LA CONCIENCIA EN EL CINE DE COREA

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)
Son curiosas las películas coreanas. Miré una película coreana llamada “El barco”. Se trata de una historia curiosa. Un viejo maestro en tiro al arco “zen” vivía en un barco anclado en medio de una bahía. Allí, aislado del mundo, vivía con una niña que pronto cumpliría la edad para casarse. El la amaba profundamente y preparaba todo para el matrimonio. La bañaba y la cuidaba como una hija, como una esposa y como una madre. Realizaba cada día un extraño ritual. La colgaba en un trapecio frente al barco y ella se mecía delante de una diana. El disparaba haciendo diana y jamás flecha alguna la tocaba. La niña realizaba este ritual sin ningún temor ya que confiaba en que el amor infinito guiaba sus flechas. El arquero “zen” no tiene que mirar el blanco, sino que su conciencia va hasta el blanco y, desde allí, dirige la flecha. La flecha misma es su conciencia. El barco es visitado por pescadores deportivos que pagan para pescar. Muchos son lúbricos que miran a la doncella con ojos de lujuria y algunos pretenden forzarla pues creen que está indefensa ya que no conocen los poderes del viejo. Este les lanza flechas y les obliga a huir. Esto se repite, con variaciones, en varias oportunidades. Cuando se acerca el día del matrimonio, la doncella y el viejo se preparan para la boda. El arregla el ajuar y prepara sus mejor traje. La baña todos los días para purificarla para la ocasión. Precisamente la víspera, aparece un joven pescador que, al verla, se enamora. Su amor es sublime pues es capaz de ver en ella la esencia luminosa de su alma. El joven es valiente y enfrenta al viejo. Le dice que va a buscar a la familia de la niña para regresarla a su hogar. Piensa que el viejo la ha secuestrado. Ella también ama a este joven valiente y hermoso. El viejo maestro, íntimamente, está feliz. Los deja solos para que consuman las nupcias y el se va al mar en un pequeño bote. Toma su arco y lanza una flecha hacia el cielo. El desaparece. En el momento en que el joven la va a penetrar la doncella, ante su asombro, una flecha cae del firmamento y corta el himen de la chica. Todo indica que la pareja fue muy feliz para siempre. Son extrañas estas historias orientales.
No estamos conscientes de los linderos de la mente. A veces, perdemos de vista el poder del pensamiento. No pensamos en las consecuencias de lo mentado. Todo lo que pensamos, en esencia, es una semilla en el plano causal. Todo lo pensado es creación. Creamos un mundo fasto o nefasto de acuerdo a lo que pensamos. Cuando la tradición afirma que “Todo es mental” no tenemos idea de lo que define la mente. Todo es “Todo”. Es el Dios. La mente es la totalidad del ser y su manifestación es la conciencia. Una mente consciente trasciende los límites de la naturaleza visible y llega a lo invisible. Por eso, todo lo que pensamos tiene carácter de semilla. Es decir, cada pensamiento, está llamado a manifestarse en el mundo visible y tiene una existencia más o menos poderosa, en los planos causales.
Cada vez que pensamos o imaginamos algo, estamos creando eso que pensamos o imaginamos. Para pensar correctamente debemos aprender a dominar nuestro impulso de proyectarnos al futuro, o al pasado, o a juzgar el presente, por lo que nos ocurrió antes.
Tenemos la tendencia a pensar en términos de fórmulas, porque, en verdad, nos resulta más fácil. La fórmula es una manera holgazana de enfrentar la vida. La fórmula sólo requiere de un esfuerzo de la memoria, pero no de un esfuerzo consciente para detener nuestra imaginación, vivir en el presente y observar la realidad tal cual es. Tenemos entonces una tendencia a buscar fórmulas para todo. Lo cierto es que las fórmulas no resuelven el problema ya que el problema es el problema mismo y no la fórmula. Ante un problema, para solucionarlo verdaderamente, debemos comprenderlo, no aplicar una fórmula. Con la fórmula, nos engañamos a nosotros mismos. Pensamos que resolvimos el problema, pero fue otro el que lo solucionó. El que descubrió la fórmula. Ese simplemente comprendió el problema. Como en un problema matemático, el que comprende el problema, al comprenderlo, al verlo, ya lo ha solucionado.
Si nos ejercitamos para ponernos en contacto directo con las contradicciones, o supuestos problemas, podremos resolverlos. Los llamados problemas, sólo deben ser vistos directamente. Sin la intervención permanente de los prejuicios que velan la realidad. Cuando vemos los fenómenos de la vida directamente, simplemente, vemos la realidad. Pensamos correctamente. Sin proyectarnos al pasado o al futuro.
