LA CALUMNIA

Por Nicomedes Zuloaga P. (Arkaúm)

Great spirits will never be understood by mediocre minds.
Albert Eistein

Quien no ha sido calumniado, no ha sido envidiado y quien no ha sido envidiado, no ha sido nada.

Qué hombre verdaderamente grande no ha sufrido el ataque feroz de la calumnia.

El talento tiene una aureola. La calumnia.
Vargas Vila

Es curioso que, la calumnia, no forme parte de los pecados capitales. Se trata de uno de los flagelos que enturbian las relaciones humanas, destruye vidas, encarcela y mata. En la historia, son pocos los calumniadores castigados y, sin embargo, la lista de los calumniados perseguidos, quemados y asesinados es enorme. Uno de los pocos calumniadores bíblicos castigados, a causa del odio engendrado por la calumnia, fue el ante-Cristo, Juan el Bautista.
Hay quienes afirman que, la mácula de la calumnia, no radica en la veracidad o falsedad de lo expresado, sino en la intención que persigue el acusador. Juan se dedicó a fustigar y mancillar a Herodías, la mujer de Herodes, acusándola de haberse revolcado, no sólo con el tetrarca, sino con medio pueblo. El tetrarca, dado al amor, se antojó de Salomé, la hija de Herodías y le pidió que bailara para el. Cómo la muchacha se negaba, Herodes le ofreció la mitad de su reino y todo lo que le pidiera. Salomé pidió consejo a su madre y esta, para vengarse, le dijo que le pidiera la cabeza de Juan y, la cabeza, rodó.
Otra calumnia bíblica parece ser la presunta promiscuidad de María Magdala. Todo indica que esta era una sacerdotisa que compartió el amor de Jesús y muchos de sus secretos. Salvó su vida milagrosamente, gracias a la intervención de Jesús, cuando estaba a punto de ser lapidada.
Perseguidos por la calumnia fueron la mayoría de los sabios de la edad media. La Iglesia Romana se encargó de perseguir la sabiduría en todos los rincones. Giordano Bruno, quemado en el “Campo di Fiori”. Galileo perseguido y obligado a abjurar de sus conocimientos, negando, por temor, que la tierra se movía al rededor del sol y no al revés. Los templarios y Jaques de Molay, acusados de adorar al diablo, sólo por utilizar en sus iniciaciones la imagen de Baphomet, símbolo de la unión de los opuestos, de la fertilidad y de la abundancia y de besarle el culo al sumo sacerdote. Es evidente que, para condenarlos, la herramienta fundamental fue la calumnia que, por cierto, se ha prolongado hasta nuestros días.
Un millón doscientos mil hombres y mujeres buenos fueron asesinados por la Iglesia en los Pirineos Orientales. La calumnia los tildó de herejes, cuando, en verdad, pretendían vivir como verdaderos cristianos. San Francisco de Asís, fue tildado de loco y hereje y estuvo a punto de terminar en una hoguera. La calumnia fue utilizada para el asesinato en masa durante la Alemania Nazi. O los fusilamientos de masones ordenados por Francisco Franco en la España de la Guerra Civil. La calumnia alentó todas las guerras sucias de la política desde la época de los faraones hasta nuestros días.
Todos, en algún momento, hemos sido blanco de la calumnia. Y, seguramente, en alguna oportunidad, todos hemos calumniado. A veces, calumniamos sin saberlo, porque estamos convencidos de la infalibilidad de nuestros juicios. O creemos que los juicios de los demás son acertados, o en los dogmas y las supersticiones morales o científicas, o somos controlados por eso que el vulgo llama conciencia, por cierto, sin entender en lo más mínimo el significado profundo de esta palabra.
Pero la calumnia oculta casi siempre una podredumbre inconfesable y difícil de aceptar. Se trata de uno de los estigmas del alma que aquejan a la humanidad, aunque esto sea negado, por todos, con todas sus fuerzas. Me refiero a la envidia. Esa tara tan arraigada, destructiva y fatal. La envidia suele ser el motor oculto de la calumnia y de tantos otros males. El envidioso, en su dimensión extrema, patológica, ni siquiera pretende la felicidad, o los bienes ajenos. En realidad quiere la destrucción del objeto envidiado, aún a cambio de su propia destrucción. No es fácil descubrir la envidia en nuestra propia estructura psicológica y esta se convierte en uno de los grandes enigmas personales, aún para aquellos que luchan por la perfección y que pretenden descubrir los vericuetos de su inconsciente.
