UTOPIAS

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)
Epílogo: Matrix El principio de la verdad

Déjame decirte porque estas aquí. Estas aquí porque sabes algo. No puedes explicar ese algo. Pero lo sientes. Lo has sentido toda la vida. Este mundo tiene a…

Hace años que no me intereso por esa ¿ciencia? ¿oficio? ¿pasión? ¿o actividad? que es la política ya que he descubierto que, las sociedades, son impulsadas por una fuerza pendular. O quizás, circular. Que este proceso pendular es una ley del universo y que, “toda fuerza en un sentido genera una fuerza equivalente en el sentido contrario”  y eso no sólo es un ley física, sino una ley manifestada en todos los planos de la existencia.

Que el mundo visible es el mundo de las contradicciones y que, el infierno está empedrado de buenas intenciones. Que, por lo tanto, no importa el poder de una persona o el fanatismo, o su carisma, los procesos planetarios responden a fuerzas desconocidas por el hombre común. Que no importa lo bien intencionada de una acción, o lo bien pensada, las cosas seguirán ese ritmo invencible y responderán, indefectiblemente, a las leyes inmutables de la naturaleza. La economía, la salud, el bienestar (inclusive los desastres naturales)  no son compartimientos separados, sino que forman parte de una misma realidad indivisible que responde a las mismas leyes y a procesos inevitables. Lo ilusorio es también el pretendido “libre albedrío”que los humanos nos hemos inventado para justificar nuestras erráticas acciones.

También he llegado a la conclusión que, lo que la humanidad llama evolución, no es otra cosa que un proceso de aceleración. De “conquistas” de lo inmediato e intrascendente. Que ese proceso de aceleración parece llevarnos hacia nuestra autodestrucción casi inevitable. Me refiero a la autodestrucción del entorno visible que es el más primario y evidente, ya que podemos afirmar que, en su mundo interno, la humanidad, prácticamente, ha dejado de existir. La televisión, el cine y los medios de comunicación, salvo contadas excepciones, son botones hipnóticos que mantienen a la humanidad dormida en un limbo de irrealidades insondables. Por eso, la utopía es tan fascinante.

Tomás Moro se refirió a Utopía como aquella república ideal, inexistente en el mundo de la realidad, pero posible en el mundo de las ideas. Muchos han planteado la posibilidad de una sociedad más humana y mejor, formada por mejores hombres y mujeres y regida por leyes sabias y, casi innecesarias, debido a las cualidades de los ciudadanos. Muchos han plantearon la posibilidad de la utopía: Platón, en su República, Américo Vespucci, Vasconcelos, Julio Verne en el Viaje al Centro de la Tierra, Edward Bulwer Litton, Simón Rodríguez y hasta Colón, con su mítica descripción del paraíso en la tierra  “Tierra de Gracia”descubierta en su tercer viaje en el golfo de Paria. La lista de los utopistas es interminable y podríamos llenar innumerables páginas con esa lista.

Por sincronismo, supongo, pues me encontraba en estas cavilaciones, me llegaron dos curiosos escritos utópicos. Uno, se refiere a la creación del hombre nuevo sobre la tierra. El otro sobre la destrucción del mal (el oligarca) con la presunta muerte del mal. Etapas divergentes de historias personales que son “senderos que se bifurcan”.

En 42 páginas, Andrés Boulton replantea el “Socialismo Místico” del años sesentas, con un curioso simbolismo y profusa erudición, la otra utopía escrita por Alfredo Correa es un relato (¿obra teatral?) en el cual se plantea la muerte de las oligarquías describiendo de manera descarnada la psicología del capitalismo (salvaje) y su presunta y, casi siempre manifiesta,  inhumanidad que, con la muerte del oligarca, daría paso al nacimiento de una utópica sociedad naciente regida, no por el “capitalismo salvaje” sino por un “socialismo salvaje” que también existe.

El escrito de Andrés tiene los giros insospechados y sorprendentes que descubrimos en ese extrañísimo libro de Gurdieff  los “Relatos de Belcebú a su Nieto” el de Correa es la supuesta última enseñanza de un “oligarca” moribundo a su hijo. Su estilo es directo y, debo decirlo, me parece que tiene algo de panfletario. Los diálogos tienen el estilo “golpeao” del caraqueño. Creo que tiene la virtud de retratar la crueldad e inhumanidad de los que idolatran al “dios dinero”. 

Andrés afirma que no cree que “tenemos que desconocer las leyes, misterios y bondades de la madre naturaleza, y que por tanto el estado normal sea el sadomasoquismo, la violencia desatada, la psicopatía y la sociopatía, las enfermedades venéreas y la mortalidad a ultranza”.

