HISTORIA DE UN MAESTRO

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)
En dos oportunidades, me narraron la historia de una película coreana. La primera vez, durante el viaje a Sudamérica. La segunda, esta tarde. Por lo tanto, supongo que debe ser una señal y sería importante narrarles la historia. Siempre debemos estar atentos a las señales.
Un maestro y su discípulo partieron, por primera vez juntos, del monasterio a la ciudad. Cada día, al atardecer, el maestro se va y deja solo al discípulo. Este se queda esperándolo haciendo sus disciplinas. Llegaba el maestro, después, muy avanzada la noche. El discípulo le pregunta que hace y el maestro no le contesta. Una noche, el maestro llega borracho y el discípulo le insiste en que le cuente lo que pasa ¿a donde vá? El maestro le reprende y le dice que no sea curioso. Sin embargo, el discípulo decide seguirlo y descubre que, el maestro, se va todas las tardes, a un lupanar. Cuando el maestro regresa el discípulo está triste y meditabundo. Llorando le recrimina porque ha pecado y el le consideraba un hombre santo. El maestro le dice que no juzgue, que no sea necio, ya que él no está en capacidad de hacerlo. Que todavía es ignorante. A partir de este momento, lo sigue a todas partes, para tratar de entender lo que, el maestro, pretende enseñarle. El maestro le prohíbe que lo siga.
Una tarde, el maestro le dijo que iba a la montaña. Que no le siguiera. El joven se quedó esperando que su maestro regresara, como cada noche, pero esta vez nunca volvió. Desesperado, se fue a buscarlo y, en la caverna de la montaña, sólo encontró su túnica y él había desaparecido. Es muy curioso el tema de la película. Parece un “koán”. No hay solución en el relato. Se trata de un planteamiento divergente.
Podemos imaginar que el maestro había llegado a tal nivel de desarrollo espiritual que alcanzó el llamado cuerpo-arcoiris y ascendió transmutando su cuerpo físico en espíritu. Claro esta, es una interpretación ideal. La otra es que se hartó, simplemente, de la vida espiritual y huyó abandonando los hábitos. Pudo haber sido secuestrado o muerto por bandidos, o se enamoró de una prostituta y regresó a vivir con ella y a hacer una familia como la gente común.
Como siempre, nos encontramos, en oriente y occidente, con el tabú en relación con el tema de la sexualidad. Posiblemente, el maestro regresó al burdel y se dedicó a iluminar y purificar con su poder y la fuerza espiritual de su sexualidad a todas las mujeres del burdel. Así ellas podrían convertirse en transmisoras de la luz espiritual del maestro y, el discípulo, simplemente no comprendía nada lo que estaba ocurriendo. En realidad, lo importante en la vida no es lo que hacemos, sino cual es la calidad humana de lo que hacemos. Si lo único humano en nosotros es la conciencia. Esa conciencia es lo que determina la calidad humana de nuestros actos. Y así las posibilidades son múltiples y divergentes.
Como ya lo hemos dicho en otras oportunidades, en la sexualidad se manifiesta la fuerza divina. Allí radica el poder de la vida. Podemos, sin temor a equivocarnos, definir el poder de la vida como una de las manifestaciones más evidentes del Dios en nuestro universo visible. Es cierto que se manifiesta en toda la naturaleza, pero particularmente, en el orgasmo, los humanos nos unimos al todo, abandonamos el concepto dualista y, por decirlo así, retornamos a la unidad. Esto ya lo hemos mencionado antes, pero es importante repetirlo ya que, por todas partes, se corrompe o se ataca ese instante de unión directa con dios. En este acto, somos capaces de conciliar los opuestos. El sexo es la puerta hacia lo más profundo de nuestro mundo interno y; por ende, el umbral por medio del cual podemos acceder al verdadero amor. Amor que no es comercio. Que no se entrega porque se pretende recibir algo a cambio. Amor libre, altruista y generoso.
Pero hay que acceder al sexo desde un estado superior de conciencia. Recuerden que al modificar nuestro estado de conciencia habitual, también se modifican todos los significados. Tenemos acceso a un mundo superior. Cuando hacemos el amor con nuestra pareja debemos realizar un acto de amor y de entrega. Se trata de una unión con dios. El hombre penetra en el templo de su naturaleza ya que la naturaleza del hombre es la mujer y la mujer recibe a su Apolo en sus entrañas. Debemos visualizar que nos unimos en una esfera de luz impersonal y esa esfera, conformada por la unión de los polos puede llevarnos a conocer mundos insospechables de felicidad eterna.
Si vivimos desde una perspectiva habitual, si no despertamos elevando más y más nuestro nivel de conciencia, actuaremos de manera mecánica. Regidos por el alma colectiva de la especie humana. Sólo como animales humanos. Por el contrario, se vivimos conscientemente y realizamos un re-aprendizaje consciente, podemos convertirnos en conductores de este vehículo que habitamos.