Nuestros pensamientos están determinados por preconceptos. Pensamos que los hechos son buenos o malos de acuerdo a moldes de pensamiento, cuando lo que ocurre verdaderamente, es que no comprendemos la urdimbre de los fenómenos universales. La sabiduría popular afirma que el mal trabaja para el bien y que el bien trabaja para el mal.
Cómo estamos acostumbrados a ver el mundo desde la perspectiva del pasado, tendemos a interpretar erróneamente, los hechos que se nos presentan en la vida presente. Juzgamos los hechos en base a nuestra experiencia previa. Tenemos entonces la idea de que todo ocurrirá de la misma manera que en el pasado y que los hechos se repiten. No estamos conscientes de que se trata siempre del mismo río, pero no de las mismas aguas. Si nos proyectamos al futuro, nos atemorizamos ante lo desconocido y, el miedo, nos paraliza.
A veces no interpretamos correctamente debido al miedo. Imaginemos un pájaro que nació y creció dentro de una jaula. Todo su mundo y todo su universo es esa jaula. Podemos abrirle la puerta de la jaula y, si el pajarito no es valiente, podría pasarse el resto de la vida en la jaula. Esto nos ocurre en las instancias más variadas de la vida. Algunas personas entran en una escuela, o consiguen un maestro y son capaces de encerrarse en la jaula de una escuela, no se atreven a buscar por si mismos, a indagar qué hay más allá de esa escuela. Todo aquel que se conecta con su maestro interior, puede acceder al conocimiento del Dios. No hay que limitarse, sino aprovechar todas las oportunidades para avanzar. Como tenemos miedo a la libertad, nos aterroriza la idea de ser libres.
Cómo tenemos una idea preconcebida y falsa del amor, nos atemoriza acercarnos a un amor más verdadero, libre y universal. Amor sin esperar que las cosas sean de una u otra manera. Cuando imaginamos cosas nefastas, preparamos el terreno para que estas cosas ocurran. Cuando tenemos miedo de algo, lo atraemos. Es conocido el hecho de que, en la guerra, las balas suelen alcanzar primero a los cobardes. No hay que temer al mundo de afuera de la jaula. No hay que imaginar que lo que hay es oscuro y tenebroso ya que, en verdad, si no hemos salido de la jaula, no sabemos lo que hay. Como todo es mental, es casi seguro que encontraremos lo que imaginamos. Recordemos que lo importante es cómo interpretamos los hechos y podemos ver el lado luminoso o el lado oscuro de lo que pasa. Recuerden que “el miedo a la libertad” existe. Me gustaría que venciéramos el miedo a la libertad.
La idea es reabrir las puertas cerradas de la libertad. Nos hemos cerrado las puertas y nos las cerraron por medio de nuestra educación y de los prejuicios de toda índole. Tenemos cerradas las puertas de la vida y del amor. Vamos a abrirlas poco a poco. Sin prisa, pero sin pausa. Debemos conectarnos, sin temor, con la fuerza y la energía del Gran Creador, la fuerza de la vida que está oculta en nuestra sexualidad. Permitir que esa energía fluya hacia arriba y se convierta en amor infinito y eterno. Es la fuerza que mantiene la vida en el universo. Esa energía puede proyectar nuestra conciencia y hacerla capaz de modificar la materia purificándola. Ese símbolo del arquero zen representa muy claramente esa energía consciente, transformada en amor eterno, infinito y dador.
Debemos entonces ser impecables en la palabra, pensamiento y acción. Avanzar creando un mundo mejor para nosotros y para los demás. Cuando somos impecables, nuestro verbo se vuelve creador. Así mismo, empiezan a manifestarse claramente en nosotros los principios que rigen el universo. Se producen transformaciones internas que tienen carácter iluminador.
A veces pensamos que, el río de la vida, está en los otros, pero no es así. El Gran Río está en nosotros. Podemos meternos en nuestro río y bañarnos en sus aguas. Descubriremos que, en nuestras aguas, confluyen todas las aguas. Que allí están las aguas cristalinas y frías del deshielo y las turbulentas aguas de los remolinos. Que todo está en nosotros y que podemos aprender a navegar, tanto en las mansas, como en las aguas correntosas.
Si vemos la realidad tal cual es, en nuestro mundo interno, descubriremos que en todo hay sexualidad y regeneración. Crecimiento, ascenso y decadencia. Que, en todo, se manifiestan los ciclos de la vida y que todo tiene un ritmo y un proceso, que ese ritmo es pendular. Que podemos vibrar en lo bello y lo sublime, o caer en lo profundo y necio de nuestros miedos y temores. Que en todo existe una correspondencia y que lo pequeño es idéntico a lo grande. Que la verdadera magia está en hacernos dueños de nuestro pequeño universo que es inmenso e infinito. Que cada vez que tomamos una decisión, aunque pequeña, estamos modificando y recreando el universo entero. Lo mismo ocurre cada vez que pensamos o que imaginamos o que sentimos. Comprenderemos que si impulsamos algo, o pretendemos realizar algo en este mundo visible, indefectiblemente, se moverán fuerzas contrarias a nuestra intención.