Tal parece que la envidia, madre de la calumnia, ha sido y es utilizada como herramienta para manipular a los pueblos, para transformar sociedades y buscar el pretendido bien. Es así como parecería que la envidia es el gran motor de la política planetaria. También de la creación de infinitas necesidades falsas. En este sentido, la envidia tiene no poca influencia en esa curiosa ciencia, tan importante en el mundo consumista, como lo es el mercadeo.
Los seres superiores ¡que si existen! pero no en el sentido vulgar, siempre fueron calumniados, a pesar de que las teorías de la igualdad pretendan imponerse en detrimento de la libertad y de la fraternidad. De allí que debemos hacer un profundo auto-análisis, cada vez que nos disponemos a criticar a otras personas. Una de las frases más peligrosas y, por lo general, bañadas de una profunda hipocresía es aquella de “la crítica constructiva”. La raíz de la calumnia debemos buscarla, además de en una precaria información, en nuestros propios miedos. Sobre todo, cuando nos enfrentamos a una idea novedosa, somos proclives a descalificarla calumniando a sus mentores.
Cuando no entendemos una situación. Cuando observamos un hecho desde nuestra propia perspectiva y no somos capaces de colocarnos en el lugar de los demás. Es decir, cuando tenemos una visión obtusa de una situación, somos incapaces de ser tolerantes y, por lo general, descalificamos a los demás con la calumnia.
Por lo general, la calumnia implica un juicio valorativo. Estos juicios, como lo decía en la reflexión sobre el concepto del “síndrome de Estocolmo” suelen tener un grado limitadísimo de información y, siempre, están determinados por los complejos, traumas, envidias, mecanismos, temores, debilidades y por los implantes y dogmas que han generado los automatismos psicológicos que rigen nuestras sociedades cada vez más enfermas. El bombardeo permanente de los medios de comunicación, se ha convertido en un motor de odio y de envidias sin precedentes en la historia conocida de la humanidad. Nunca antes, el cerebro había sido bombardeado con tal cúmulo de información no comprobable. Internet es una herramienta asombrosa para la libertad, pero también lo es para la esclavitud. Todo indica que es también un medio de inaudita propagación de la mentira y la calumnia.
Para estudiar la historia universal de la calumnia hay que penetrar todos los dogmas religiosos, morales, políticos y científicos. La vanidad, arrogancia y prepotencia que siempre afecta al que calumnia. Pues se siente por encima de todos y considera que tiene derecho a emitir opiniones condenatorias. El que calumnia se considera a si mismo como “vocero oficial” de la sociedad. También debemos estudiar todas las creencias que las sociedades asumen como “verdades universales” e indiscutibles. Hay que analizar el machismo, el feminismo, el narcisismo en todos los sentidos, el racismo, el clasismo, los apegos al “status” y a los bienes materiales, la autoestima tan defendida como virtud en nuestra loca sociedad y todavía más aristas que se encuentran en la base de la calumnia y los calumniadores.
Aún más, la intolerancia está siempre detrás de toda calumnia. La intolerancia que coloca a los hombres siempre enfrentados, como si el individuo fuese verdaderamente una célula aislada del cosmos, con vida propia e independiente. Cómo si el calumniador pudiese prescindir realmente del calumniado.
Qué farsa tan grande es el mundo imaginario que nos hemos inventado. Cómo si no existiera nada más allá de los opuestos. O como si lo único existente fuese esa individualidad amenazada. Con razón que la calumnia no es pecado. De haber sido así, nadie tuviera escapatoria y todos seríamos condenados. Pero, por suerte, las leyes del universo no se adaptan a la moral antojadiza de uno u otro pueblo o personaje. Se aplican indefectiblemente. Nadie puede detener su marcha, ni torcer su rumbo. Los curas no pudieron parar la tierra con un dedo, aunque condenasen a Galileo. Las leyes de la correspondencia se manifiestan y también toda fuerza en un sentido, genera una fuerza equivalente contraria. La ley es la ley, aunque las leyes y las constituciones amañadas de los hombres, se escriban a contrapelo de las leyes del universo.