En realidad, no siempre estamos conscientes de que estamos llamados a convertirnos en el chofer del automóvil, esto ocurre porque nos identificamos con el vehículo y con el mundo visible que lo rodea. Además, solemos identificarnos con diferentes partes del vehículo. Hay algunos que creen que son el freno de mano y, se pasan la vida, frenados. Interrumpiendo el flujo de los demás vehículos. Como son el freno, no hacen caso de los semáforos, creen que sólo se trata de frenar, eso es lo que ellos saben hacer. Otros, creen que son el motor y se pasan la vida escuchando su propio ruido interior, no son capaces de escuchar el palpitar de la vida, el canto de los pájaros, el sonido del viento entre las ramas, las voces lejanas o cercanas. Esos sólo escuchan su propio ruido interior y ese ruido interior, les roba la vida verdadera. Otros creen que son el asiento y están allí, cómodamente, no se mueven. Ellos se sienten cómodos, pero el auto, no se mueve. Siempre en el mismo sitio, se pasan la vida en el mismo lugar. Otros creen que son el acelerador. Esos se pasan la vida “pata a fondo”. Avanzan por la carretera de la vida poniendo en peligro su vida y la de los demás. Como se creen el acelerador, no aflojan nunca. Creen que la vida es sólo correr y correr. No se detienen a contemplar el paisaje. Otros creen que son el combustible y esos se sienten los imprescindibles.
Lo cierto es que, para convertirnos en conductores del vehículo, necesitamos cierto entrenamiento. Este entrenamiento se refiere al conocimiento profundo de la máquina que debemos conducir. Pero primero, debemos estar seguros que NO somos la máquina. Debemos realizar un trabajo de des-identificación con la máquina. Esto no es fácil ya que todo conspira para que nos identifiquemos con el vehículo y con el mundo visible. La des-identificación requiere de un esfuerzo de abstracción. Tenemos que empezar por ocupar, con nuestra conciencia el lugar del conductor y traer hasta el vehículo, nuestra conciencia que es lo único humano en nosotros. Lo demás, todo es máquina.
Comenzaremos por nuestros vicios más evidentes. Los vicios siempre son pasionales. Nos toman desde afuera y no podemos evitar sucumbir. En realidad, cuando estamos atados a un vicio, es la vida y el mundo la que vive por nosotros. El mundo nos vive. Sólo somos dueños de aquello que podemos suprimir. De lo contrario, eso es dueño de nosotros. Es decir, sólo somos dueños de aquello que sacrificamos. De lo contrario, eso es dueño de nosotros. Los primeros vicios, los más evidentes, tabaquismo, alcoholismo, drogadicción, gula, adicción al azúcar, al chocolate etc.
Después, nos ocuparemos de los vicios emocionales. Estos suelen ser más sutiles. El vicio de sufrir, de sentirnos perdedores o deprimidos. El vicio emocional de la ira, del odio o del desprecio. El odioso siente un extraño placer al odiar y manifestar su odio. El triste siente un placer perverso en su tristeza.
Así como existen modelos de pensamiento, existen modelos emocionales. Mecánicamente se supone que debemos sufrir por alguna razón particular. Existe una especie de conspiración inconsciente que nos dice que debemos sufrir cuando nos liberan. Hace años leí un libro muy interesante, con un título más interesante: “El miedo a la libertad” de Eric Fromm. Como sólo nos identificamos con el mundo visible, solemos exagerar nuestra pérdida cuando una persona muere. No quiere decir que uno no sienta tristeza porque no volverá a ver a la persona amada. Eso es natural, me refiero a la actitud generada por la creencia de que sólo existe este mundo visible.
Después, debemos identificar nuestros vicios imaginativos. Tenemos la tendencia a adelantarnos a los hechos y así, pensamos que ocurrirán hechos nefastos. Como todo es mental, esta actitud imaginativa podría generar, por cierto, hechos nefastos. De allí que es muy importante vencer los vicios imaginativos.
Por último debemos vencer los vicios relacionados con nuestra sexualidad que suelen estar ligados a lo imaginario, ya que la pornografía y la sexualización de la publicidad y de todo lo que se vende, genera un proceso de perversión sexual que mecaniza nuestros impulsos adaptándolos a patrones objetivizantes.
Casi todos estos vicios, tienen como característica su capacidad para detener el flujo natural de la vida. Son repetitivos. Nos llevan a pensar siempre de la misma manera. No comprendemos que la vida es un fluido. La vida no es en foto, sino en película. Todo es un proceso. Nada en este mundo visible es estático, ni permanente. Lo único permanente es lo eterno, lo super-consciente. Si vivimos mecánicamente descubrimos que estamos viviendo el bolero de la vida. El bolero siempre es una especie de fijación mental en una pena. Un vicio emocional e imaginativo. Esto no es sólo una característica del bolero, lo es también del tango y de otras manifestaciones artísticas.
Este tango es un módulo de pensamiento, de sentimiento e imaginativo que limita nuestro libre albedrío. No somos capaces de pensar, sentir, ni imaginar libremente, ya que se supone que debemos hacerlo de una manera determinada, casi siempre, desligada de las leyes universales y basadas en una moral circunstancial.
Arkaúm.