Se acerca el Domingo de Ramos. Precisamente el Domingo de Ramos de 1244, al pié de la montaña de Montsegur, en los Pirineos Orientales franceses, fueron quemados en una gran hoguera los últimos herejes cátaros. O los últimos “buenos hombres” como eran llamados por la gente común. La herejía cátara fue perseguida por la iglesia de Roma y encendió el espíritu del sur de Francia. Ellos se consideraban los verdaderos cristianos y se decían guardianes del Grial y del verdadero evangelio de Juan. Creían en el amor libre y en la igualdad del hombre y de la mujer. Existían “perfectos” y “perfectas” es decir, sacerdotes y sacerdotisas. Tenían un concepto dualista de Dios. Para ellos existía un dios del mundo visible, o de la materia y un Dios del mundo espiritual. No comían carne y eran pacifistas. Vivían de acuerdo a las enseñanzas de cristo, no comerciaban, eran pobres y humildes, practicaban la sanación por medio de la imposición de las manos. Y además, consideraban que la mujer era la portadora del alma. Inventaron y practicaron el amor cortés y la palabra amor, que es Roma al revés. Para ellos, la iglesia romana de la época, era una satanización de las enseñanzas de Jesús.
La iglesia romana y los reyes católicos franceses realizaron una última cruzada, apoyados por los dominicos. Más de un millón doscientas mil personas fueron asesinadas en las hogueras de la inquisición durante la persecución de los cátaros. Fue un gran holocausto practicado como política de estado.
Aparte de la imposición de manos, los cátaros recibían su alma de la “dama blanca” la portadora del alma. Esto se realizaba por medio de un ritual muy particular. El caballero cantaba, recitaba o tocaba un instrumento, mientras su dama escuchaba. Durante esta primera etapa del ritual que, podía durar muchas sesiones, el caballero no podía mirar a su dama. Debía conquistar su corazón por medio del canto y de la poesía. Una vez que su sacerdotisa, por lo general casada, había sido encantada por la poesía del bardo, este podía mirarla a los ojos y de esta manera se establecía un contacto magnético más cercano. Por último, en un ritual de sublime amor y entrega, se realizaba un coito magnético en el cual, efectivamente, el caballero recibía su alma, o mejor, completaba su esencia solar con su naturaleza femenina o lunar. Retornaba a la unidad y viajaba portando para siempre el alma de su amada, que en su momento, se convertiría en la nave que lo llevaría de vuelta a las estrellas.
Según las tradiciones cátaras ellos serían los custodios del Grial. El grial sería la maestría, la piedra filosofal y la garantía de la vida eterna. Según algunos, la única sacerdotisa que podía portar el santo Grial era Esclarmunde de Foix. El Domingo de Ramos de 1244, cuando quemaron a los últimos herejes en Montsegúr, narra la leyenda que Esclarmunde, o Isclarmune, se convirtió en paloma y voló hacia la eternidad, salvando así el tesoro de los cátaros. El secreto de la vida eterna, en paz y verdadera. Así, el secreto de la inmortalidad quedaría intacto para ser descubierto por los verdaderos “puros” buscadores del Grial.
Se dice que una reliquia, símbolo de aquella piedra espiritual, manifestada como símbolo en este mundo visible, la “piedra Grial” fue sacada de Montsegúr y puesta a salvo por cuatro caballeros. También se afirma que los alemanes, durante la guerra, encontraron la piedra y la llevaron a la torre norte del castillo de Wewelsburg y que después fue a parar a la argentina en los submarinos alemanes y que la piedra estaría en América, ya no en manos de los nazis, sino en manos de algunos cátaros, sus custodios naturales que la habrían recuperado.
Se trata de un mito o de una leyenda pero, casi siempre, estos mitos y leyendas tienen un fondo de verdad. En algún plano de la conciencia existe un castillo de la paz y del amor y “bonshommes” (hombres buenos) que viven en paz, libertad y fraternidad, más allá del dolor. Y mujeres santas, portadoras del alma purísima de Esclarmunde, sacerdotisas del amor consciente, magnético y superior. En algún lugar del espíritu está el verdadero Grial y la piedra de los filósofos. Más allá de las contradicciones y del miedo y de los prejuicios y de las persecuciones existe un mundo secreto de libertad, igualdad y fraternidad verdadera. Un mundo prohibido por la cárcel de la inconsciencia, donde el amor es verdaderamente puro, libre y perfecto. El reino del Dios existe en lo más profundo de la conciencia humana y está esperando dentro de cada uno de nosotros.
Arkaúm.