas y “principios” que mitigan su terror. Por lo general el temeroso, infeliz pequeño ser humano, se hincha de ilusiones que se desmoronan a su paso y sin embargo, pretende imponer a los demás sus dogmas que suelen ser el origen de todos sus sufrimientos, sensación de fracaso o de éxito que, para el mundo de la verdad, es lo mismo: pura ilusión. La posibilidad de trascender está en asumir la nada que somos. El no-ser del Tao. Cuando somos valientes y trascendemos la estupidez, podemos entonces vislumbrar el TODO. Ya la vida no se trata de ganar o perder. Ni de imponer nada a nadie. El que descubre la nada que es ha trascendido la especie y podrá ver a los que gritan y pretenden imponer sus ideas con supuesta “autoridad” como perros que ladran y, “cuando un perro nos ladra, nosotros no nos ponemos en cuatro patas a ladrarle de vuelta”. “Ladran Sancho…”. El que está en el camino evolutivo y ha trascendido el ego será siempre atacado por perros que ladran a su paso. Los primeros que ladrarán al despierto son los padres, los hermanos y los más cercanos pues estos sentirán el gran terror de ver un ser que vive en la dimensión de lo infinito y de la inmortalidad. Que se ha escapado de la máquina. La historia está llena de estos seres libres que han sido asesinados por la animalidad humana. Cristo, Ghandi, Luther King, De Molay, Giordano Bruno, más de un millón de Cátaros y miles de perseguidos y sacrificados por la iglesia católica romana son sólo algunos de los inmortales que los perros humanos mataron.
Y para saberse trascendente no basta creer en algún dios y encomendarse, ni ir a misa, ni confesarse, ni respetar las leyes morales de determinada sociedad, en una geografía determinada. Se requiere un esfuerzo mucho mayor y una valentía más grande para alcanzar tal certeza. Además, se necesita un conocimiento que traemos de antes, en nuestra memoria eterna, o una guía para vencer la mentira con la cual nos educaron. Los moralistas cómodos, no pueden emprender el camino de la alquimia espiritual. La moral religiosa sirve para ordenar una sociedad inconsciente, no una humanidad nueva, formada en la “educación popular” consciente que pretendía Simón Rodríguez para dar el ser a nuestras naciones y crear un nuevo hombre en América. Hay que trascender la materia sublimando los tonos más lentos y densos en nuestros elementos constitutivos del la tierra, el agua, el aire y el fuego y ascendiendo por los tres mundos, de la sal de la materia, al azufre del alma, puente con el mercurio de la conciencia superior que es el nexo entre el Todo y el individuo. Esta escalera de tres grados nos lleva hasta el ser.
La masonería esboza en sus primeros tres grados este camino alquímico y, si los masones del universo no hubiesen olvidado las claves de la alquimia originaria, bastarían esos tres grados para que los estudiantes se convirtieran en verdaderos alquimistas, siempre y cuando, contaran con las “sorors” necesarias que, como las antiguas Dakinis de la tradición Tibetana, llevarían a los buscadores de la verdad hasta la paz, la armonía trascendente y a la comprensión de la naturaleza del tiempo y de la omnisciencia. Vemos como tristemente, los masones de hoy, buscan la sabiduría en escuelas externas, en lugar de trabajar de manera operativa, los tres grados simbólicos de aprendiz, compañero y maestro. Lo que ocurre es que, este camino de la alquimia, está vedado a los fanáticos religiosos, moralistas, católicos y creyentes que, en la mayoría de las logias, se han infiltrado para impulsar la mojigatería y los dogmas religiosos profanos que neutralizan todo esfuerzo hacia el despertar y el crecimiento interno.

ARKAÚM