Vemos que Boulton sigue aferrado a las denuncias de su juventud (El Orgasmo de Dios), ahora con mayor profundidad y mayores conocimientos. El núcleo utópico de la obra de Andrés se centra en las siguientes líneas “creo que si los humanos deciden vivir mal es porque así lo desean en el fondo de su corazón y se esmeran en crearse problemas sin solución y toda una serie de situaciones extremas y espeluznantes. Pienso que los males de la Tierra provienen del abuso y la ignorancia  y la falta de amor entre nosotros y nosotras”.

Andrés le otorga a la humanidad ese presunto libre albedrío y, a mi entender, es ese en centro de su utopía. Pensar que somos verdaderamente libres y que podemos optar. No cabe duda que los individuos podrían liberarse de las fuerzas hipnóticas que rigen este universo, pero a base de un enorme esfuerzo. Con en pago de un precio muy, pero muy grande. La cotidianidad es la escuela del precio de la libertad. Tal parece que la humanidad se debate en un guerra permanente entre la libertad y la igualdad. A mayor libertad, menos igualdad, a mayor igualdad, menos libertad.

 La utopía de Alfredo es la de la igualdad y la de Andrés es la de la libertad. Cómo no existe la igualdad en la naturaleza visible, la lucha por conseguirla termina siempre en una erradicación o disminución de la libertad con sus consecuencias inevitables. Torturas, crímenes, persecuciones y campos de concentración (reeducación).

Tal parece que la concentración del poder, a la larga, también redunda en la concentración de los bienes materiales. Es decir que la oligarquía tradicional, privilegiada y odiosa, da paso a una nueva “oligarquía” política que, para los efectos prácticos, fuma los mejores habanos, bebe la mejor champaña, viaja en los más costosos jets ejecutivos, ocupa las mejores suites de los hoteles del planeta y, en definitiva, disfruta, e inclusive abusa, ante la mirada asombrada de las gentes, de las “bondades” de la abundancia.

En este sentido, Alfredo le otorga a la escasez el poder hipnótico que de verdad tiene. En el sentido de que en su delirio “el oligarca” aconseja generar escasez (o la sensación de escasez) para alcanzar réditos. No creo que un oligarca esté consciente del origen de la escasez que, a mi entender, nace de las tradiciones del desierto, con su “Dios de los ejércitos” (para defender el pequeño oasis) donde todo es verdaderamente escaso y de los países nórdicos, con inviernos rudos y prolongados en donde verdaderamente había escasez. De hecho, la escasez era ajena a nuestras latitudes tropicales, con escasa población e interminables riquezas, agua  y territorios. Esta psicología de la escasez es quizás, el motor de la destrucción paulatina de las riquezas materiales en todos los rincones del planeta.  Me parece que , más allá de lugar común, aquí hay un tema de reflexión.

Andrés, por su parte plantea en algunas líneas el vértigo mayor ¡la desaparición del dinero! El dinero, ese dios que todo lo controla. Ese dios que se acumula y crece como un ser vivo. Esa moneda que una vez era sólo un instrumento que suplantó al trueque. El dinero, instrumento de la nueva esclavitud en el mundo visible. Es interesante reflexionar sobre la utopía de la desaparición del dinero, al menos de la moneda como la conocemos. Por cierto, Hay “socialismos” que han descubierto la más sutil esclavitud inventando dos monedas diferentes. Una a la cual tienen acceso los jerarcas y los extranjeros que sirve para moverse, para viajar, para comprar los bienes y servicios más deseados y otra con la cual se compra sólo lo que deciden los jerarcas. ¿En qué se diferencia esta moneda a las fichas que entregaban los hacendados de antaño a sus “empleados” para comprar en las bodegas de la propia hacienda?

Me parece que todo planteamiento político es ilusorio y utópico cuando no parte de la transformación INDIVIDUAL del mundo interior. Que para escapar hay un solo camino y ese camino es el verdadero despertar. Más allá de la fantasía de implantar regímenes hay que realizar un trabajo para vencer el sueño que nos ha sido impuesto y que responde a la programación inconsciente de nuestra historia familiar, nuestros complejos y nuestras taras. Hacernos inmunes al bombardeo de los medios de comunicación y de los “líderes” empieza por conocernos. Descubrir el verdadero sentido de “lo consciente”. No dejarse explotar ni manipular cuando se nos pulsan los botones de nuestra rabia, de nuestras frustraciones o de nuestras necesidades, es la meta.Pero, claro está, ese despertar, en un mundo mediatizado, también es una utopía. Cercana a la que plantea Andrés, pero utopía al fin. El camino es individual y, poco a poco, en medio del péndulo indefectible de los procesos, algunos, sólo algunos, descubrirán que hay algo más allá del velo de la materia.

Arkaúm.